La cárcel de los rebeldes

CUATRO

CUATRO

 

 

 

 

—¡Te busqué por todos lados, eres como una de esas míticas cucarachas, escurridizas y pequeñas! —frente a mí, el cuerpo de un Tronn jadeante y al borde de un paro cardíaco tapó todo lo que tenía por delante. Intenté alargar mi cuello para poder ver lo que no podía por el ancho pecho que mi amigo tenía. Hacía ya un rato que me lo había encontrado, cuando El General pidió a todos los organizadores de la Central que dividieran a los jóvenes según el resultado de sus pruebas.

  Jamás sentí tanto miedo como en aquel momento.

  Mientras caminaba a la par de mi compañero, el vívido recuerdo de aquel ser come-hombres al devorar a las pobres mujeres y muchachos que no pudieron completar el examen con éxito; aún más que eso, daba temor el saber que Stephano era consciente de ello, mas poco le importaba de acuerdo a lo que me respondió cuando le pregunté por Tronn y me dijo que era muy probable que este muriera a manos de esa bestia o algo más.

  Mi corazón —quizá falso, quizá real— bombeaba con pavor a que el del nuevo «miembro activo de la sociedad» —como nos dijeron poco antes de salir, junto con un discurso demasiado aburrido sobre Raesya de casi una hora— a mi lado se detuviera por completo.

  ¿Qué haría si no sobrevivía a la primera semana del gran cambio?, ¿también nos enviarían con esa cosa de la puerta de Stephano? Odiaba sentirme débil, odiaba sentirme impotente.

  Odiaba sentirme yo.

  A la derecha estaba él, aquel hombre cuya vida peligraba por haberse arriesgado… por haber dejado todos los estigmas que su familia le impuso desde los diez años de edad. Para poder vivir, vivir de verdad.

  Él sí merecía ese futuro que por poco se le escapa de sus manos, en cambio yo… Yo había tenido pavor desde el momento en que Sara me dejó para irse con su propio equipo, la familia que le acogió desde que creció y se olvidó de esas niñerías que hacíamos hace pocos años. Tal vez Tronn notó que algo extraño me ocurría al callar, pues se acercó un poco más y me hizo parar para que lo viera directo a los ojos. Su ceño fruncido denotaba preocupación, e incluso llegué a pensar que él ya sabía la verdad que La Central ocultaba del resto de la sociedad del Nuevo Génesis.

  Intentaba comprender, de verdad que lo hacía… pero no podía. ¿Qué querían hacer ellos?

  Una mano se sacudió frente a mis ojos.

  —Mörr llamando a Jöel, Mörr llamando a Jöel, ¿hay comunicación en la línea? ¿Tenemos contacto? —rio a mi lado.

  Meneé la cabeza; me encontraba bastante desorientado y probablemente habría gritado a todo pulmón que por qué nos llevaban como ganado si éramos humanos, de no ser por el afable gesto que Tronn me dedicó. Tenía una sonrisa de medio lado que le adornada el rostro, y el cabello negro volvía más penetrante la azulada mirada clavada sobre mí.

  —Sí, sí lo hay —susurré al cabo de varios segundos. Tronn resopló satisfecho y volvió a dirigirse hacia adelante, mientras hacía el amago por seguirle el rápido paso. A cada minuto que pasaba, no podía evitar imaginarme a cuántos se había tragado el monstruo de Stephano.

  Sin duda, notó que mentía. Nunca he sido capaz de ocultar lo que siento, nunca. Como si dentro de mí hubiera un espejo que dejara a cualquier persona ver a través de él, desnudando cada uno de mis secretos.

  —¿De verdad?

  Tragué saliva. «No».

  —Sí.

  Se encogió de hombros y simuló una fruncida sonrisa; sin que me viera alcé la mochila que nos permitieron traer y cargándola, observé dentro de esta los resultados de ambas pruebas, en un intento de averiguar el motivo por el que él casi es víctima y qué fue lo que me salvó.

  Casi no entendía los extraños símbolos y números inscritos en el papel con relieve. Una tinta plateada oscura mostraba al final de todo un puntaje en base a trescientos; en la mía se podía notar un casi perfecto doscientos once. Suspiré de alivio, no me había ido tan mal. En cambio, al mirar el otro informe, la sangre se me heló.

  Aquel numerito de tono rojizo en el papel de Tronn indicaba un ochenta y cinco.

  En toda la historia de Raesya y lo que sabía por mis apasionantes noches de lectura y los temas vistos en el Instituto Mor-mor de la Señorita Graydance, nadie obtuvo una calificación tan baja.

  Todo eso significaba que era una prueba, que el examen aún seguía en curso… y que nuestras vidas todavía estaban en riesgo.

  —¿Sabes a dónde nos llevan? —preguntó luego de un rato. La estrella solar sobre nosotros, como le decía Sara al sol, alumbraba con poco ánimo tras una jornada de arduo trabajo; teñía el cielo entero de un tono naranja grisáceo, todavía afectado por los desechos y químicos que dieron origen al Apocalipsis Viral.

  —No lo sé —admití con renuencia a imaginar que nos enviaban directo a otra de esas cosas paranormales—, creo que a nuestro nuevo hogar o algo por el estilo —sonreí—. ¿No es genial? Será como en esas historias de nuestros tátara tátara tátara tárara… ¿tátara? —fruncí el ceño con gesto divertido—, abuelos le contaron al resto de la familia. Esos internados.



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En el texto hay: futuro postapocaltpico, distopia, lgbt

Editado: 13.05.2023

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