Resignado esperé en la sala observando los cuadros que colgaban en las paredes.
Diana tenía una casa impecable, pero sobre todo, con un buen sentido de decoración.
Lo más probable es que llegando a casa comenzara a implementar el modelo que Diana estaba haciendo en este momento. No sabía por dónde comenzar a buscar, pero a juzgar por los hechos, esa chica vivía muy cerca de mí... Más de lo que creía, puesto que siempre tomaba mis rumbos y la veía de alguna u otra forma.
Lo que no lograba entender era el porqué de su constante presencia en mi vida y definitivamente tenía que llegar al fondo de todo.
Mentalmente preparaba mi discurso para proponerle ser modelo de una obra, pero temía con toda el alma que fuera a ofenderse o en todo caso a rechazar la propuesta.
– Está listo. – proclamó Diana sin ganas y dirigiéndose a la cocina.
Me inmuté de su presencia y me dirigí al estudio (directamente a la mesa) para buscar el dibujo que Diana había hecho para mí.
Tomé el dibujo entre mis manos y lo observé con fascinación.
Definitivamente Diana tenía el don de poder plasmar las cosas tal cual las veía.
– Es una nariz inusual. – habló ella llamando mi atención, tenía una taza cerca de su boca con algo de humo saliendo por encima. – Y muy bonita, tengo que admitir.
Asentí con la cabeza dándole a entender que estaba de acuerdo y volví mi vista al dibujo.
– Gracias. – lo alcé para indicarle de qué hablaba y le regalé una sonrisa.
Diana frunció los labios tratando de formar una sonrisa y volvió a la sala para dirigirse a algún lado.
– Tomaré una siesta, cierra cuando salgas. – anunció desapareciendo.
Guardé el dibujo como pude debajo de mi ropa para que no se perdiera o arrugara... O alguna desgracia.
Salí del hogar de Diana y me dirigí con muchos más ánimos a la calle de regreso a casa.
Por algún motivo sentía una paz increíble puesto que mis esperanzas habían crecido más aún.
De pronto las palabras de Diana se incrustaron en mi cabeza y mi sonrisa se borró.
¿Por qué tenía que ser así en un momento tan perfecto?
Decidí no pensarlo más y me dediqué a mirar al frente.
No faltaba mucho para llegar a los departamentos en el que se situaba mi piso y con el clima mucho mejor que nunca, me decidí a detenerme a observar todo.
Por alguna razón tenía la sospecha que después de que el dibujo estuviera semi completo, mi vida daría un cambio extraordinario. Sin embargo, aún teniendo la certeza de eso, no sabía realmente la razón.
Un bostezo de escapó de mis labios y observé el picaporte con la vista borrosa. El sueño se había apoderado de mi cuerpo y mis ojos se sentían repentinamente cansados.
Una vez adentro dejé mis cosas por ahí y el dibujo encima de la mesa de mi cuarto junto a los otros. Me recosté en la cama y me dejé llevar por las suaves fibras del colchón, las cuales me arrullaron.
No me opuse ante la idea de quedarme dormido puesto que el día anterior mis ojos ni siquiera se habían juntado. Estaba cansado y era necesario.
Me tumbé boca abajo y me enrollé en las sábanas como pude para alcanzar una postura cómoda y por fin quedarme dormido.
Era oscuridad, oscuridad entera y asfixiante. Estaba consciente de que estaba soñando, pero aún así no quería despertar.
Era un poco raro que incluso después de un rato las escenas siguieran sin aparecer, yo quería ver a la chica.
Pero incluso con las ganas, ella nunca apareció.
Desperté un tanto confundido y volteé a ver las luces verdes dentro del reloj digital.
No era tan tarde, de hecho, a lo mucho había dormido una hora y media. Fue el tiempo suficiente para que mi cuerpo se encontrara con las energías renovadas.
Me levanté consternado y fui a la mesa de estudio observando el dibujo y dispuesto a ponerme a trabajar.
Tratando de dibujar lo mejor que pude en el dibujo que anteriormente había desaparecido, me agarró un hambre infernal, tanto que decidí posponer mi obra y dirigirme hacia la cocina por un aperitivo.
Una vez saciada mi hambre volví al cuarto y observé el grafito desgastado aunque yo recordaba haberlo dejado bien afilado para que las líneas de la nariz no fueran irregulares.
Fruncí el ceño y parpadeé un par de veces tratando de comprender qué era lo que había pasado y resignado volví a sacar punta del lápiz.
Paré por completo mis actos y mi cuerpo se quedó estático.
Habían muchas hojas desprendidas del cuaderno que ahora yacía abierto y ultrajado. Todas ellas se esparcían por el escritorio con el lápiz marcado con fuerza formando una sola oración.
No es tiempo.
Mis ojos se mantenían muy abiertos observando las hojas y mi corazón latía rápido.
¿Estaba alucinando? Pero, era imposible, por una parte me alegraba, pues ya tenía pruebas físicas (válidas para mí por lo menos) de que existía.