Diana llegó con dos tazas de chocolate caliente ya que me había rehusado a tomar café pues no era de mi agrado.
Mi vista estaba perdida en los sobres de azúcar y los panecillos.
– Dagon... – Diana tomó mi mano para que le prestara atención, lo cual hizo efecto. – ¿Qué es lo que pasa? – reflejó preocupación y sólo pude notar sus comisuras tratando de formar una sonrisa para transmitirme confianza.
– No lo sé, Diana... – respondí cerrando los ojos. – Estoy seguro que la vi, era igual. – hablé más para mí que para explicarle. – La chica – abrí los ojos con lentitud para observar la taza. –, la chica de mis sueños...
– ¿Qué pasa con ella? – dijo más tranquila al pensar que no era algo peor.
– Existe. – mantuve el contacto visual con mi profesora para que fuera más verídico. – La he visto: en la Academia, rumbo a casa y ahora más seguido. – resoplé tratando de no perder el control de mi mente.
– ¿Qué estás diciendo? – se burló un poco sosteniendo la mirada y buscando que en algún momento me riera con ella. – Estás bromeando... ¿verdad? – su sonrisa desapareció.
– La chica del cuadro... Ella se fijó solamente en el dibujo que había hecho de ella ahogándose; ella estaba hoy en la Academia, fuera, ¡en el jardín! – me reí un poco pensando que estaba volviéndome loco. – Puedes decir lo que quieras, pero te juro que ella existe. – me acerqué a la cara de Diana y ella no se apartó, sino que me observó con los labios entreabiertos y parpadeó rápidamente.
– Entonces... ¿Me estás diciendo que la chica con la que sueñas todas las noches, existe? – su ceño estaba levemente fruncido y sus manos se abrían tratando de explicarlo mejor.
Asentí con la cabeza.
– Dagon... ¿estás drogándote? – preguntó con cautela.
– ¡Diana! – la regañé.
– Lo siento, lo siento, pero, no puedo creer algo así, simplemente me es difícil. – señaló su pecho. – ¿Estás durmiendo bien? – la miré mal y ella sacudió la cabeza. – De acuerdo, pero no puedes juzgarme por pensar en eso, no es algo normal...
– ¡Ya sé que no es algo normal! – me acerqué aún más para demostrar confidencialidad. – Es por eso mismo que te estoy contando... Estoy comenzando a enloquecer, y ya no sé qué hacer o cómo reaccionar... – volví al respaldo de la silla y jugué con la boquilla de la taza.
– Mira, Dagon... No quiero juzgarte, pero eso es imposible... – negó con la cabeza tratando de sonreír. – sólo trata de ir a casa y dormir un rato, ¿quieres? – buscó mi mirada.
– No estoy alucinando. – repuse furioso.
– Y yo no dije eso, es sólo prevención, ¿sí? – observó su taza tratando de calmar las cosas. – De acuerdo... – se dió por vencida muy fácilmente porque sabía que no cambiaría de opinión. – Y suponiendo que ella existe – comenzó después de un silencio corto y yo volví mi vista a ella. –, y que ya la viste... – su expresión cambió totalmente. – ¿Cómo es ella? – sonrió. – Lo único bueno que puedes sacar de esto es que por fin puedes terminar tu dibujo.
– No, Diana. – la miré con un dejo de tristeza. – Ella no me mostró su rostro completo... Pero sí su cuerpo. – tomé una servilleta de papel de la mesa y saqué un bolígrafo de mi bolsillo para comenzar a dibujar lo más rápido posible.
– Dagon... Yo no creo que eso sea "verla"... – contestó observando mis acciones.
No contesté, estaba tan concentrada en el dibujo que lo terminé al instante.
Se lo ofrecí a Diana y ella sonrió.
– Tu proporción a crear cuerpos no puede ser juzgada. – observó el dibujo con orgullo.
– ¡No lo creé yo! – contesté con el ceño fruncido. – Ella existe.
Me miró con tristeza.
Tal vez Diana pensaba que estaba alucinando y estaba en su derecho. Pero yo sabía lo que había visto.
– ¿Sabes qué? Da igual. – me puse de pie y tomé mi chaqueta colgada en el respaldo.
– Dagon... – llamó Diana con tranquilidad y paré mi andar. – Sólo, ten cuidado, ¿sí? – sonrió.
La ignoré y salí por la puerta dispuesto a regresar a casa.
No estaba alucinando, pero, ¿cómo podía comprobarlo?
Mi celular sonó en mi bolsillo y al ver el identificador de llamadas leí el nombre de Diana en él.
Guardé el aparato en el bolsillo de la derecha y me acerqué a la barandilla de la banqueta para observar la hermosa luz del atardecer.
Diana no me creía, de eso estaba seguro, sin embargo, ella misma la había visto cuando fue a ver mis obras en la Academia.