– Estoy totalmente segura de que quiero llevar este. – protestó Zenda al quejarme acerca de sus vestiduras.
– Zenda, por favor... – ladeé la cabeza observando su vestido que llegaba a la mitad de sus pantorrillas mientras fruncía mi ceño. – Si te caes tus piernas recibirán más impacto que tu rostro y espero que lo entiendas...
– Dagon, no me subestimes. – Zenda puso sus manos en sus caderas y negó con la cabeza. – Sinceramente, ¿cuándo has visto que me caiga por accidentes míos? – preguntó enarcando una ceja.
La chica de cabello oscuro tenía razón, sin embargo, aún me preocupaba que la ropa que tenía puesta no fuera del todo apta para poder escalar la montaña que queríamos.
– De acuerdo, hagamos esto: – junté mis manos en forma de petición para que Zenda entendiera mi preocupación por ella. – cámbiate, una vez lleguemos a una de las cabañas en la cima, puedes andar en vestido todo el tiempo que quieras.
Zenda abrió un poco su boca para aspirar aire y dispuesta a protestar, pero después de unos cuantos segundos suspiró y levantó sus cejas.
– Está bien. – accedió observando la casa detrás de nosotros para después devolver su vista a mí y frunció sus labios. – Pero voy a llevarme los vestidos que yo quiera.
Moví mis manos en un ademán de afirmación y ella se adentro a la casa de nuevo.
Observé toda la vegetación que nos rodeaba.
Un poco de paz me invadió, pero unos momentos después la preocupación y un mal presentimiento interrumpieron lo que había venido tan fácil.
– Dagon.
Al voltear, Zenda me veía con sus ojos tan hermosos. Parecía notar mi preocupación y por eso no mantenía una sonrisa como siempre.
– Estás mejor. – sonreí sin ganas; no podía realmente ignorar que había algo que no estaba bien, era sólo que no sabía cómo decírselo a Zenda sin preocuparla, además, probablemente era una paranoia mía.
– ¿Qué pasa? – la chica de cabello oscuro y ojos hipnotizantes se acercó y tomó mi hombro para animarme a contarle.
– Realmente no es mucho... Hay que irnos antes de que oscurezca. – le sonreí y ella no muy convencida tomó su mochila y la colgó en sus hombros con todo lo necesario.
Mi idea de escalar una montaña terminó en una Zenda muy insistente en quedarse en una de las cabañas en lo alto para observar lo bonito del amanecer y el atardecer.
No me desagradaba la idea y había avisado a mi padre antes de partir para que no se extrañara si no nos veía ahí.
Mientras nos dirigíamos a un punto clave para poder tomar un camino ya marcado (probablemente por algún vehículo), pensé que Zenda había tomado una decisión muy precipitada.
Su actitud estaba cambiando mucho conforme pasaban los días y sus estados de animo eran muy imprescindibles.
Sospechaba que Zenda sabía muchas cosas que yo no y una de todas ellas era el tiempo que nos quedaba juntos.
– Zenda... – la llamé para que me volteara a ver. – ¿Alguna de tus hermanas ha mencionado cuánto tiempo más nos dará Cronos?
La boca de Zenda se entreabrió para dejar una expresión de impresión al descubierto. Al parecer ya no podía disimular tan bien como antes, pero pronto se dio cuenta y recompuso su postura.
– ¿Por qué la pregunta? – dijo despreocupadamente.
– Últimamente pareces más apurada en querer hacer tantas cosas como puedas, además que parece que a todo estás diciendo que sí... Eso me preocupa un poco. – confesé y ella simplemente siguió caminando con los labios apretados. Como vi que no contestaba, insistí. – Zenda.
– ¿Eh? Oh... no, no realmente... – al momento en que volvió a abrir su boca para complementar su respuesta, una repentina tormenta acalló sus palabras y la lluvia inminente nos hizo correr a la cabaña más cercana que encontramos para refugiarnos bajo el techo. – ¿De dónde vino eso?
Zenda se asomó por la ventana para ver dentro de la cabaña y yo observé mi reloj y fruncí mis cejas.
– ¿A medio día? – imité a Zenda buscando señales de vida dentro para que tal vez pudieran darnos un poco de refugio de la lluvia.
– Parece que no hay nadie. – Zenda se despegó de la ventana y giró el picaporte de la puerta de entrada dando un muy fácil acceso al lugar.
Entramos y cerramos la puerta; el cabello de Zenda parecía estar muy húmedo por lo que mientras ella trataba de encender la chimenea, yo fui en busca de unas toallas.
– No lo entiendo, el cielo ni siquiera estaba nublado. – nos sentamos cerca del fuego para poder darnos un poco de calor.
– ¿Crees que sea obra de Cronos? – pregunté muy seriamente mientras sentía la mirada de Zenda posarse en mí.
– Muy probablemente. – regresó su vista al fuego. – Tal vez sólo sean mis hermanas... ¡qué frío! – se quejó con los dientes castañeteando en su mandíbula.