UNO
NACIÓN DE MÖRR, CAPITAL DE RAESYA. AÑO 5798.
REJHËN. NUEVO GÉNESIS.
«In saecula saeculorum», decía el ostentoso letrero de la Central de Mörr, donde los que recién cumplían veinte años y un día de nacidos debían presentarse ante los dirigentes de la nación cuando se diera inicio a una de las tres rondas anuales de división de vocación.
Por los siglos de los siglos.
Ahí, el libertador de Raesya, Stephano Mayckey, observaría qué miembros de la poderosa sociedad que creó le servirían más para cada trabajo que sería designado por él. Sin importar el sexo de sus ciudadanos, el Gobernador pondría a quien quisiera a hacer todo o que mejor le pareciera.
Y yo me encontraba frente a la entrada del enorme edificio, un día después de mi vigésimo cumpleaños, justo cuando empezaba la segunda ronda de presentaciones, temeroso a lo que me pudiera encontrar. A mi lado estaba mi hermana mayor, Sara Dakken, quien pertenecía a la fuerza élite del ejército de nuestro dirigente.
Como si pudiera adivinar lo que estaba pensando, me dirigió una sonrisa tranquilizadora, tal vez para intentar calmar el leve temblor de la mano izquierda, aquella que sostenía con fuerza los papeles de inscripción.
Era el momento más importante de mi vida, aquel que definiría mi destino… y yo me encontraba cagado de miedo.
—Todo va a salir bien, enano —me dijo con cariño, a medida que su sonrisa se ensanchaba otro poco más. Asentí por inercia.
—Eso dices tú, que te entrenaste en artes marciales desde que tenías quince. ¿Yo qué hice? La pasé jugando con el viejo gato de la casa.
—Pues sí —admitió—, pero piensa en ello como que tienes una… ¿Cómo se dice? —Tomó mi formulario y repasó con rapidez las hojas del final, donde estaba escrito los tipos de aptitudes y destinos para cada habitante, según las habilidades que presentara en el interior de la Central—. Conexión; una conexión con los animales.
—Sara, sabes que ya no hay muchos de esos. De los reales, quiero decir —comenté cabizbajo—. La mayoría murió en la guerra del Apocalipsis Viral.
El enfrentamiento A.V., como solía decirle la gente para no mencionarlo en su totalidad ocurrió durante la primera mitad del año cinco mil trescientos, cuando los científicos de lo que entonces era Rusia, decidieron modificar la genética de las enfermedades existentes hasta aquel momento para crear un arma mortal contra Alemania, con quien comenzaba a tener nuevos roces que parecían presagiar una batalla; por supuesto, los otros tampoco se quedaron atrás. Empezaron a crear armas nucleares que al colisionar contra una nación, expandían un compuesto a base de mercurio capaz de asesinar a los habitantes de dos ciudades enteras con solo respirarlo. Esta mezcla se unió a los virus de los laboratorios a causa de un experimento, creando una batalla sin precedentes que duró siglos enteros.
Gracias a la suerte de un accidente, el joven Stephano de tan solo treinta y cuatro años, junto a un equipo especialista contra la A.V, descubrió una fórmula para la eliminación de los efectos de tan mortal arma. Entonces, los últimos destellos de la confrontación aparecieron para luchar por La Cura; sin embargo, para la mayoría de la población mundial había sido demasiado tarde, pues esta epidemia llegó al resto de los continentes hasta hacer desaparecer toda vida que contenían.
Muy pocos sobrevivieron, y tras la batalla que dio lugar en la antigua Moscú, Stephano se posicionó como la cara de la salvación, el libertador del mundo. El enemigo de la muerte.
Organizó, luego, una sofisticada ciudad futurista, gracias a los muchos aportes que las Naciones Americanas le ofrecieron; de repente, todos querían ayudar a la causa; y tras varios años de recuperación, los países se unieron alrededor del lugar, creando una nueva unión de países que pasó a llamarse Raesya. En ella, no podía haber ningún habitante que no contribuyera a su crecimiento, por lo que se implementaron sistemas de ordenamiento para que cada individuo, con ayuda de sus habilidades natas, entrara a un Centro de Entrenamiento para el futuro de Mörr, la capital de Raesya, y el resto de Estados. Nos catalogaban si servíamos y si no…; no volvíamos a aparecer.
Y veinticuatro años después de su formación, me encontraba a las puertas de lo que decidiría mi destino.
—Puede ser, sí —volvió a decir—. Por eso es que Ceniza es muy especial para todos nosotros. ¿Recuerdas cuando llegó a casa?
—Sí, después de la aceptación de nuestro padre al laboratorio de Vennen.
—Exacto; una vez me dijo que para su presentación ante el Gobernador no se preparó, no porque no pudiera, sino porque se encontraba viajando para tomar las fotografías que decoran ahora su hogar.
—¿Me estás diciendo que soy un flojo? Yo no he hecho nada para el progreso de Raesya.
—A parte de salvar la vida de ese gato que tienes, Ceniza —sonrió otra vez. Puso una mano sobre mi hombro con dulzura y tiró de mí con suavidad para darme un abrazo que duró apenas unos segundos antes de que las puertas se abrieran. Tras de nosotros, el resto de los recientes cumpleañeros esperaban a que dieran la señal para entrar; vi que como yo, la gran mayoría tenían un semblante temeroso—. Él te ama.
La vi apenas soltamos el abrazo y su sonrisa me contagió.
—Gracias.
Guiñó un ojo y se puso en posición firme cuando Stephano apareció al frente nuestro.
—Suerte. Sé que lo harás bien —se despidió brevemente antes de partir hacia el resto del pelotón que le correspondía para realizar un patrullaje de seguridad, y me dejó ahí, vacío.
Solo con el Gobernador, cuyo único ojo escudriñaba dentro de las almas de los que le veíamos con atención.
—Bienvenidos —clamó con voz gruesa. No necesitaba de micrófono—. Bienvenidos a las puertas de un nuevo amanecer, donde se encontrarán con todas esas pruebas para las que se han preparado desde que nacieron. Hoy, ustedes verán el finalizar de su vida joven, y se adentrarán en la sociedad como hombres y mujeres de la comunidad; serán parte de la poderosa Raesya, y como hicimos años atrás, cuando vencimos la gran guerra por la vida… —tomó aire. Parecía aprovechar el momento de silencio para que sus palabras quedaran impregnadas en la mente de cada uno de nosotros. No pestañeé cuando me vio fijo y sonrió—, serán los nuevos ganadores. Aquellos que lograron vivir, pese a las adversidades del Nuevo Génesis que creamos.