Alguien gritó mi nombre; fue lo último que oí antes de que mis pasos se convirtieran en el único sonido que me acompañaba a través de los tenues y solitarios pasillos.
Unas odiosas lágrimas me nublaban la vista, pero eso no me impidió seguir corriendo. No sabía qué estaba buscando, aunque en realidad no creía que estuviera buscando algo, si bien tampoco entendía de qué huía. Mi mente era un torbellino de pensamientos confusos, acompañados de los más extraños sentimientos que alguna vez hubiera experimentando.
Me detuve cuando llegué al pie de la escalera que llevaba al primer piso. Sentía como si mi corazón estuviera apretado dentro de un puño de acero; mi pecho ascendía y descendía bruscamente y tenía las mejillas bañadas en lágrimas. Me senté en el primer escalón, junté las piernas y las abracé con la cara apoyada en ellas mientras comenzaba a sollozar en silencio.
—Mel... —llamó alguien que se acercaba desde el pasillo por el cual yo había llegado corriendo.
Mis ojos nublados por las lágrimas me impidieron verlo con claridad. Fue su voz lo que me hizo reconocerlo y levantarme de un salto como si alguien hubiese gritado «¡fuego!».
—Kevin... —susurré secándome las mejillas con el puño de mi abrigo.
Él apuró el paso.
—¿Qué ocurre? —inquirió alarmado, deteniéndose frente a mí y escrutando mi lloroso rostro.
«Nada» hubiese sido una enorme y ridícula mentira, pero si intentaba explicar algo que ni yo misma entendía iba a acabar mintiendo de todas formas.
—No lo sé...
A pesar de que estaba susurrando, mi voz hacía eco entre las paredes. Todo estaba muy silencioso, ni un solo grito llegaba desde el campo de juego.
—¿Esto tiene algo que ver con Vera? —preguntó Kevin de repente. Lo miré desconcertada—. Es que... bueno, he notado que ustedes están más serias que de costumbre estos días, que ya no están todo el tiempo riendo y hablando en voz alta. Y también vi que no se sentaron juntas en el juego. ¿Qué pasó, Mel?
Me sorprendía estar descubriendo que Kevin era tan perspicaz. Y yo que había pensado que las cosas con Vera estaban relativamente normales...
—Sí —confesé con un hilo de voz, y dejé salir un largo suspiro—. Sí, tiene que ver con Vera. Pero no quiero hablar de eso, Kevin. En serio.
Él me miró preocupado, pero decidió no insistir. Entonces, sin preguntármelo ni meditarlo demasiado, respiró hondo y, acto seguido, me abrazó con fuerza. No dudé en abrazarlo de vuelta, un simple impulso que me hizo romper a llorar de nuevo. Mis lágrimas empaparon su hombro. Él no hizo más que intensificar el abrazo.
Cuando pude parar de llorar y recobrar un poco la postura, Kevin se apartó y me sonrió. Estuvo a punto de decirme algo, pero una voz que resonó en el pasillo pronunciando mi nombre nos interrumpió. Los vellos de los brazos se me erizaron al oírlo.
—¿Mel?
Allí estaba Jesse, a unos seis metros de distancia, contemplando la escena con recelo. El sudor pegajoso le hacía brillar la piel. Llevaba en la mano algo que reflejaba la luz de los débiles y pobres rayos del sol que se despedía.
—¿Qué ocurre? —preguntó dando unos pasos hacia nosotros—. ¿Te encuentras bien? ¿Por qué...?
Kevin lo interrumpió.
—Ella está bien.
Jesse le frunció el ceño.
—¿En serio? —inquirió con una leve nota de sarcasmo en su voz—. Porque su cara dice lo contrario. Y, por cierto, le estaba hablando a ella, no a ti.
A pesar de mi aturdimiento, miré a Jesse como si se hubiera vuelto loco. Era la primera vez que lo veía dirigirse así a alguien, ser en cierto modo «grosero». Aunque lo conocía hacía poco, nunca lo habría creído capaz de reaccionar de esa forma, y sin un buen motivo aparente, puesto que Kevin no le había contestado de mala manera. Claro que su actitud cambió después de oír el tono en el que Jesse le había hablado.
—Bueno, pues parece que ella no quiere hablar contigo, ¿cierto? —respondió, y un silencio intenso se extendió por unos segundos entre los tres como dándome la chance de intervenir, pero mi anonadado cerebro había sido momentáneamente privado de la capacidad de hilvanar frases y dejarlas salir en voz alta. Lo único que podía pensar, las únicas palabras que mi mente no dejaba de repetir, eran: «¿Qué diablos está pasando aquí? ¿Por qué estos dos se están hablando así e intercambiando miradas asesinas? ¿No era que se habían caído 'bien' desde un principio y hasta estaban a punto de hacerse amigos?». Algo me decía que había una parte de aquel «enfrentamiento» que yo me estaba perdiendo.
Jesse alzó las cejas en mi dirección. Interpreté su pedido silencioso, pero no pude decirle nada. Apartar la mirada de él me costó horrores, pero mirar al suelo me dolía un poco menos que mirarlo a los ojos.
—No te preocupes —dijo Kevin con aire triunfante al ver que yo seguía sin pronunciar palabra—. Yo me quedaré con ella y la cuidaré.
Jesse lo fulminó con la mirada.
—Mel —volvió a llamarme—. Mel —insistió. Mi terca forma de ignorarlo le hizo soltar un suspiro resignado. Esperaba que no pensara que me resultaba fácil comportarme así, pero no sabía cómo hacerle entender que, en aquel momento, lo que más necesitaba era estar lejos de él, aun cuando ni siquiera sabía bien por qué—. Está bien. Te dejo tus cosas. Hablamos luego. —Se acercó un poco solo para entregarle a Kevin lo que sostenían sus manos: mi cámara de fotos y mi mochila. Tras echarme un último vistazo, dio media vuelta y comenzó a deshacer el camino por el que había llegado. Junté coraje y alcé un poco la cabeza para verlo alejarse. Sus pasos hacían eco en los pasillos vacíos. Una ola de sentimientos contradictorios me invadió: no quería que supiera que lo estaba mirando, mientras que otra parte de mí quería que volteara una vez más y me viera. Pero eso no ocurrió.
Kevin guardó mi cámara dentro de la mochila y me ayudó a colgármela de los hombros.
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Editado: 02.03.2023