Marcus y Larissa estaban sentados en el comedor, la cena estaba servida, pero era evidente el poco apetito que tenían.
Marc la observaba inquisitivo, como buscando una señal que le dijera que algo estaba mal
—¿Y qué vas a hacer ahora?, puedes descansar un tiempo y después comenzar un nuevo trabajo.
—Ese es mi problema —dijo Larissa
—No tienes que ser tan cruel conmigo, Lara.
Larissa se levantó de la mesa y salió de la casa hasta la calle, encendió un cigarrillo. Marc fue tras ella y se sorprendió de verla fumando.
—Nunca te había visto fumar.
—Es raro —dijo Larissa liberando el humo—. He fumado desde los quince años.
—No deberías hacerlo, dañas tu salud.
—¿Acaso estoy pidiendo tu consejo?, eres tan aburrido que amargas a todos a tu alrededor —espetó con cinismo, provocando que Marcus se sintiera desolado y humillado
—¿Por qué me estás tratando así, Larissa?
—Agradezco que hayas estado conmigo desde la muerte de mis padres, pero no quiero estar contigo —dijo Larissa y Marc alzó las cejas, sorprendido—. Entiende mis palabras, porque estoy terminando con cualquier relación que tengamos tú y yo.
—No estás hablando en serio —dijo con firmeza—. ¿Entiendes que si tomas esa decisión no podrás volver atrás?
—Estoy dejándote, no quiero que estés a mi lado —dijo con tal seguridad que Marc se quedó helado, su estómago era un nudo enorme que le hacía sentir vacío
—¿Por qué me haces esto, Larissa?, te ha ayudado y te he amado. Tú me amabas, éramos felices. Reconsidera, por favor, cuando hayas recuperado tus recuerdos comprenderás —dijo con angustia.
Larissa entró a casa y Marc la siguió
—Recoge tus cosas y márchate.
Marc trastocado caminó hasta la habitación donde dormía y tomó las pocas pertenencias que tenía acumuladas ahí desde la muerte de los padres de Larissa, luego volvió a encontrarse con ella en el límite de la puerta
—¿Estás segura de que quieres que me marche?
—No te cansaras de suplicarme —dijo arrogante y Marcus se fortaleció para no llorar.
Quería tomarla de los brazos y sacudirla hasta que reaccionará. Quería abrazarla y besarla con fuerza, hasta que reconociera que lo amaba de nuevo, como antes. Pero incapaz de rebajar su orgullo se negó
—Ojalá que te cuides y que mejores, ojalá que nunca te arrepientas de esto y seas feliz —dijo desconsolado
Ella asintió. Él salió con el corazón hecho pedazos, su cuerpo se sentía helado y una amargura se clavaba en su alma. Ella lo vio irse por la ventana. Larissa suspiró resignada y tranquila, sintiendo una nueva libertad dentro de sí
—Adiós, Marcus, Adiós —dijo y descansó sobre un sofá.
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Editado: 23.08.2021