La casa del Paraiso

CAPITULO X: Sacando conclusiones

Marcos bostezó, se desperezó y saltó de la impresión.  

Estaba en su cama. 

Miró a todos lados, no lo entendía, estaba seguro de que no lo había soñado. La noche anterior la había visto: ¡Verónica! 

Bailó con ella, la tuvo entre sus brazos, probó sus labios. 

Y hasta allí llegaba su recuerdo. Frustrado, se preguntó «¿qué pasó después?». Por más que trataba no podía recordarlo.  

El sol brillaba con intensidad afuera, debía ser cerca de mediodía. 

Pensó en María. Tomó el móvil para enviarle un mensaje, esperaba que estuviera bien después de lo ocurrido el día anterior. Se dio cuenta que tenía algunos mensajes, uno del grupo de la universidad indicando que debía entregar una monografía al día siguiente, suspiró, no la había hecho. El otro era de Santiago, le preguntaba cómo estaba y que había pasado con la misteriosa casa. Su amigo estaba preocupado por él, sin duda era más sensible a aquellas cosas "paranormales", quizás le haría bien hablar con alguien. Le contestó el mensaje y quedaron para verse en un café al final de la tarde. 

A los pocos minutos, María le contestó, estaba bien y le pedía que no se preocupara por ella. 

Marcos frunció el ceño. No llegaba a entenderla, un día se le abalanzaba e intentaba seducirlo y al otro trataba de apartarlo como si tuviera alguna enfermedad contagiosa. 

Suspiró. 

Su madre tocó la puerta de la habitación. 

—¿Hijo, estas despierto? 

—Mamá, ¡buenos días! 

—¿Dormiste bien? —Lucía lo miraba con dulzura. 

—Sí—contestó Marcos, dándose cuenta que después de casi dos semanas había logrado descansar—, dormí bien. 

—Me alegro. Voy salir a comprar algunas cosas, tu comida está en la cocina. 

—Está bien. No te preocupes, estaré acá, tengo que estudiar. 

 Marcos la miraba sorprendido y maravillado. La recuperación de su madre era un milagro. Aún le costaba algo de trabajo acostumbrarse a la idea de que ya no tendría que cuidarla como antes. 

El resto del día lo pasó haciendo la monografía para la Universidad. 

A las cinco de la tarde se vistió y salió, iba a encontrarse con Santiago. 

Su amigo era un muchacho alto, de piel pálida y cabellos castaños. Le caía bien por su carácter sereno y su gran capacidad de escuchar y dar buenos consejos. Quizás Santiago era el único amigo que tenía. Se conocieron en el Call center hacia poco tiempo y casi de inmediato simpatizaron, sin embargo, ahora que lo pensaba, casi no sabía nada de él. Nunca había ido a su casa y era poco lo que conocía de su familia, apenas sabía que tuvo muchos problemas de niño por su extraña habilidad para ver espíritus. Había tenido una relación con una mujer que significó mucho para él: Isabella, sin embargo, no estaba enterado de la razón que los separó. Santiago siempre hablaba de ella y como lo ayudó a enfocar su habilidad paranormal. Ni siquiera sabía si Santiago vivía solo. Se sorprendió de lo poco que conocía de su amigo. A veces Marcos podía ser algo esquivo, encerrado en sí mismo, no se daba cuenta del mundo que lo rodeaba. 

Cuando entró al restaurant ya Santiago lo esperaba. 

El muchacho veía concentrado su teléfono, pero como si adivinara la presencia del otro, volteo y fijo sus ojos marrones en Marcos sonriendo inmediatamente. 

—¡Epa mano! ¿cómo estás? —dijo Santiago apretando la mano de Marcos y golpeando afectuosamente su hombro con la otra. 

—Todo bien, estaba terminando un trabajo para la universidad, pero necesitaba salir. ¿Que estas tomando? 

—Una merengada de pay de limón. 

Marcos bufó. 

—Con razón Fernando dice que eres toda una niña. 

—Ja,ja,ja. No le pares a ese loco, no sabe ni lo que dice. Y que más, ¿cómo va lo de la casa? 

Inmediatamente el rostro de Marcos se ensombreció. 

—Me están pasando cosas extrañas. 

—¿Qué quieres decir?, ¿cómo extrañas? 

—De eso quería hablarte. No duermo bien. Tengo pesadillas todas las noches, siempre relacionadas con la bendita casa. Y ahora... he tenido alucinaciones. Mi mamá me sirvió el desayuno y en lugar de huevos revueltos, vi la comida podrida con un montón de gusanos. 

Mientras Marcos hablaba, Santiago lo miraba con atención y rostro serio. 

—Ayer María fue a la casa a estudiar y todo iba bien hasta que de pronto se lanzó a besarme, no te voy a negar que me gustó, pero no me podía concentrar del todo en ella. De repente, María se separó de mí y se transformó en frente mío en la mujer de la casa. Su pelo se volvió rubio, toda ella se metamorfoseo en la mujer de la casa. Después, cuando la volví a mirar era otra vez María. Creo que me estoy volviendo loco, Santiago —Marcos se estrujaba las manos con desesperación. Dio un pequeño sorbo a su café helado y continuó con su angustiante relato. 

—Después de eso, María quedó como ida, como si no supiera donde estaba y se desmayó. Mi mamá vino, le untó unos aceites, le rezó algo y poco a poco se fue recuperando. 

—¿Tu mamá? —preguntó Santiago extrañado— Pensé que estaba enferma, ¿No tenía Alzheimer? 

—Esa es otra de las cosas raras, mi mamá se recuperó totalmente. Hace 3 días, cuando llegue a la casa después de la universidad, ella estaba perfecta. Como si nada hubiese pasado en todos estos diez años. 

 Marcos suspiró abatido. Sentía que toda la confusión de los últimos días le ahogaba y no dejaba que las palabras fluyeran con libertad, sin embargo, agradecía poder contarle todo a alguien. Santiago le observaba con atención. Su rostro desprovisto de incredulidad o burla, lo miraba con preocupación. Parecía creerle todo lo que le decía por más fantástico que sonara aquello. Sin duda, era afortunado de tenerlo como amigo. 

—¡Increíble! Me alegro mucho por tu mamá. 

—Sí, yo también —Marcos hizo una pausa y dio un largo sorbo a su bebida—. Ayer en la noche entré a la casa abandonada y me encontré con la mujer rubia. Estaba tocando un piano grandísimo que hay en medio de uno de los salones. Me dijo que se llama Verónica. 



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En el texto hay: angustia, brujas, sobrenatural

Editado: 29.08.2020

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