—... Menuda sonrisa, ma.
Noelia, más conocida alrededor de Louane Town como Doña Pasteles, dejó la cámara de lado hasta que Bill con su mano suelta la tomó. Agarró con sus ambos brazos desnudos a John, hasta casi asfixiarle. El joven dio una mueca bien hecha de dolor, pero no aguantó las carcajadas.
—Será mejor que entremos, chicos.
Bill odiaba los Domingos de Misa, o al menos así comenzó a ser desde que llegaron a vivir a Louane Town. El pastor, mejor conocido como Richard; era un anciano de postura bien erguida y olor jactancioso. Una colonia que tenía el nombre de AquaNill, era la combinación de la menta y colonia barata. Al parecer, Richard usaba un frasco exacto al día. Pero no había de ser su olor jaquecoso, ni la ondulación de su espalda. No.
Le daba mala pinta a Bill. Era solo eso. ¿Solo eso? Su sonrisa también le incomodaba. Se le podía ver los dientes amarillentos y al borde de caérsele.
Pero era un pastor, y los pastores son gente buena y respetada.
Entraron los cuatro bien juntos, pero no apretujados. Tom, el pequeño Tommy; va de la mano de Bill quien sostiene a Carol de la otra. Noelia Doña Pasteles, lleva el brazo puesto en los hombros de John. Hay que aprovechar aun la baja estatura que aún tiene el muchacho, dice ella.
La misa no ha de extenderse por más de dos horas, a no ser que alguien dispusiera a subir al frente simplemente a dar su oración, o presentar testimonio de un pecado. Esto último nunca sucedía, no era por creer obviar el poder de Dios, sentían vergüenza por ello nada más. Siempre partía la ceremonia de la mano del Pastor Richard, hacía levantarlos a todos para dar una breve reflexión sobre la familia, el amor, y la abstinencia por el pecado; ahí se iban las primeras esperanzas de cada uno por irse al paraíso, no obstante, volvían después gracias a las herramientas que daba el pastor, en nombre de Dios. Así resultaba trabajar la religión ¿no? Había dicho una vez John mientras cenaban. Noelia le había mirado con el rostro desfigurado, había temor en él, temor de pensar si John ya no los acompañaría al paraíso. Pero su John era un adolescente que comienza a pesar por sí mismo, además de escuchar rock y salir con amigos, de los pocos que había en el Ricknald.
Tommy quedó junto a su hermano solo para no aburrirse más de lo que ya podía estar en aquel lugar. Para un chico de siete años, la iglesia es peor que el aula de clases. Bromearon ambos con la calva que se le estaba acercando a Pastor Richard. Como un monje Francisano, Tommy; y ambos rieron, a pesar de que Tom no comprendió por qué le causaba risa. Nunca lo sabría.
Al terminar la misa, casi al terminar; Karl Fritz subió al frente sin siquiera pedirle la solicitud a Pastor Richard, pero este aceptó con su real sonrisa, la que causa desagrado en Bill, y así fue: arrugó su frente dejando tres gruesas líneas marcadas.
Al ya estar en frente no se dio el tiempo de esperar a que todos allí callaran. Sus piernas tambaleaban de un lado a otro, y sus rodillas tiritaban.
—Hombres, Mujeres, y Niños; todos los reunidos en la casa de nuestro Señor. Ya todos conocemos los hechos crudos que ocurren la mayoría de los días, si quiera una vez por semana, da igual —Todos sabían a qué hacía referencia el señor Fritz, no había que ser nuevo en Louane Town para comprender que algo malo sucedía en el sur, precisamente en el Lago Ricknald. Las historias de este volaban por todos lados. Mas de alguno estaría ya pensando en una historia que vender.
—Siento que, como uno de los muchos de aquí, y como ser humano que ha de ser: en deber poner un límite a todo esto —Todos conocen a Karl Fritz además de ser el que más perdidas ha sufrido por esta ola de asesinatos, como un buen orador. Por ahora lo hacía muy bien.
—Hace años atrás, un amigo mío, salió a pescar con su buena niña. Frankie Kirchner nunca más volvió del lago. Quizá cuantos peces habrá pescado. Cuantos pudo haber recogido la pequeña Greta. Siempre aspiró pescar un salmón igual de grande como el que una vez logró su padre.
No pudo contenerse más y se envolvió en lágrimas, su figura ahora era solemne —ganó un premio gracias a ese salmón, logró decir y así terminar—. Sus lentes se le empañaron, la imagen de todos mirándole apenados se cubrió por una niebla gris. Se los quitó y los limpió con el borde de la chaqueta de su traje de domingos. Recobró la naturalidad en su habla, los sollozos expiraron.
—Es por ello por lo que necesitamos, con o sin el poder de Dios —Padre Richard le miró boquiabierto, como si hubiese oído una blasfemia en su propia casa. Eso acababa de suceder ¿no?—: trabajar por el bien de nuestros niños y mujeres que tanto amamos.
Todos asintieron, algunos se miraban coincidiendo con las palabras del señor Fritz. Unos ya más valerosos, se levantaron y le aplaudieron con toda la fuerza de sus palmas.