Horas antes.
Casa de Arioch Deligiannis.
Narrador.
Once y cincuenta y tres de la noche. 11:53 P.M.
Faltaba poco para la media noche. Desde que habían regresado a casa él se encerró en aquella habitación escondida, de la cual ella se encontraba completamente vetada, no podía entrar, se lo había prohibido. Las pocas veces que intento acceder este la echo como cuál intruso o animal desagradable.
Luego de aquella discusión de ayer, ambos no volvieron a dirigirse la palabra, él literalmente le había plantado la ley del hielo; la ignoraba cada vez que ella se acercaba o decía algo, más no era indiferente por completo, dejaba claro que reconocía su presencia, aunque está al mismo tiempo lo incomodaba.
Ella por su parte insistió en dos ocasiones, pero luego desistió, no iba a molestarlo si él se encontraba de ese humor, no obstante, su pensar había cambiado. Estaba aburrida y para su desgracia el único en la casa con el que ella podría desaburrirse era él, por eso, en estos momentos se encontraba buscándolo. Ya había tocado dos veces la pared detrás del estante que oculta aquella habitación, sin embargo, aún no había respuesta. Cansada suelta un bufido y se recuesta del librero mientras patea el aire. Estaba harta de todo. Lo que más deseaba era tomar a Sebastián y ser libre, si tan solo todo fuese más sencillo, ella ya sería alguien y no tendría que seguir atada a él. Podría irse, salir, divertirse y disfrutar la vida, aquella vida que no había disfrutado desde hace años.
De repente se escucha el mecanismo de la puerta, sin embargo, esta se abre antes de que ella pueda alejarse por lo que inevitablemente en el momento que la pared se hace a un lado esta cae hacia atrás, sin embargo, es atrapada por él, quien la toma evitando su caída. Arioch la suelta al instante y la aleja.
— ¿Qué es lo que escondes ahí? —Indaga intentando ver hacia dentro de aquel cuarto, pero el pasillo oscuro le impide visualizar algo, además de que él se interpone en medio para que le sea aún más difícil ver algo. — ¿Sigues molesto conmigo? —Pregunta lo evidente justo en el momento que este presiona un control y la puerta detrás de él vuelve a cerrarse, convirtiéndose en la pared que concluye con aquella área donde se encuentran. —Ni siquiera me has preguntado cómo me encuentro luego de aquella paliza que me dio Joseph. —Rechina, pero este la observa con indiferencia.
— ¿Qué es lo que quieres? —Pregunta en tono serio mirándola.
—Primero que no me ignores. —Inicia juguetona abalanzándose sobre él y abrazándolo desde la cintura. —Segundo. Que me expliques qué es lo que pasa. —Finaliza sin soltarlo.
—No estoy de humor. —Gruñe quitándosela a la fuerza de encima y depositándola en uno de los sofás.
—Nunca lo estas. —Lo acusa.
— ¿Tú de verdad ignoras lo que está sucediendo? ¿O solo lo haces para molestarme? —Interroga escéptico de su actitud desinteresada.
—Desconozco todo. Explícame. Dime qué es lo que está pasando. —Pide frustrada poniéndose de pie. —Hasta que no me justifiques el porqué de tu actitud y la razón de porque no puedo liberarme de este último lazo, seguiré con mi plan. —Mantiene. Arioch suspira con pesadez mientras la observa. Pasan unos minutos en los que este nada más se dedica a observarla. Fue tal su silencio que ella gruñe harta. — ¡¿Entonces?! —Exclama molesta.
—Hablaremos mañana, aún tengo que finalizar algo, así que vete y ya hablamos. —Ordena, tras haber soltado un largo suspiro. Esta niega.
—Déjame acompañarte al menos. —Pide tomándolo de un extremo de su camisa. Ciertamente no está de ánimos para discutir con él, pero tampoco deseaba estar sola. —Me aburro a mares. —Confiesa haciendo un puchero, él se muestra indiferente ante aquel gesto, pero no le responde, y conociéndolo su silencio es la finalización del tema de conversación. Arioch presiona nuevamente el botón que abre la compuerta. Una vez esta queda al descubierto se adentra al cuarto. La chica lo sigue de cerca.
El pasillo que conduce al cuarto es parecido al de cualquier sótano por la oscuridad y humedad que embarga este, con la diferencia que no posee el olor de uno. Al llegar al cuarto, Arioch se dirige hacia aquel santuario que poseía, y toma asiento, la chica se para a su lado curiosa.
Arioch cierra los ojos y respira profundo, ella no tiene idea de lo que hace, pero por alguna razón se ve fascinante.
Un silencio sepulcral rodea el cuarto. La joven toma una silla y la deposita al lado del santuario de Arioch, de modo que pueda contemplarlo de frente. Arioch era un hombre intrigante, le sorprendía el hecho de que a pesar de todo el tiempo que tiene viviendo con él, en realidad no sabe nada de él, más que suposiciones y las pocas cosas que él ha llegado a decirle, las cuales no son muchas.
Por un momento su vista se posa en la repisa que tiene al lado. En esta Arioch pase varias cosas, como foto de Sebastián y su hermano, cuatro velones, dos rojos, uno negro y otro blanco, dos recipientes con ADN de ambos hermanos, así como varios objetos extraños. La chica no entendía qué hacía este con esas cosas, pero tampoco lo cuestionaba.
Ayer se pasó toda la noche encerrado en este cuarto y aunque no le permito ver que hacía; todo funcionó, ya que Sebastián no solo se notaba completamente mejorado, sino que tampoco recordaba nada de aquella tarde y noche, lo cual ella aún se encontraba indecisa de si era algo bueno o no.
— ¿Crees que Sebastián recuerde lo de ayer? —Curiosea sin poder evitarlo, luego de haberlo pensado, rompiendo de esta manera con el silencio y evitando que este se ensimismará más en su ¿Meditación? ¿Sueño? ¿Mundo? En realidad, no tenía idea de qué hacer.
—Probablemente, no buscaba que no recordara, así que eventualmente lo hará. —Contesta sin abrir los ojos.
— ¿Cuánto tiempo le tomará hacerlo?
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Editado: 03.03.2024