Lila regresó a jugar al ordenador sin decir una palabra. Me acerqué a su lado y me senté en la cabecera de su cama, justo sobre la almohada. Me di cuenta que me miró de reojo, con disimulo.
—Lila, necesito que entiendas que es la única manera de terminar con esto —le quise hacer entender, no me podía ir sin tener su aprobación, aunque sea de vaga manera. Quería tener la certeza de que podría regresar a esta casa.
Puso en pausa su juego y volteó en mi dirección. Insistió una vez más:
—Cele... llamemos a la policía.
Su rostro era de angustia.
—Ojalá fuera tan fácil. Mírame a la cara, ¿vez que esta roja? Ella me disparo a sangre fría. Una persona así no se detendrá, estoy segura que lo sabes. —Lila se puso a mi lado—. Me dijo que los próximos serían ustedes y no quiero que eso suceda, así que, aunque me odies por ello, tengo que hacerlo.
—Déjame ayudarte —me pidió, tomándome de la mano.
—Con todo lo que sucedió, no pude ayudarte a controlarlo. No es buena idea —expliqué. Agachó la cabeza y acerco su cara a mi pecho.
—Cuando supe sobre tu poder, estaba realmente contenta, era algo mágico y fantástico... pero ahora no puedo evitar pensar que solo trajo desgracias. Si no me dejas ir, entonces vas a prometerme por lo que más quieras… Júrame que vas a hacer todo lo posible para no matarla.
Pude notarlo, Lila estaba a punto de llorar. Me apretaba con fuerza con ambas manos.
—Cuando todo quede solucionado, ¿puedo venir aquí? —Asintió con la cabeza aún en mi pecho. Retiré mis manos de su agarre y la guié empujando suavemente sus hombros hasta dejarla tendida sobre la cama. La tenía bajo de mí. Estaba nerviosa, asustada, con la cara colorada de vergüenza. El ámbar de su mirada era delicado como la miel. Ella estaba en silencio, mirándome directamente a los ojos. Deslicé mis dedos por su delgado y pálido cuello, tocando con mis yemas cerca de la parte inferior de sus orejas. Despegué mis labios y tragué saliva. Tan cerca... No me animé. Y cuando estaba a punto de retirar mi rostro, pude sentir la calidez de un beso inocente, del contacto de los labios más bellos y rosados.
—Chicas, ¿necesitan algo? —Su madre llamó a la puerta, despegándome de súbito y alejándome unos cuantos pasos.
—¡No, ma…! —responde Lila, reincorporándose.
Tras escuchar como su mamá se alejaba, Lila me avisa:
—Le diré a Blanca que te quedaras a dormir en casa. —Refiriéndose a mi mamá—. Vuelve pronto. —Lila tomó su almohada para abrazarla y hundió su cabeza en ella—. Tienes sabor a metal —dijo con voz ahogada.
Se me dibujó una sonrisa tímida de oreja a oreja.
—Enseguida regreso.
Y antes de que marchara, me detuvo con la mano en el picaporte.
—Está a punto de llover, llévate un paraguas. Lo vi en la televisión; hay uno a un lado de la puerta a la salida, dentro del paragüero... obviamente.
Mi vieja bicicleta roja me llevó a lo de Sábita. Necesitaba la dirección de la profesora Violeta. Al tocar su puerta, me abrió a medias luego de preguntar quién era. La puerta entreabierta dejaba ver una cadena entre el rostro de Sábita, y un poco de lo que parecía una pequeña sala principal, con el televisor y un estante con chucherías. Le pedí amablemente que me indicara el camino, ofreciéndome que él podría acompañarme si yo quisiera. Me negué rotundamente. Aceptar que viniera conmigo significaría otra vez dejarle toda la responsabilidad. No podría tomar una decisión propia. Además, él no estaría de acuerdo de perdonarle la vida. Esto es algo que solo yo puedo hacer ahora mismo.
Me advirtió la posibilidad de que la profesora Violeta residía en otro lugar diferente. La casa en donde la mujer llamada Malva no escondía nada sospechoso, armas, traje, ni nada parecido que indicara que ella fue la persona que le disparó aquella vez. Sin embargo, era entendible que su hermana era quien ocultaba todos sus instrumentos, ya que era probable que Violeta nunca formara parte en el momento de actuar.
—Buena suerte, y buena decisión —se despidió Sábita. Sus últimas palabras siempre me daban que pensar.
¿En verdad esta es la mejor opción?, me pregunté tras alejarme una cuadra de distancia. Eso no importaba, porque era la mejor opción para que Lila no sufra por mi culpa.
Eran alrededor de las doce de la noche. De vez en cuando un auto pasaba por mi lado y alumbraba el camino. En ese lapso de tiempo la llovizna se percibía con mayor facilidad. Pronto llovería, los relámpagos se contemplaban en el cielo lejano. Iba a ser una tormenta eléctrica.
Después de unos veinte minutos, tal vez más, llegué a la altura 3334. “Debe ser esta”, dije en voz alta. Para ese entonces el agua caía con intensidad, así que me apuré y me coloqué debajo del alero. Era una casa elegante de blanca pared y puerta de madera oscura, con bordes y buzón dorados. En la parte superior y en los laterales tenía ventanas en forma de triángulos con marcos de madera más clara.
Estuve a punto de tocar la puerta. ¿Qué hago? Se supone que voy a... Largué un suspiro trémulo. Las gotas de agua me caían por la punta del cabello y podía notar que la sangre iba limpiándose de mi cara.
—¿Es esto lo correcto? —me planteé, para luego responderme—. No es lo correcto, como tampoco no lo es.
Esta es la acción que voy a tomar porque siento que es lo mejor.
Di un paso hacia la alfombra de bienvenida y me fregué los zapatos. La puerta parecía abierta, por lo que la empujé suavemente. Las luces estaban apagas. Avancé por un corto pasillo hasta una sala enorme. Arrodillada frente a una mesa ratona la sombra de mi victima aguardaba. Poco a poco levantó su cabeza y, en el reflejo del inmenso ventanal, me vio en la penumbra.
—No puede ser... —musitó.