Los pajaros sueñan que cantan.
Les he visto mover las alas con los ojos cerrados, las plumas se les en-
crispaban de euforía pero el sonido nunca salía de sus gargantas porque aquellos picos no se abrían. Los musculos se contraían.
Los pajaros sueñan que cantan.
Estaban de repente encerrados en jaulas de cristal, de oro, de madera, o
de hierro. Estaban, de repente, en un silencio parecido a la tortura. Yo
les veía con los ojos cargados de una tristeza pasajera, haciendome
acreedor de un dolor que no me pertenecia, y que sabía, no se quedaría
a hacerme compañia.
Los pajaros sueñan que cantan.
Yo jamás habia tenido que hacer eso, no por obligación al menos, pero
ellos si. Los picos se les cerraban producto del terror durante el día, y de noche, ellos soñaban. Soñaban mucho, en grande, y casi desproporcionadamente.
Los pajaros sueñan que cantan.
Los otros pajaros no les comprendían porque ellos no cantaban. Ellos estaban callados. Guardados dentro de una caja oscura repleta de prejuicios y malas intenciones.
Los pajaros sueñan que cantan.
Sueñan con libertad. Con plumas, con aire. Sueñan con volar un cielo
celeste y despejado, con disfrutar de la altura sin miedo alguno a caer, a
que las alas se les quiebren repentinamente.
Los pajaros sueñan que cantan.