La caída de Arlynne

Capítulo 22. Dolor en el pecho.

Una y otra vez levanto mi espada y me atrevo a desmembrar cualquier extremidad de enviados a mi alrededor.

El agotamiento es extremo y mis brazos han dejado de obedecer órdenes de mi cerebro. Todo es intuitivo, como si hubiese participado en tantas guerras que mi cuerpo ha diseñado una especie de danza mortal con la cual defenderse, sin embargo, no he participado en más de una guerra.

Se supone que soy un guerrero creado para combatir, aunque jamás lo he puesto a prueba como ahora. Mi ropa se encuentra salpicada de ese extraño líquido negro que recorre las venas de los enviados y puedo asegurar que mi cabello debe estar en las mismas condiciones.

Gabriel solía relatar que la sangre de los enviados tiene ese color debido a putrefacción interna de sus cuerpos, ya que Luzbell no es capaz de crear vida, por lo que técnicamente ningún enviado posee cuerpos vivos.

-         ¡Detrás de ti, Arlynne!

Giro sobre mis talones y una daga atraviesa mi pecho. El dolor llega en aleadas y empiezo a sentirme mareada. Tambaleo cuando las manos que empuñan la daga la empujan con más fuerza hasta que el mango de madera se pega a mi pecho.

No permito que el dolor nuble mis pensamientos y retrocedo un par de pasos para alejarme del enviado que acaba de apuñalarme para poder tomar la daga y extraerla de mi cuerpo, aunque la tarea se vuelve difícil cuando el enviado salta sobre mí y mis piernas no consiguen mantenerse estables. Caigo sobre algún cuerpo que, supongo, se trata de otro enviado, amortiguando la caída.

De pronto, la cabeza del enviado vuela hacia un lado y la sangre cae sobre mi pecho y la daga. Empujo su cuerpo con mis manos para poder sacarlo de encima y de inmediato me percato que Ananiel ha sido quien me ha salvado en esta ocasión.

Le agradezco con una rápida sonrisa y tomo el mango de la daga. El dolor se vuelve asfixiante cuando la daga finalmente es extraída.

Me tomo dos segundos para poder regular mi respiración y cierro los ojos para tratar de bloquear el dolor.

-         ¿Estás bien?

Puedo notar la preocupación en la voz de Ananiel, así que me apresuro en asentir con la cabeza y realizar un esfuerzo sobrehumano para levantarme del suelo y continuar con la batalla.

-         Puedes descansar, Arlynne. Se han ido.

Abro mis ojos y barro con la mirada todo a mi alrededor. Compruebo lo que Ananiel acaba de declarar y me sorprendo al levantar la mirada y encontrar a unos cuantos enviados huyendo.

-         ¿Los espantaste tanto que tuvieron que huir?

-         No fui yo quien los espantó.

A mis pies detecto un ligero movimiento que alerta mis sentidos e intuitivamente clavo la daga en mi mano en aquello que se mueve. Se trata del cuerpo de un enviado que creí haber eliminado hace una hora, aunque al parecer no fue así.

-         Gabriel lo logró.

-         ¿Lograr qué?

-         Encadenó a nuestro hermano a su propio trono.

Levanto la mirada hacia su rostro, con una expresión de sorpresa. No me esperaba tal comentario.

-         ¿Cómo sabes eso?

-         Ese era el plan. Gabriel sabía que los enviados nos distraerían y que Luzbell tendría algún plan, pero Gabriel estaba preparado para todo. Reclutó a varias brujas y hechizó unas cadenas para encadenar a Luzbell a su trono. No debió haber sido sencillo, aunque puedo asegurar que Gabriel ganó en esta ocasión.

-         ¿Cuál crees que era el plan de Luzbell?

-         No lo sé y tampoco quiero averiguarlo. Todos los enviados han ido al rescate de su amo y tratarán de romper las cadenas, aunque será inútil. Nadie podrá romper esas cadenas y Luzbell ya no podrá huir de su reino hasta que Gabriel lo decida.

Una sonrisa se dibuja en mis labios, aunque rápidamente se convierte en una mueca cuando el dolor vuelve a hacerse presente.

-         ¿Entonces ganamos? ¿El descendiente de Baraquiel ya no tendrá que luchar a nuestro lado?

-         Luzbell está encadenado, no vencido. La profecía continua, Arlynne. El hijo de una bruja y un guardia nos guiará a la victoria en la guerra cuando llegue el momento.

-         ¿Por qué no acabamos con Luzbell ahora que está débil?

-         Porque todos los enviados en este momento están construyendo una muralla a su alrededor para que nadie pueda atacarlo hasta que se recupere. Atacar en este momento sería inútil.

Quiero continuar discutiendo con Ananiel y convencerlo para atacar en este momento para no tener que entrenar a un pequeño niño para que muera en una guerra que no es la suya, sin embargo, mis piernas ceden al dolor y caigo al piso, aunque mis brazos impiden que mi rostro golpee contra el suelo.

-         Te llevaré a casa.

Ananiel me toma en brazos y mientras volamos me permito reflexionar al respecto de todo lo que está sucediendo en este momento.

Estoy consciente de todos los enviados que deben estar protegiendo a Luzbell en este momento, no obstante, eso no significa que no podamos atacar y ganar. No entiendo el motivo por el cual debemos esperar a que el descendiente de Baraquiel crezca y utilizarlo en esta guerra. Somos más fuertes que los enviados, aunque exista una cantidad mayor de ellos que de nosotros. Atacar en este momento podría darnos la victoria y derrocaríamos el rey malvado y cruel en el que se ha convertido mi hermano.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.