La casa de la bruma

10. Io porto il tuo bacio[1]

Ella cantaba cuando creía que nadie la veía. Al son de la música que salía de su boca, movía lentamente sus caderas. El vientre empezaba a redondearse con el embarazo de seis meses. Ya pasaba mes y medio en que había llegado a Nebelhaus.

Ada bailaba al son de «Son figlia de migrante, per questo son distante, lavoro perché un giorno a casa torneró. La porti un bacione a Firenze, se la rivedo e gliene renderò».[2] Estaba ordenando su habitación, separando ropa limpia de la que tenía que lavar. Cuando se movía al son de su canción, su cabello ondulado saltaba en tirabuzones.

—Nico, adesso tu sei tutto per me.[3] —Acarició su barriga incipiente y le cantó bajito «un bacione a Nico», cambiando la letra de la canción.

No había nadie en la casa más que el patrón, encerrado en su biblioteca pensando en cómo hacer más dinero, pensaba Ada. Tomó el bulto de ropas y se dirigió al lavadero, que era una vieja cocina donde además se almacenaban los alimentos y elementos de limpieza, todo pulcramente en su lugar. La joven lavaba su ropa ella misma, a pesar de que la señora Rosa le había insistido en hacerlo ella junto con los de todos los demás. Pero Ada tenía muy arraigada la vida en el conventillo, donde cada cual se hacía cargo de su propia mugre.

«Io porto il tuo bacio a Firenze, che ll’è la tua città ed anche ll’è di me. Porti il tuo bacio a Firenze e mai giammai potrò scordarmi te»[4], seguía cantando Ada. No sabía que, a pesar de creer hacerlo en voz baja, su canción inundaba toda la casa. Así era una casa española, de nombre alemán y envuelta en la bruma de una canción italiana.

Io porto il mio bacio a Nico —cambiaba la letra y se reía, como si el bebé la escuchara y riera con ella.

Después de lavar la ropa, la tendió en el patio exterior que se escondía detrás de la casa. Hasta allí había cargado un fuentón de lata verde. Miró el cielo y pensó en lo poco que faltaba para la llegada del invierno. Sería tiempo de visitar a su familia, si pudiera esconder el vientre entre varias capas de ropa. Hacía demasiados fines de semana que tenía tiempo libre sin poder usarlo en visitar a su familia y amigas.

Va, fan gullo![5] Tú misma te lo buscaste. Habrá que ver qué pasará cuando llegue al conventillo con il bambino[6]. —Y después de este monólogo malhablado, cantó con fuerza, esta vez sí, como si en ello se le fuera la vida—. «Io porti il tuo bacio a Firenze, che ll’è la tua città ed anche ll’è di me».

Entonces se puso a bailar otra vez, tanto era lo que extrañaba el ambiente a Italia del conventillo. La música de los mayores y el baile de los más jóvenes, en conjunto con los juegos de los niños. Si tan solo pudiera traer algo de la Italia argentina a Nebelhaus, todo sería distinto.

Con la ropa tendida y el fuentón verde vacío, se sentó en un banco de madera y sopesó los casi dos meses que llevaba viviendo allí. Llegó a la conclusión de que se hallaba en el limbo. Era la secretaria personal del señor, y por eso la gente del servicio la trataba con la deferencia de una invitada. El mismo señor también la trataba distinto, como si fuera ella quien tuviera la facultad para decidir sobre las condiciones de su estadía allí. Era una libertad que nunca había tenido en el conventillo, y quizás tampoco mientras vivían en Bari. Incluso le permitía la entrada al cuarto de la difunta señora Weimann, algo que solo habilitaba a la señora Leman.

La señora Leman era agua de otro pozo. Ella se mantenía incólume ante cualquier situación, que sabía resolver sin dudar como si hubiera nacido para llevar adelante una casa. Ella era distinta con Ada, reflexionó la italiana. La señora era alemana desde la punta del rodete que siempre llevaba hasta la punta de cualquiera de todos los pares de zapatos negros que tenía. Su trabajo en la época en que la señora Weimann todavía vivía era evidentemente un gran punto a favor en su currículum. De eso daba cuenta el hecho de que el señor hubiera cambiado todo el servicio menos a ella. Ada había visto cómo limpiaba la habitación de la señora Weimann con sumo cuidado y cómo cambiaba el camisón de arriba de la cama casi con amor. Cada vez que la italiana entraba a trabajar en ese cuarto, el ama de llaves la miraba como a una intrusa.

La pregunta era: ¿a dónde pertenecía ella? Suspiró y añoró Italia, donde sabía quién era y a dónde iba. Suavemente, volvió a cantar sobre un beso para la ciudad italiana de Florencia.

_______________

La canción había empezado como un ronroneo e iba subiendo de volumen. Desde detrás de su escritorio, Johann Weimann escuchó las palabras en italiano que Ada, porque no podía ser otra, cantaba con voz de soprano, aguda y alta. Él dejó de mirar las listas de gastos en las que estaba trabajando y se dejó su mirada fija en la puerta, como si pudiera atravesarla y así escuchar mejor.

Era domingo y no había nadie. Sospechaba que Denver y Rosa tenían un amorío, pues salían siempre juntos de la casa. La señora Leman era todo lo que herr Müller le había prometido. Una mujer fiel a su trabajo que solo salía para visitar a su madre en la casa de retiro. Allí estaba en ese momento. Con todos afuera, solo la joven italiana y él habitaban las habitaciones de Nebelhaus.

Se acercó a la puerta y abrió lentamente. Ada debía estar en su dormitorio, donde pasaba la mayor parte del tiempo como consecuencia del vacío que le hacían los demás empleados. La trataban como a una invitada, por eso no podían verla como una de entre ellos. Para Johann, la secretaria estaba evidentemente un escalafón más arriba que Rosa y Denver; si bien a la misma altura que la señora Leman. Por esta razón muchas veces la consultaba sobre asuntos de la casa o del propio trabajo. No de los pasaportes, dado que ese se hacía en silencio y siempre de la misma manera; sino sobre las ventas y compras para sus campos en Capilla del Monte, en Córdoba.



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En el texto hay: historia, amor

Editado: 17.11.2022

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