Sus palabras son mentiras.
Apenas ingresó al consultorio, se sentó. Me miro una sola vez a los ojos y despues cruzó las manos sobre los muslos, mientras jugaba silenciosamente con las mangas del abrigo verde oscuro que traía puesto, era la primera vez que la veía con un color como ese. Le pregunté cómo había estado aquella semana.
—Podría haber estado mejor.
Sus palabras son mentiras.
—¿Y eso porqué?— indagé como era propio de mi antes de apoyar los
codos sobre el escritorio blanco expresando nada más que confianza y
seguridad, dos cosas importantísimas en aquel momento.
Sus palabras son mentiras.
Se encogió ligeramente de hombros, una respuesta conocida. Pero su
expresión delataba que había más. Siempre lo había. Le daba vergüenza
decirlo, me lo había dejado en claro varias veces.
Pregunté de nuevo.
Insistí.
Sus palabras son mentiras.
Me relato sutilmente hechos aislados; me dijo que se había sentido ob-
servada, que se había sentido tonta, casi, al borde de la humillación pero nada de lo que me estaba contando servía como una prueba contundente que eso habia pasado. Era su cabeza, su propia ansiedad haciendo de las suyas en el interior. Ella no lo entendía, no como yo.
Sus palabras son mentiras.
—¿Pero...te caíste?— cuestione ante el hecho que me relataba. Sintió su
ansiedad en un estado critico al subirse a un colectivo, me expresó que
casi se caía y que todos la miraron, ella aseguraba que se estaban riendo
de su pequeño accidente pese a que no había visto a nadie hacer ni
siquiera una mueca más que de preocupación.
Sus palabras son mentiras.
Ella negó efusivamente, y recién allí pude reparar en su estado. Su cabe-
llo estaba desprolijo como si no hubiese tomado la molestia de peinarlo en días, sus ojos color café estaban adornado por dos extensas ojeras de un color más oscuro que su tono de piel oliva. Tenía una expresión
desesperada. Parecía estar quieta pero debajo del escritorio uno de sus
pies golpeaba el piso con sutileza una y otra vez. La mire fijamente y
noté la incomodidad, creía que la estaba juzgando de mala manera,
como solía creer siempre de todo el mundo.
Sus palabras son mentiras.
Le pregunte si había dormido bien, solo recibi la palabra insomnio como
una respuesta clara y conscisa a mis dudas. Un rotundo no. Y aquello,
no era bueno en ningún aspecto. Ella no lo notó, pero deje que mi
mirada se moviese entre los estantes de la pared detrás suyo. En todos
las fotos estabamos juntas. Yo sonriente y ella con una expresión más
regazada al lado mío, no queriendo llamar la atención de muchas más
personas a nuestro alrededor. Yo siempre había sido, de una manera u
otra, lo opuesto. Tenía mis inseguridades, claro, pero siempre veía todo
con razón. Las cosas debían presentarme pruebas para confiar en que
eran como mi mente creía. Ella no, ella siempre había sido irracional,
dejandose guiar por el miedo profundo de la no aceptación.
Sus palabras son mentiras.
Yo sé eso, pero no ella. Ella confia y cree ciegamente que todo lo que
piensa es verdad. Si la miran, es para juzgarla, ¿cómo podría ser para otra cosa? Debía esforzarse en vestir bien y estar correcta todo el tiem- po, con menos imperfecciones, menos fuentes de humillación. Jamás podía equivocarse, ¿cómo podría siquiera pensar en quedar en rídiculo
frente a más personas? Estaba obligada a sacar el peluche de la maquina
de un solo tirón, a subir las escaleras del colectivo correctamente y a no
trastabillar ni una vez por el movimiento de este una vez que estuviese
parada dentro, si no, sería la peor de las humillaciones. Debía hablar sin
trabarse ni por un solo segundo, ser clara, no tener que repetir las cosas.
No tenía que molestar jamás, ni meterse en una conversación para aportar una opinión controversial, porque aquello, podría generar malestar en los demás. Tenía que asegurarse de no tener nada de metal al salir del supermercado porque si la alarma sonaba aunque fuese un error, las personas iban a mirarla, a juzgarla. No podía equivocarse en la respuesta a una pregunta, ni preguntar si no sabía. Ella tenía la obligación de saberlo todo.
Sus palabras son mentiras.
Ella lo negaba incoscientemente, me decía que estaba bien, que esa
semana, su planilla de sentimientos había estado entre amarillo y azul; colores buenos, sentimientos buenos. Que su ansiedad no le había hecho sudar las manos, ni le habia aplastado el pecho como si se hubiese tragado una pelota de tenis. Me dijo que había hecho y dicho todo lo
que había querido sin propias restricciones.
Sus palabras son mentiras.
La miré de nuevo, eramos tan iguales pero distintas a la vez que me era imposible el no notarlo. Ella estaba mirandome pero sabía que no estaba allí, que su atención estaba puesta en todos los pensamientos que se le estaban formando en la cabeza sobre la vuelta a casa. Tendría que
salir, doblar la esquina que tenía el pequeño puesto de hamburguesas
ubicado allí e ignorar olimpicamente al pequeño perro que siempre le movía la cola cuando pasaba, siempre quería acariciarlo, pero las caricias implicaban detener su caminar, atraer las miradas de quienes esta-
ban allí, y quizás, el temible juzgamiento. Caminaría rápido, solo dos cuadras nos separaban, sus manos sudarían antes de llegar al semáforo mientras evaluaba que debía esperar de nuevo hasta que estuviese en
rojo para cruzarlo correctamente y no equivocarse en eso, un error
podría causar un accidente. Evitaría el contacto visual con la mayoria y
esquivaría a las personas lo más rápido para llegar a casa, y solo cuando
la puerta de metal se cerrase detrás de ella, solo allá estaria segura.