Todo parecía marchar bien, incluso mi padre dejó que Zenda y yo compartiéramos habitación por dos razones:
La primera fue que Angélica lo convenció de que ya éramos una pareja formal y que sabíamos respetar.
Y la segunda y más importante, sólo restaba una habitación en la casa, la cual era mía y no pensaba dormir en los duros sillones de la sala.
Había anochecido demasiado pronto y las estrellas eran mucho más visibles puesto que no había tanta contaminación en el aire; fue entonces cuando escuchamos el dulce llamado de la nueva esposa de mi padre para que bajáramos a cenar.
La comida estaba deliciosa y fue entonces cuando mi papá comenzó a hacer algo que no consideraba muy usual de él.
– Entonces, Zenda, ¿de dónde eres?– preguntó con curiosidad a medio bocado.
La sangre me bajó a los pies y había olvidado por completo que las familias solían hacer un interrogatorio a la futura "esposa" de sus hijos o hermanos; tal vez lo había olvidado porque esto no solía pasarme a mí.
– De arriba.– sonrió Zenda y mi padre rió mientras mi corazón latía demasiado fuerte.
– Oh, entonces tenemos a alguien de Bad Goisern.– afirmó mi padre sin dejar que Zenda contestara puesto que tenia un pedazo de pera en su boca.
– Oye, querida... no has tocado tu carne.– recalcó Angélica y daba gracias a Dios que hubiera desviado el tema.
– Zenda es vegetariana.– contesté automáticamente.
– ¿Vegetariana?– preguntó mi padre con sus cejas fruncidas.– Pensé que "arriba" tenían de las mejores de las carnes.
– No soy vegetariana.– respondió Zenda mirándome mal.– Simplemente de donde vengo no suelen comer animales.– respondió y volvió a comer de su pera.
La mesa estalló en risas y de mí sólo salió algo como un resoplido.
– Bueno, Zenda, dime, ¿cuántos años tienes?– preguntó Angélica siguiendo con el interrogatorio.
No estaba listo para esto, porque sabía que Zenda veía demasiado normal el decir la verdad.
– Veinte años humanos.– respondió mirándome como si pudiera comprender que tenía que evitar a toda costa mencionar su verdadero origen y todo lo que conllevaba a la situación.
– Qué divertido.– rió Angélica y mi padre simplemente esbozó una sonrisa.
– ¿Qué estudias?– se interesó mi padre entrecerrando los ojos hacia la chica sentada a mi lado.
– Actualmente estoy en Artes Plásticas en la Academia de Hallstatt.– respondió tomando una uva del frutero.
– Ah, entonces ahí se conocieron.– quiso saber mi padre.
– Justamente.– respondí aliviado de que pudiéramos seguir el hilo de conversación sin tener que mentir tanto.
– Tus padres tienen que ser muy blancos, ¿no? – continuó mi padre con escepticismo.
– ¡Mike! – lo regaló Angélica por su incómoda pregunta.
– ¡Es muy blanca! – se defendió mi padre observando a su esposa.
– No importa – Zenda limpió su boca con una servilleta y continuó con una sonrisa. –, de hecho no me molesta en absoluto contestar. – se encogió de hombros. – Supongo que... Mi padre – me observó de reojo y agradecí a los Dioses por el disimulo de Zenda. –, no es muy blanco como nosotras...
– ¡Oh! ¿tienes hermanas? Qué sorpresa. – Angélica juntó sus manos con ojos soñadores.
– Ni se imagina. – sonrió Zenda ocultando un muy grande secreto detrás de sus comisuras y de un momento a otro me pregunté si era la naturaleza de sus hermanas lo que ocultaba u otra cosa.
– Dime, ¿cuántas hermanas tienes? – preguntó Angélica más interesada en Zenda que en su cena.
– Actualmente veintitrés. – respondió la chica de cabello cobrizo y mi boca cayó por los suelos a la vez que los rostros de mi padre y su actual esposa se deformaban tratando de entender un chiste que probablemente no existía.
– ¿Veintitrés? – preguntó mi padre sin poder creerlo.
– Sí. – sonrió la chica sin una pizca de humor. – Yo soy la más pequeña.
– ¿Cuántos años tienen tus padres, cariño? – las cejas fruncidas de Angélica dejaban mucho que pensar.
– Pues... – antes de que la chica sentada a mi lado continuara hablando toqué su pierna para que parara y la interrumpí.
– El padre de Zenda no podía tener hijos, así que fue una decisión muy generosa el adoptar a tantas almas que lo necesitaban. – mi padre se reclinó en su silla.
– Oh, son adoptadas. – rió y Angélica lo siguió. – Ya decía yo que tenía que haber empezado su vida sexual con diferentes mujeres.
– ¡Mike! – lo volvió a regañar Angélica y se disculpó con Zenda con una mirada apenada.