La cabeza de Annie Stevens

Culpa.

Tan pronto pude recobrar el control de mi cuerpo tuve que salir huyendo de ahí, la sangre era de un tono oscuro, estaba sobre mi cabello haciendo que este se comprimiera en tamaño. Olía, vaya que olía, inundaba las fosas nasales con molestia y luego se perdía en algún lugar.
Descalza en la imagen que podría ser la de una viva película de terror terminé corriendo de vuelta a casa, mis huellas estaban en la escena del crimen, de eso no había duda, pero ahora necesitaba volver a casa y hablar con Matt, aquello era de carácter urgente.
Matt estaba sentado en el sofá cuando llegué, tenía las manos sobre sus pantalones y mordía sus uñas en espera de mí, sin saber a dónde había ido poco podía hacer por mi más que esperarme, tan pronto como le vi me abalancé sobre él tratando de buscar algo de apoyo, sin embargo Matt no respondió.

—¿Dónde has estado? ¿Qué has hecho?

Y caí de rodillas sobre el suelo del pequeño departamento, mis pies dolían, mi cabeza daba vueltas, mis manos temblaban, y entonces lo entendí, cerca de mí se había cometido un crimen, y yo era la principal sospechosa de aquello.

Matt me veía horrorizado.

—¿Estás herida? ¿Por qué has salido tan de pronto?

Matt me rodeó con sus brazos, alejándose de inmediato cuando notó que la sangre no era mía, que no había herida alguna sobre mi rostro, o sobre mi cuero cabelludo.

Aquella expresión, la agitación de su respiración, sus ojos llenos de una emoción para mi hasta ahora desconocida me hicieron dejarme llevar presa del horror.

—Llama a la policía —Dije —Estuve en un asesinato.

32 minutos sin poder lavarme el pelo, 32 minutos en espera eterna de los oficiales, 32 minutos en ansiedad, en miedo por lo que pudiera ocurrirme. La policía me interrogó, me llevaron a la comisaría, buscaron el cuerpo, lo encontraron justo donde yo había dicho, luego me hicieron pruebas para drogas, que, en efecto, encontraron corriendo por mi torrente sanguíneo, el hombre asesinado fue el barman, el mismo que me hizo beber sin parar, y si, me había drogado.

Terminé en el hospital con vendas en los pies, y con Matt sentado en un incómodo sofá-cama, el sueño lo había vencido, mientras yo no podía conciliarlo, una enfermera entraba a revisarme cada treinta minutos, veía el progreso del suero, y se ofrecía a darme un sedante que me permitiera dormir, pero con la mente dándome vueltas, tratando de recordar un solo detalle que me diera la claridad que necesitaba me la pasaba rechazando el sedante cada que este era ofrecido, y mientras no se alterara mi estado emocional, la enfermera me permitía permanecer despierta.

Como periodista, he presenciado muchos asesinatos, pero ninguno como el esa noche, ninguno que me causara a misma inquietud.

Mi madre llegó por la mañana, había viajado un par de horas desde que fue informada de mi estado, aunque yo había pedido que no se le dijera absolutamente nada, Matt había cuestionado mi decisión, e incluso había actuado sin mi consentimiento, y aún así, me sentía agradecida ante aquel gesto.

Los brazos de mi madre fueron el confort que me volvió a la tierra, mi cuerpo se destensó en el momento en que sentí su característico olor, su calidez me permitió recobrar fuerzas, y entender que, por más independientes, y por más experiencias que podamos tener, los brazos de mamá seguirán siendo el lugar más seguro de este mundo.

Me sentía extraña, mi trabajo me había llevado a muchas situaciones de riesgo, desde estar como rehén durante un robo bancario, hasta presenciar ejecuciones delante de mis ojos, pero quiero suponer que, al ser estos gajes del oficio, yo supe como actuar en esos momentos. La sensación es distinta cuando uno se ve activamente involucrado en una situación, porque se ha atentado directamente hacia tu persona por ser tú, no por ser periodista.

Me dieron del alta al medio día, la hospitalización había sido un simple requisito del poder judicial, volví a casa acompañada de oficiales que pusieron la sirena por petición de Matt, mamá y papá iban a quedarse un par de días, mi hermana estaba en Grecia, de intercambio, nada los preocupaba, podían quedarse cuanto quisieran.

Los oficiales hicieron la promesa de volver tan pronto tuvieran pruebas que culparan a un asesino, harían preguntas y declararía en la corte, nada más.

—Me parece que debiste avisar de inmediato. —El tono de mamá sonaba severo.

—No quise preocupar.

—¿Y no pensabas decirnos? Cariño...— Su tono de voz se suavizó. —Somos familia, lo vamos a ser siempre, y te protegeremos con uñas y dientes si es necesario.

—Mamá, estoy bien, solo me he asustado un poco.

—Tu padre y yo, planeamos quedarnos unos días, espero no te moleste.

—Claro que no, madre ¿Por quién me tomas?

—Perfecto.

—Iré por Matt, dijo que subiría a bañarse, creo que deberíamos salir a comer, no me apetece mucho cocinar hoy, además, hace mucho que no los veo.

Observé a mi padre, mirando la televisión, con un poco más de canas en su cabello, luego subí por Matt, estaba bañándose, me invitó a ir con él, el agua tibia era fantástica.

—Creí que algo te había ocurrido. —Matt besó mi sien mientras tomó mi cara entre sus manos para darle énfasis a sus palabras. —Cuando saliste corriendo de casa, tuve miedo, creí que ibas a dejarme. —Sus ojos estaban vidriosos. —Creí que la vida conmigo era tan miserable que no podías soportar un segundo más a mi lado.

—Amor, yo no...

Me interrumpió, estrechándome entre sus brazos.

—Ya lo sé, ya lo sé, solo tuve algo de miedo.

—Iremos a comer con mis padres, a Queers, algo informal, ya sabes.

—Termina de ducharte entonces, yo ya he terminado, iré por el auto, y hoy pago yo.

Matt tuvo una madre alcohólica, su padre los abandonó cuando era un pequeño de once años, soportó un año de la vida de su madre, luego ella murió presa de una alucinación por un estupefaciente que estaba consumiendo, salió a la calle, harta de la vida con Matt, gritándole estorbo, luego se arrojó a las vías del tren, el padre de Matt fue informado de aquel suceso, al llegar a la casa, Matt estaba hecho una bolita destrozada en el suelo, su padre tenía una buena posición económica, este le pagó un terapeuta, lo metió a una buena escuela, consiguió que alguien lo educara y lo mandó a una buena universidad, cuando yo le conocí estaba estudiando su segunda carrera profesional, hablaba tres idiomas, pintaba y exponía sus obras, se notaba pleno y feliz. Yo le entrevisté por su padre, luego me invitó a salir, renunció a su herencia, se consiguió un trabajo estable y nos mudamos juntos, expone sus pinturas con frecuencia, y aunque no ha necesitado al terapeuta desde hace muchos años, aun teme al abandono.




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