Infierno Escarlata

Capítulo 37

Corre…Erriel… ¡corre!

Los pastizales se abrieron en dos, dejando que una silueta tan rápida como la luz saltara. La tierra se desprendía del suelo, dejando huellas por cada zancada.

No podía parar, era un momento crítico. Las alarmas saltaron en su interior al instante de oír la voz de su amiga suplicando ayuda.

Tenía que encontrar esa ayuda.

Erriel atravesaba las llanuras y se alejaba más y más del Reino del Norte, ansiando llegar a Racktylern.

Olía los rastros y fragancias que dejaron días atrás, bordeando lagos y saltando rocas.

Corre…Erriel… ¡corre!

Volvieron a escuchar sus inocentes oídos.

La voz de Edith hacía eco, retumbando todo el mundo del animalito. No soportaba verla sufrir, se ponía triste. ¿Lo peor de todo? No pasaban ni diez minutos desde que salió del reino.

Era sagaz, sí, pero nunca, aun rezándole a la madre naturaleza, podría llegar a su pueblo para pedir ayuda.

Sus ojos empezaron a cristalizarse, el viento provocó que largara una lagrimita.

Y pensar que las personas lo creían falto de sentimiento.

Despierta, Erriel… despierta.

De repente empezaron a llegar bombardeos de luz. Un haz azul como sus ojos cayó desde arriba, golpeando la tierra y sacudiendo todo Deimos.

Pudo ver como una persona salía de ahí. Era como un fantasma, un espejismo producto de su imaginación.

Era un zorro, no un humano. Su percepción del mundo variaba, alterándose con sus estados de ánimo.

—¡Apresúrate, amigo mío, llegarás pronto! —gritaba la luz, que pasó a ser Edith de un segundo a otro.

—¡No lo hará! —Otro rayo sacudió la tierra, pero esta vez de color negro.

Un hombre alto, corpulento y con mala cara salió de entre la luz. Era oscuro como la noche misma, y a su alrededor tenía una aureola de nubes rojas.

La interpretación que Erriel tenía de Octabious.

Tú puedes, viejo zorro. Confío en ti.

El zorro aceleró el paso.

¡Ríndete, alimaña! Tu amiga está muerta.

Las dos fuerzas empezaron a luchar entre sí. Erriel corría entre medio de estas dos, asustado por lo que su imaginación le plasmaba.

Era tal la inocencia de aquel animal, que su realidad se fusionaba con la ficción.

Llegó hasta un pequeño bosquecillo, lo atravesó en cuestión de minutos. Y al otro lado de la arboleda…

Edith despertó en un salón a oscuras. Le temblaban las piernas, y su mandíbula se corría un poco a causa del dolor.

Miró a sus alrededores para encontrar soluciones, pero la migraña empezaba a aumentar. ¿Cuánto tiempo pasó? ¿días, meses o años?

Se miró las manos y vio como estas se encontraban en buen estado a pesar de algunos cortes.

—¡Soltadme, desgraciados! —alzó la voz, pero nadie contestó—. ¡Soltadme!

De pronto se oyeron pasos. Las cortinas de una rendija se abrieron, dejando que la luz entrara.

Estaban en una especie de calabozo que tenía ventilación conectada con las afueras del castillo. Se veían algunos árboles por ahí, y la luna.

Era de noche aún.

Sintió como algo, o alguien, caminaba detrás de ella. Uno, dos y tres escalofríos, tan grandes como un tempano de hielo.

—¿No aprendéis más? —dijo Katerina, saliendo de la oscuridad. Los sonidos de unas cadenas tronaron por toda la sala de torturas hasta detenerse.

Perfectamente armado. Se asemejaba a un espectáculo teatral, y Edith era el público.

¿Qué podía esperar de un par de locos?

—Vosotros… vosotros no aprendéis —exclamó la bermeja, tartamudeando del miedo—. Sois tan crueles que matáis por gusto, ¡sois unos monstruos!

—¡Cállate, cállate o te mato! —contestó Octabious—. Sois tan tercos, vosotros pelirrojos, que vais en contra de la ley y creéis que matándome solucionareis algo.

Octabious tomó un cuchillo y empezó a revolearlo. Miró a Edith, con una mueca de rabia, y se acercó hasta ella para apuntarle en la cara:

—No deseas que arruine tu bello rostro más de lo que esos vidrios hicieron. —Apartó el arma—. Habla, maldita, y dime tu nombre de una vez.

—¿Y si no lo hago? —respondió la pelirroja.

El rey tomó el brazo de Edith. Deslizó el filo del cuchillo sobre su piel, dejando que la sangre empezara a salir.

Cortes leves, pero dolorosos.

Retorciéndose de dolor, la colorada gritaba. Era horrible, peor que ser picado por mil abejas o atacado por un oso.

Conforme Edith veía la sangre, un destello de recuerdos la acobardó. El rostro de Octabious pareció desfigurarse, y en él apareció la cara del soldado al que había matado tiempo atrás.



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En el texto hay: fantasia, misterios, aventura epica

Editado: 20.07.2022

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