Hubiese deseado que el tiempo no pasara tan rápido, pero no pude hacer nada para refrenarlo y saborear un poco más la racha de días buenos que vinieron después de aquella noche fría en el parque del pueblo, donde todo finalmente salió a la luz, la confusión se aclaró, los sentimientos fueron revelados y, por primera vez en mi vida, todo pareció encontrar su lugar y encarrilarse. La sensación de ver cómo todo se acomodaba y comenzaba a funcionar correctamente después de unas semanas tormentosas fue tan extraña como placentera.
Jesse y yo quisimos mantener nuestra relación en secreto mientras pudiéramos, solo para evitar posibles momentos incómodos con los que, como nosotros, habían entendido todo mal desde el principio. Pero esa fue una tarea prácticamente imposible de llevar a cabo. Más pronto que tarde se hizo evidente que había algo más que una inocente amistad entre nosotros. Me era simplemente imposible resistirme cuando él, sin darse cuenta, intentaba tomarme de la mano, rodeaba mis hombros con su brazo mientras íbamos por los pasillos de la escuela, o me tomaba de la cintura al encontrarme en los casilleros. Sarah y Bryan fueron los primeros en atar cabos, y se mostraron tan poco sorprendidos como el resto de los que nos conocían.
¿Qué era lo que los demás habían visto y nosotros no? Ya no importaba; no quería repasar aquellos días ni revivir cómo me habían hecho sentir tanto a mí, como a Jesse, y como a Vera.
Hablando de Vera, ella no nos prestó ni una pizca de atención. Seguía sentándose con «las espinosas» y parecía haberse olvidado completamente de mí con una rapidez un tanto ofensiva, si bien aquello no dejaba de, en cierto punto, resultarme un alivio. Con la cabeza y el corazón más despejados, tuve que admitir que estar alejada de Vera me relajaba más de lo que me entristecía. Nuestros últimos días juntas habían sido muy tensos y estresantes. Igualmente, sabía que cuando el «furor» de mi nueva relación se desvaneciera un poco y el pico de felicidad se estabilizara, comenzaría a extrañarla más y dejaría de estar ofendida por la forma exagerada y dramática en la que ella había manejado las cosas cuando podría haberse sentado a hablarme con calma, si nuestra amistad hubiese significado algo para ella. Pero, quizá, nunca lo hizo; tal vez lo suyo solo fueron palabras, y yo nunca fui tan importante en su vida como creí haberlo sido.
El único que se quedó totalmente pasmado al descubrir que mi relación con Jesse había saltado ágilmente el escalón de la amistad, fue Kevin. Ya no volvió a mirarme, ni directa ni disimuladamente. Al igual que Vera, dominó el arte de actuar como si yo no existiera.
Lejos de sentirme tan mal como lo había hecho los primeros días después de que ellos dos hubieran salido de mi vida, estaba convencida de que, con los que se habían quedado a mi lado, tenía la mejor compañía que podría haber pedido.
Mis novios nunca habían tenido relación alguna con Sarah y Bryan, por lo que siempre me había visto obligada a organizarme para no descuidar ninguna de mis relaciones; pero ahora que estábamos los cuatro en el mismo grupo, las cosas marchaban perfectamente.
Para ser sincera, al principio pensé que estar todos juntos podría llegar a ser un problema cuando decidiera pasar tiempo a solas con Jesse (mi momento favorito del día, no podía negarlo), pero Sarah y Bryan demostraron ser más perspicaces de lo que yo pensaba, y comprendían perfectamente cuándo era momento de marcharse. Ni una sola vez dejaron entrever que lo que había entre Jesse y yo les molestaba o incomodaba, o que podía llegar a ser un problema para su amistad con él. Por el contrario, ellos siempre habían considerado unos «imbéciles» a los chicos con los que yo solía salir, y afirmaban que Jesse era la primera persona «decente» con la que estaba.
Y así, en un abrir y cerrar de ojos, nos encontramos yendo al último día de clases. No recordaba otro momento de mi vida en el que las semanas hubieran transcurrido tan rápido. Quizás el motivo de esa sensación era que ahora tenía una buena razón para preferir estar en el pueblo antes que en la ciudad.
La verdad es que ya no tenía motivos para querer quedarme en Bismarck, y lo que antes me había repelido de mi pueblo era lo que ahora me encantaba: el pequeño y viejo muelle que estaba cerca de mi casa, bajo el cual se encontraba el río en el que, durante años, Sarah, Bryan y yo habíamos remojado nuestros pies buscando pasar el rato cuando no podíamos ir a la ciudad, acabó convirtiéndose en mi lugar favorito. Después de mucho, mucho tiempo, volví a prestarle atención a las flores silvestres que lo rodeaban, que crecían libremente porque nadie las tocaba, y a las mariposas y mariquitas que revoloteaban alrededor de ellas. Y aunque todo aquello trajera a mi boca un sabor agridulce al hacerme rememorar las horas que había pasado de pequeña mirando esas mismas flores para huir de casa y no pensar en nada más que en los colores, las texturas y esos aromas que te inundaban los pulmones de dulzura, y también para hacer un poco feliz a mamá cuando cortaba unas cuantas que le llevaba de regalo y ella recibía con los ojos anegados en lágrimas, lo cierto era que nunca había pensado que un lugar abandonado y olvidado pudiera llegar a ser tan hermoso.
Jesse desconoció todo aquello hasta que acabamos convirtiéndolo en un auténtico «pueblerino», contagiándole ese mismo espíritu que mis dos viejos amigos y yo habíamos jurado que nada tenía que ver con nosotros. Al parecer, nuestro amor por la ciudad tenía algunas grietas que solo la vida de pueblo podía llenar: la libertad, la calma que era imposible hallar en cualquier ciudad, el silencio y la quietud, la brisa cálida, el «olor a verano» (como lo llamaba Bryan), las tardes enteras mojándonos en el río, comiendo y bebiendo entre risas, inventando juegos, contando anécdotas y haciéndonos compañía mutuamente...
Si me detenía a pensarlo, ¿cómo podría el tiempo no haber transcurrido tan deprisa?
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Editado: 02.03.2023