El sueño inquieto en el que había caído se vio abruptamente interrumpido cuando todavía era de noche. Un ruido fuerte me hizo despertar sobresaltada. Me incorporé con rapidez mirando a mi alrededor y tuve que llevarme las manos a la boca para ahogar un grito en cuanto distinguí una figura junto a mi ventana abierta.
Había alguien en mi habitación.
—¡Mel! —susurró una voz masculina—. No grites, soy yo.
Lentamente, bajé las manos y las dejé apoyadas sobre mi pecho, que subía y bajaba con brusquedad a causa de mi respiración trastabillante.
—¿Jesse? —pregunté en voz baja—. ¿Eres tú? ¿Qué diablos estás haciendo aquí?
Miré el despertador que reposaba sobre la mesa de noche: los números en la pantalla indicaban que eran las tres de la madrugada.
Lo oí suspirar. La débil luz de los faroles de la calle recortaba su silueta a medida que se iba acercando.
—No podía dormir. —Se sentó en mi cama, a la altura de mis pies—. Intenté llamarte, pero tu teléfono está apagado, así que decidí acercarme. No podía esperar hasta mañana, Mel. Hay algo que debo decirte.
La iluminación bastaba para poder distinguir el color de sus ojos. Nuestras miradas se encontraron y sentí la obligación de apartar la mía. Recogí mis piernas y las abracé. El metro de distancia que nos separaba parecía abismal, frío y cruel. Mi corazón se retorcía dolorosamente dentro de mi pecho. Gran parte de mí temía enormemente por lo que pudiera llegar a oír y deseaba no hacerlo, mientras que la otra ya se encontraba totalmente resignada y lista para lo peor.
—Antes que nada —comenzó Jesse—, quiero pedirte disculpas, Mel. Quizá me entrometí demasiado. Lo que ocurrió fue que me desesperé y no supe cómo reaccionar... No creí que lo que ibas a contarme tuviera semejante magnitud, y no fue mi intención gritarte. Lo lamento.
—Jesse, está bien —lo interrumpí—. Tengo que admitir que, muy probablemente, yo habría reaccionado igual que tú de haberme encontrado en tu lugar. No te preocupes, no estoy enojada. Y entendería si no quisieras volver a hablarme; no necesitas darme explicaciones.
Jesse entrecerró los ojos.
—¿Qué estás diciendo? —inquirió azorado.
—Seamos francos: no soy tu mejor opción. No soy la clase de persona con la que alguien desearía involucrarse. No después de saberlo todo sobre mí.
—Bueno, pues yo pienso que sería muy estúpido y cruel de mi parte decidir juzgarte y hacerte a un lado por algo que ocurrió en el pasado, Mel; algo de lo que tú no tuviste la culpa.
Apreté los labios y agaché la cabeza. Él intentó tocarme, pero yo me alejé de su mano. Lo oí suspirar de nuevo.
—¿Creíste que venía a decirte que ya no quiero verte? —preguntó.
—Sí —confesé.
—Pues, te equivocaste. Mel... vine aquí a decirte que yo soy la persona que mejor te entiende, la que mejor comprende cómo te sentiste y cómo te sientes.
Esbocé una sonrisa endeble y meneé la cabeza.
—Sé que cuentas con la empatía suficiente para intentar ponerte en mi lugar, Jesse. Pero no serás capaz de entender todo lo que sentí y lo que estoy sintiendo a menos que hayas pasado por lo que yo pasé.
—¿Y si te dijera que no pasé por lo mismo que tú pasaste, pero que sí sentí todo lo que tú estás sintiendo?
Alcé la cabeza y lo observé detenidamente.
—¿Qué? —inquirí con un hilo de voz—. ¿De qué estás hablando?
—Hay cosas sobre mí que no sabes, Mel; cosas que no planeaba contarte aún. Pero después de todo lo que tú me contaste, creo que mereces y necesitas saberlas.
Jesse tomó aire y lo dejó salir lentamente, inclinándose hacia adelante y apoyando los brazos sobre sus muslos, con la mirada clavada en el suelo.
—Sufrí de depresión aguda durante cinco años. Me diagnosticaron cuando tenía diez, y por mucho tiempo me la pasé entrando y saliendo de los consultorios de todo tipo de psicólogos, psicoanalistas y hasta psiquiatras que no conseguían ayudarme. Mi cabeza, mis relaciones, mis estudios, absolutamente todo en mi vida era un desastre.
Me quedé mirándolo, como a la espera de que, de un momento para el otro, él comenzara a reírse y me confesara que me estaba tomando el pelo, que lo que acababa de decir no había sido más que una broma muy pesada y de mal gusto; pero mi alivio sería tan grande que hasta acabaría uniéndome a sus risas.
Sin embargo, cuando se atrevió a mirarme a los ojos, lo único que vi en los suyos fue una profunda e inconfundible tristeza.
—Jesse... —susurré pasmada—. ¿Qué...? ¿Por qué...?
—¿Por qué no te lo conté antes? —me interrumpió él, y soltó una risa silenciosa que le sacudió los hombros—. Nos conocemos hace seis meses, Mel. No creo que mis años más oscuros sean un tema de conversación adecuado para comenzar cualquier tipo de relación, ¿no te parece? Digamos que las razones por las que tú mantenías oculto del mundo el «secreto» que me revelaste esta noche, son las mismas por las que yo oculté el mío. ¿Ahora seguirás creyendo que no sé lo que es el dolor? ¿Que no sé lo que es la vergüenza?
Me mordí el labio y sacudí la cabeza, apartando la mirada. El silencio fue tomando forma entre nosotros, pero no lo dejé crecer demasiado. Así como su curiosidad le había ganado al pedirme que le confirmara esa historia que se contaba en el pueblo sobre las atrocidades que mi padrastro había cometido, la información que él acababa de brindarme despertaba la mía al punto de volverla incontrolable.
—Jesse... —lo llamé. Él volvió a mirarme—. ¿Ese era el problema al que te referías cuando nos dijiste que ibas un año atrasado en la escuela?
Él se mojó los labios y agachó la cabeza. Tardó unos segundos en contestar, pero cuando habló, lo hizo mirándome directo a los ojos.
—Sí. Perdí el año porque intenté suicidarme. —Una sensación muy desagradable se extendió desde mi coronilla hasta la punta de los dedos de mis pies. Me quedé paralizada, observándolo sin parpadear—. Estaba cansado de luchar. Alcancé un grado de tristeza que ya no pude manejar. Sentía que ya no podía seguir, que había caído más profundo que nunca en el pozo en el que me encontraba, y no veía salida alguna. Así que tomé la decisión de irme de una vez por todas.
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Editado: 02.03.2023