Agnis se hallaba en frente del primer ángel caído, era realmente una figura excelentemente esculpida, tenía todos los rasgos bien definidos: aquella escultura angelical parecía que estuviera embalsamada o, incluso, propiamente momificada. Asimismo, sostenía una gran espada que parecía resplandecer. Agnis estaba ensimismado interrogándose si era posible que dicha silueta angelical hubiese existido.
Mientras Agnis seguía absorto, se dio cuenta que había un gran rótulo frontal en el componente inferior de la escultura, que, por cierto, es el soporte infraestructural de dicha pieza armónica. El rótulo decía: «el flujo de la vida es la dinamicidad de la estaticidad». Agnis se extrañó un poco, parecía que se trataba de algún tipo de acertijo: lo iba a descubrir.
Encontrándose con el segundo ángel, detalló que la única diferencia con el anterior ángel caído era que este portaba una gran lanza y, a la vez, un escudo que parecía refulgir. También observó que tenía un rótulo en el mismo lugar: «La configuración laminar de los profusos haces se desconfigura con el flujo de la vida». Agnis comprendía el mensaje: trataba de explicar cómo revertir lo que fuese que tenía que ser revertido.
Hallándose enfrente del tercer ángel, atisbó que este estaba armado con un arco. Al igual que con los anteriores ángeles caídos encontró otro mismo rótulo: «La lámina de la profusión de los haces de luces es la ipseidad de lo que soy». Agnis comprendía que se trataba de explicar el porqué.
Agnis había comprendido, en parte, lo que se supone que tenía que hacer para que pasara lo que fuese a pasar, pero no entendía qué era el flujo de la vida. Sabía que los haces de luces se configuraban en la esfera cristalina que había visto en la azotea, pero sin saber qué es el flujo de la vida, no podía hacer nada al respecto.
Agnis regresó a su casa, entró por la gran puerta ornada de madera que transfiguraba grandes siluetas angelicales protegiendo un gran inmenso infierno detrás de ella. Antes no se había fijado de este detalle ornamentado. Haciendo caso omiso de la posible advertencia, se dirigió donde se encontraba su madre y le preguntó:
—Má, ¿qué es el flujo de la vida? —su madre, que se encontraba pintando sobre un gran lienzo, se volteó de manera brusca.
—¿A qué te refieres con flujo de la vida? —preguntó Rose sonrojada.
—No me estoy refiriendo, te estoy preguntando —dijo Agnis con desdén, su madre se tranquilizó y siguió pintando.
—No sé, la verdad… —dijo Rose mientras daba suavemente pinceladas en su lienzo—, pero creería que ha de ver con algún líquido —Luego, repensó sus palabras—: mejor, pregúntale a tu padre.
Agnis se ensimismó al ver a su madre pintar con ese color rojizo tan extravagante, él la veía totalmente abstraída en su mundo pictórico. Espabiló una vez más y se fue para donde su papá que se encontraba cocinando.
—Pá, ¿qué es el flujo de la vida? —preguntó Agnis con cierto dejo de intriga.
—No lo sé —contestó su padre. De repente, sin espontánea casualidad el papá de Agnis se cortó, una cortadura superficial, pero no grave. Agnis aguzó su visión y se quedó determinantemente mirando cómo la sangre fluía del cuerpo de su papá, se acordó de ese color rojizo con el que tanto goce su mamá daba pinceladas en el lienzo. Había encontrado lo que podía significar el flujo de la vida: la sangre.
Rápidamente subió al tercer piso de la casa, entró a su cuarto, intentó con cierta dificultad entrar en la azotea. Estando adentro, se trasladó hacia la esfera cristalina, se lastimó a sí mismo un dedo y dejó fluir la sangre en la esfera cristalina. Por un leve momento, las láminas de haces de luces que se coordinaban con los ángeles caídos se tornaron de un color rojizo dominante. Al final, la esfera cristalina quedó totalmente rojiza y de ahí ya no salía un solo haz de luz más. Luego, se fijó en los ángeles caídos: habían desaparecido o, quizá, nunca habían existido.
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Editado: 06.12.2020