Poco a poco empiezo a recuperar la conciencia. El sonido típico de un electrocardiograma a mi lado me ayuda a descubrir que me encuentro en un hospital mucho antes de que abra finalmente mis ojos.
El resplandor de la luz blanca que me golpea en el momento que los abro, provoca que al instante los vuelva a cerrar, un ligero gruñido se escapa de mis labios a raíz de la sensación de ardor y molestia que han sentido mis ojos por aquel contacto con la luz brillante.
—Sebastián. —La voz dulce de mi madre, me hace abrir nuevamente mis ojos para poder verla, esta vez soy capaz de mantenerlos abiertos hasta que finalmente me acomodo a la iluminación del cuarto en el cual me hallo. Esto es gracias a que mi madre colocó su mano sobre mis ojos de modo que la claridad no me impactará de manera tan directa. — ¿Cómo estás, cariño? —Pregunta al cabo de un par de minutos.
—Estoy bien. —Me limito a decir al momento de intentar sentarme en la cama, necesite de su ayuda para poder hacerlo. Por alguna razón siento mi cuerpo pesado sobre manera, mi cabeza ha empezado a general leve, pero continuas pulsaciones en mi cien lo que sé que solo augura una cosa, y esto es una migraña espantosa.
Mi madre se ha tomado un momento para examinarme y aunque intentó no demostrarlo yo por mi parte también. Soy capaz de mover todas mis extremidades, siento todo mi cuerpo, lo cual es algo bueno, sin embargo, no puedo evitar acariciar mi pierna derecha, ya de desde que desperté una extraña e incómoda sensación envuelve esta. Al tocarla no siento ningún dolor, pero si la percepción de que si debería, aunque aparentemente no tengo nada, todo mi cuerpo se estremece al tocarla.
— ¿Qué sucedió? —Indagamos al unísono mi madre y yo, uno al otro. Fijo mi vista en ella, se ve trasnochada, preocupada, asustada. ¿Y eso es por mi culpa? ¿Acaso le he causado preocupación y mala noche a mi madre?
—¿Qué paso? —Curioseo mirándola. Sus ojos azules parecen más apagados que de costumbre.
—Iré a buscar al doctor, así como a tu padre. Ambos han estado esperando que recuperaras la conciencia. No te muevas de aquí cariño. Vuelvo en seguida. —Manifiesta mi madre con la voz dulce que solo ella sabe poner, aquella que te hace convencer al instante de complacerla. Asiento en respuesta a sus palabras, y tras eso ella se pone de pie. —Vuelvo en seguida. —Reitera colocando su mano derecha en mi cabeza y acariciando mis cabellos, hecho esto se marcha de la habitación, dejándome solo.
Tan pronto como se marcha me libero de la sabana que cubre mi cuerpo y me incorporo en la cama, colocando mis pies al lado izquierdo de la misma. Al encontrarme ahora sentado puedo escrutar todo con mayor eficiencia.
Ahora mismo no llevo más que un largo y amplio camisón de hospital, mi ropa interior y un par de medias. La habitación en la cual me encuentro no tiene nada de especial. Es una habitación de hospital típica blanca sencilla, con mueble y decoración minimalista, con capacidad para dos personas, pero con solo una ocupándola por el momento. Recorro todo, solo estoy yo.
Mientras intento recordar lo sucedido inconscientemente comienzo a rascar mi muñeca, una ligera comezón empieza a brotar de esta y al fijar mi vista observo la razón, la intravenosa la cual hasta el momento no había capturado mi atención. Con ceño fruncido me quito esta junto a los electros en mi pecho.
Gracias a que mi hermano se interesó en la medicina, fui básicamente obligado a tomar cursos de enfermería, primeros auxilios y más, la esperanza de mis padres era que me interesara lo mismo, cosa que al final no paso así que desistieron, sin embargo, la información aprendida sigue conmigo.
Una vez me libero de todo lo que me mantenía atado a la cama, me pongo de pie, no obstante, al instante vuelvo a caer sobre esta. En el segundo que me incorpore un horrible mareo me hizo sentar, y como si eso hubiese sido la medicina para mi confusión, imágenes de lo sucedido arrollan mi memoria.
Tras recordar por qué me encuentro aquí, lo primero que hago es observar mi muslo derecho. Ahí no ha pasado nada, realmente no tenía nada. Vuelvo a incorporándome esta vez sosteniéndome con firmeza de la mesita a mi lado. Mi malestar solo tarda unos segundos para desaparecer, y tras hacerlo avanzo hacia el baño del cuarto.
Cerrando la puerta detrás de mí, lo primero que hago es lavar mi rostro con agua fría. Mojo mi cuello y enjuago mi boca con el agua, pero siento que no es suficiente. Por lo que introduzco mi cabeza debajo de la llave para luego abrir esta. Cierro los ojos y permanezco unos minutos en esa posición. Necesitaba relajarme. Me cuesta respirar un poco por el agua, pero al mismo tiempo empiezo a sentir como si la pesadez de mi cuerpo se derritiera y conviértase en agua.
—Sebastián. —La voz de mi padre me sobresalta, al intentar incorporarme con rapidez luego de escucharlo solo logro golearme con el grifo. Chillo por el golpe en el momento que logro incorporarme. — ¡Sebastián! ¿Estás ahí? —Me llama ahora tocando la puerta del cuarto de baño.
—Salgo en un momento. —Anuncio al ver como la manilla se mueve.
— ¿Qué estás haciendo? —Cuestiona tocándome la puerta.
—Nada papá ya salgo. —Grito mirándome en el espejo.
Me veía fatal. Mi rostro y todo mi cuerpo luce más pálido de lo habitual, mis labios y mejillas carecían de color, mis ojos irritados por el agua y para rematar mi pelo. Peino mi cabello hacia atrás y al no encontrar toalla con que secar mi rostro no me queda más que hacerlo con el mismo camisón que llevo puesto.
—Sebastián. —Abro la puerta en el momento que mi padre vuelve a llamarme, este al verme al igual que mama se toma un par de segundos para observar mi estado. — ¿Cómo estás? ¿Cómo te sientes? —Inquiere rodeando mis hombros con su brazo derecho mientras avanzamos hacia la cama nuevamente.
—Estoy bien. —Digo sin más, en cuento me hace sentar en la cama.
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Editado: 03.03.2024