Desde afuera, la casa se vislumbraba a través de la bruma. Las paredes de piedra y el estilo de arquitectura español la hacían surgir de entre las nubes de humedad que la abrazaban. Se distinguía de las demás casas de la cuadra, no solo por su estilo sino también por el nimbo en que estaba sumergida, que no tocaba ni alcanzaba mucho más de dos cuadras a la redonda.
La primera vez que alguien veía la casa en el amanecer, pensaba en todas las historias de fantasmas y de miedo que Edgar Allan Poe pudo haber escrito a lo largo de su vida. Parecía una casa fantasma, traída directamente desde algún lugar de Granada, en España, para ocupar un lugar que le pertenecía por derecho propio.
La entrada principal sumergía al visitante en un recibidor con sillones de caña y almohadones amarillos a ambos lados de la estancia. Solo después de pasar por la puerta de vitrales de colores se llegaba al patio principal.
Adentro, un aljibe se desdibujaba entre la neblina del patio principal. Alrededor estaban las habitaciones, conectadas unas con otras. Es una casa antigua de las que se construían durante la época en que el país era colonia española, cuando era el Virreinato del Río de la Plata. Tenía dos cocinas de las que se usaba solo una, la otra estaba acondicionada como despensa. También, tres baños más ocho habitaciones. La señora Leman, el chofer Denver y la señora Rosa tenían sus habitaciones en la parte de atrás, junto a otra que se usaba de depósito de ropa blanca y vajilla ajada y un baño para uso del servicio.
Adelante, además del recibidor, cualquiera podía encontrarse con el comedor, la biblioteca (que el señor Weimann usaba también como escritorio y donde nadie debía entrar), la habitación principal del dueño de casa, la habitación de huéspedes donde habían instalado a Ada y una habitación cerrada con llave tras cuya puerta se escondía el fantasma de la casa.
¿A qué edad se deja de creer en los fantasmas? En Nebelhaus (Casa de la niebla), la presencia etérea, ruidosa y escurridiza era tan real como los miembros del servicio. Incluso tanto como el señor Johann Weimann, con disculpa de su estatus de señor de la casa.
La servidumbre de demás casas de la zona se persignaba al pasar por delante de la casa. Nebelhaus se había hecho fama propia a través del boca en boca que tenía su comienzo en las palabras de la señora Rosa y se hacían eco en los oídos vecinos durante las compras en el mercado. Allí, la señora Rosa había comentado los pormenores que la habían hecho llegar a la conclusión de la existencia del fantasma. Los ruidos, las luces tenues que se encendían y apagaban, las ventanas cubiertas de pronto por las cortinas pesadas. Incluso el señor había dejado ese dormitorio (otrora el principal) y se había mudado a uno destinado a los huéspedes. Sin dejar que nadie alterara el orden de la habitación del fantasma, la había cerrado con llave y se aseguraba de que solo él tuviera la única copia que abriría la puerta. Una vez a la semana, y bajo supervisión del patrón, la señora Leman entraba a la habitación, limpiaba el polvo y cambiaba las sábanas, así como el camisón de seda que colocaba siempre sobre la cama.
Por qué razón el fantasma había entrado en la habitación ahora cerrada era una pregunta sobre las que se tejían diversas conjeturas. La más repetida era sobre la historia de amor. El fantasma no sería otro que Pilar, la señora de la casa, fallecida en un accidente de auto. Las mujeres, más fantasiosas que los hombres, sostenían la teoría de que el amor entre los patrones era tan fuerte que había hecho volver de la muerte a la señora. El señor Weimann, consciente de esto, mantenía su habitación como cuando la dejó, con el fin de que se sintiera a gusto cuando viniera de visita. El hecho de que el señor Weimann entraba a la habitación de noche alimentaba las fantasías. Si bien nadie lo había visto con sus propios ojos y era solo parte del folklore que rodeaba a Nebelhaus.
Johann Weimann estacionó el auto en la calle Ascasubi al trescientos, a metros de la Plaza Pueyrredón, cruzando la calle Victoria Aguirre. Miró a su acompañante y le señaló la casa.
—Esta es Nebelhaus. Significa casa de bruma en alemán. No encontrarás muchas personas que hablen el italiano por la zona.
—Señor Weimann, yo no vengo a hacer amigos. Vengo a cumplir mi parte del trato y espero que usted cumpla con lo que prometió. ¿Vamos?
Pronto fue que Johann se dio cuenta que Ada no era una niña tranquila a quien podría manejar a su antojo. Si bien era joven, tenía la experiencia de vida que él necesitaba para poder contar con su trabajo y su discreción. Había hecho bien en ir a recogerla él mismo en lugar de enviar a Denver. Le había permitido conocerla antes que los demás.
Ada se bajó del VW Beetle, conocido en el país como escarabajo, y se acercó hacia el baúl. Allí esperó a su nuevo patrón para que le diera el equipaje que llevaba consigo: una valija de cartón prestada por una compañera del conventillo que se cerraba con una cinta atada, ya que el cerrojo estaba roto. Miró la casa de nombre alemán, que más que una casa era una mansión, y se sintió pequeña e insignificante. Cuando el señor Weimann se acercó a ella, cuadró los hombros, buscando parecer digna de ese trabajo que tantos silencios requería.
—Tome, fräu (Señora) Graf. Recuerde que usted aquí está representando un papel. El tiempo que pase trabajando en esta casa, usted será viuda de Nathaniel Graf, el hijo de un amigo de herr Müller. Necesitará un anillo de prueba. Este servirá.
La palma extendida de herr Weimann sostenía un fino círculo que Ada juraría que era de oro.
—No puedo aceptar algo tan valioso.
—No se excuse. Lo devolverá cuando termine el trabajo.
—¿Cuándo será eso?
—Nadie lo sabe. Ahora, komm schon (Venga).
La primera noche que tuvo que dirigirse a la habitación cerrada, cruzó el patio envuelta en un chal marrón sobre el camisón. El patio del aljibe estaba cubierto en brumas, como si el cielo oscuro hubiera bajado para encerrarse en Nebelhaus. Ada tembló, a causa del frío húmedo y de la inquietud que las nubes le causaban. Traspasó el patio. La puerta ya estaba abierta y la estancia estaba iluminada por velas. Entró en silencio y cerró la puerta por detrás. Johann, en mangas de camisa arremangadas y con varios botones desprendidos, ya estaba sentado en una de las sillas. Esperándola. Esa fue la primera noche que Ada trabajó para Johann Weimann.