La cabaña

Capítulo 2

El último destello de la realidad que podía evocar con certeza era el rostro de una mujer. Su cabello rubio y su tez pálida eran opacados por la intensidad de su mirada. Solo la había visto durante un par de segundos, pero estaba segura de que jamás la olvidaría. Había en ella una advertencia silenciosa, aunque demasiado tardía.

En su mente todo estaba confuso, un torbellino de fragmentos inconexos. Recordaba gritos, dolor, luces deslumbrantes, un pregunta y una respuesta. De ahí en adelante todo estaba enredado, en medio de las tinieblas que nublaban su mente no podía distinguir la realidad de las infames pesadillas que la habían atormentado mientras estaba sumida en la oscuridad.

Frío y dolor, era lo único que podía sentir en aquel momento.

Una bocina comenzó a sonar en algún lugar, el sonido era fuerte y no se detenía, pensó que reventaria sus tímpanos. Quiso gritarle a quien fuera que estuviera provocando aquel tormentoso sonido, pero la voz no salió. Su boca estaba seca y su lengua se sentía hinchada.

Las palabras murieron en su boca antes de ser formuladas.

Con sus manos intentó buscar la fuente de aquel sonido, lo oía tan fuerte que estaba segura de que estaba cerca o justo al lado. Sus brazos se sentían pesados y doloridos, no obstante pudo moverlos lo suficiente para darse cuenta de que estaba sobre un suelo de tierra, y que un par de brazaletes fríos y pesados envolvían cada una de sus muñecas. Su corazón se aceleró al pensar en las posibilidades, con temor abrió los ojos solo para encontrarse con más oscuridad.

El sonido de la bocina se hizo aún más intenso. En medio de la desesperación llevó sus manos a sus oídos para cubrirlos, pero estas no lograron apaciguar el ruido.

—¡Basta! —su voz no fue más que un susurro que se perdió opacado por el ruido preexistente— ¡Basta! —el grito finalmente salió, casi como un rugido desesperado y agónico. Hizo amago de ponerse de pie, pero una fuerza externa la retuvo.

En medio de la angustia había comenzado a enterrar sus uñas en su cabeza, justo alrededor de sus orejas.

— ¡Basta! —volvió a gritar con las pocas fuerzas que le quedaban.

Finalmente dejó de sonar.

Con precaución apartó las manos de su cabeza, sin el ruido como distractor volvió a ser consciente del dolor punzante en su cabeza y cada una de sus extremidades, del frío suelo bajo su cuerpo desnudo, del olor a humedad, a encierro. Finalmente reparó en el leve tintineo de un objeto metálico, y pudo sentir el material frío, pesado y alargado pasar sobre ella. ¡Cadenas!, gruesas y pesadas cadenas enganchadas a ambos brazaletes. Estaba encadenada.

Sintió una opresión en el pecho que nada tenía que ver con la cadena que pasaba por encima, su respiración se volvió dificultosa y  el lugar comenzó a girar a su alrededor.

"¡Voy a vomitar!" fue el único el único pensamiento lógico que logró formular.

Se irguió con más rapidez de la necesaria y esto sólo intensificó la sensación de que el mundo giraba en torno a ella. Las náuseas se volvieron más intensas hasta que finalmente regurgitó el contenido de su estómago, un líquido viscoso y amargo que no alcanzó el suelo, y cayó de lleno en sus muslos.

Cerró los ojos para intentar retomar el control de su respiración, su cuerpo estaba tembloroso y cubierto de sudor.

La bocina comenzó a sonar otra vez, pero esta vez en su intensidad máxima, no hubo un aumento gradual. El sonido era tan estridente, que pensó que reventaría sus tímpanos.

Sus brazos comenzaron a ser jalados en dirección contraria al eje de su cuerpo. Intentó oponer resistencia, pero la fuerza invisible tiraba de las cadenas con mucha más fuerza de la que ella podía soportar.

En medio del suplicio de sus extremidades siendo jaladas y del ruido tortuoso, de aquella bocina, pudo distinguir un sonido metálico. Una bisagra, una puerta abriéndose.

—Hola Sara — el aliento cálido la paralizó de miedo por unos segundos. Quiso alejarse, pero las ataduras no lo permitían, quiso gritar, pero la voz no le salió, quiso decirle que aquel no era su nombre, pero no pudo formular palabra alguna.

Contra toda lógica quiso morir entonces, quiso que la matara en aquel mismo instante. No sabía porqué, no había sensatez en su deseo, era puro instinto, pero lo sabía. Si no la había matado hasta entonces era porque algo mucho peor le esperaba.



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En el texto hay: detective, homicidios, secuestros

Editado: 23.05.2018

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