La casa del Paraiso

CAPITULO VIII: Sorprendente curación

Aturdido aún, entró en su casa y por un momento se olvidó que su madre lo esperaba. 

Ella, sentada en la sala miraba la televisión, cuando Marcos entró en la sala se levantó y se alarmó al ver el estado en que estaba su hijo. 

—Marcos, ¿hijo que tienes?  

—Nada… cansancio 

De pronto Marcos cayó en cuenta de que era su madre quien le interrogaba. Ella que hacía más de 10 años no había dado señales de entender el mundo que la rodeaba.  

—¡Estas despierta! ¿Me reconoces? ¡Estás hablando! 

Lucía se sentó de nuevo en el sillón, bajó las pestañas, entreabrió los labios, su expresión era confusa, no parecía entender muy bien qué ocurría. 

—Sí, es como si hubiera despertado de un largo sueño. ¡Todo es tan extraño! Pero estoy aquí hijo y espero permanecer así, contigo, para ser la madre que no he podido ser todo este tiempo. 

—¡Estoy tan sorprendido! ¡Es como un milagro! Creí que nunca te recuperaría. 

 Marcos abrazó a su madre y lloró largamente en sus brazos. Lloró por los largos días de soledad y desesperanza, lloró de felicidad, lloró con miedo de volver a perderla y lloró por su situación actual, por la confusión que era su vida, por sentirse atrapado en un misterio que sentía se llevaría su existencia. No quería separarse de su madre. Deseaba volver a ser niño y quedarse en los brazos que le otorgaban seguridad, prometiéndole que nada podría salir mal. Lloró y quiso escapar de su destino, atado ya inexorable a la casa del Paraíso. 

Lucía acarició el cabello negro de su hijo. Se admiró del hombre en que se convirtió: su piel canela, la nariz fuerte, los ojos negros tan parecidos a los de ella. Sin embargo, el llanto desconsolado del muchacho le decía que no lloraba de felicidad, un enorme peso cayó en sus hombros al verlo así. Quizás se debía a los años de abandono involuntario y se sintió culpable. Cuando su hijo era un bebe las ilusiones la colmaron. Imaginó un futuro brillante para él y por supuesto ella acompañándolo, apoyándolo y compartiendo sus triunfos y fracasos, pero nada fue así. La vida le cobró con creces sus errores torciendo esos sueños. 

Ahora él se encontraba llorando en su regazo, agobiado por algo que ella no alcanzaba a entender. Sin embargo, el sexto sentido materno, le decía que algo oscuro y peligroso se cernía sobre su amado hijo. Tendría que protegerlo de la única forma que ella sabía. 

Cenaron en silencio, compartieron sonrisas afables y mantuvieron sus dedos entrelazados con temor de que todo aquello no fuera más que un sueño. 

Cuando terminaron de comer, Lucía se llevó los platos a la cocina y el muchacho se dirigió a su cuarto. Aun con la ropa puesta se acostó sobre su cama mirando el techo. 

Largo rato permaneció abstraído en silencio. 

Pensaba en la milagrosa recuperación de su madre. Debería estar feliz, pero los acontecimientos vividos en los últimos días no se lo permitían. Estaba obsesionado con la casa y su ocupante. Ella no era un fantasma, de eso estaba seguro. Era una persona real de carne y hueso que por alguna razón que no alcanzaba a comprender se encontraba viviendo en esa casa abandonada. Tal vez no tenía ningún otro sitio a donde ir. En realidad, no había razón para pensar que se tratara de algo sobrenatural ni que la casa estuviera habitada por espíritus o espectros. En el siglo XXI eso era imposible, los fantasmas y los seres sobrenaturales se habían extinguido hacía mucho tiempo. 

Tomó una decisión. A la mañana siguiente iría a la casa y hablaría con la mujer. Iría de día para apartar todo vestigio sobrenatural y la interpelaría. Le preguntaría quién era y qué hacia allí. Si hacía falta le ofrecería su ayuda. Tenía que acabar con aquel misterio falsamente creado por su imaginación febril. Se traería la casa al mundo real.  

Y así, con nuevos ánimos y esperanzas se quedó dormido. 

Pero no durmió, sufrió. 

Encadenó pesadilla tras pesadilla. 

Soñó que su madre había muerto y la encontró en la casa del Paraíso como un fantasma mutilado. 

Soñó con su habitación llena de miles de alimañas que caminaban por encima de su cuerpo hasta que con horror notó que también le recorrían por debajo de la piel y le hacían un ruido terrible en los oídos. Angustiado, en el sueño, tomó una vara y se perforó los tímpanos tratando de matar a los insectos que se habían introducido en sus conductos auditivos. 

Luego soñó con María. Se besaban desesperados. El ardor recorría todo su cuerpo y una tremenda excitación lo embargaba. Disfrutaba cálidamente del cuerpo de la joven.  Con movimientos salvajes y apasionados se entregaban el uno al otro en medio de besos y caricias, cuando por fin llegó el tan ansiado clímax, vio con horror el rostro desfigurado y la boca sangrienta de María que le sonreía lasciva. En medio del espanto bajó su mano al pecho para descubrir una mordida atroz que dejaba al descubierto sus vísceras. 

Cuando se despertó empezaba a aclarar, estaba empapado en sudor. 

Llevó las manos a su rostro cansado y bostezó. Le dolía tremendamente la cabeza. 

Tenía varias noches sin dormir, afortunadamente era sábado y no tendría que ir a trabajar ni a la universidad. Entró al baño a asearse y pensó con algo de temor en su madre. ¿Y si había vuelto a caer en el Alzheimer?, ¿y si la recuperación no era total? Se echó agua fría en la cara tratando de alejar el cansancio y aquellos pensamientos funestos. 

Salió de la habitación y encontró a su madre con un vestido de pequeñas flores cocinando el desayuno. Marcos respiró aliviado. 

—Buenos días madre. 

—Buenos días —contestó ella sin voltearse— En un momento tendré tu desayuno listo hijo. 

—No tenías que molestarte, mamá 

—No es molestia, me habría gustado haberte preparado todos los desayunos de los últimos años— dijo ella en tono compungido llevando un magnífico plato a la mesa de la cocina.  



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En el texto hay: angustia, brujas, sobrenatural

Editado: 29.08.2020

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