Infierno Escarlata

Capítulo 44

El cesar de los espadazos y las flechas cruzando el cielo lo dieron todo a entender: el conflicto terminó, y, junto con él, muchos guerreros cedieron a la muerte.

No hubo un bando ganador. Los dos terminaron sumamente debilitados, pero el temor y las pocas fuerzas hicieron que retrocedieran.

¿El entorno? Un completo caos. Cadáveres apilados, charcos de sangre y algún que otro herido retorciéndose de dolor llenaban el aire de una tensión tajante, difícil de disipar.

Era una hecatombe.

Erriel olfateaba la sangre, sin prestar mucha atención a lo que sucedía cerca de él. Lo que no sabía, era que Edith encontró algo muy preciado, algo que su inocencia animal no podía comprender…

Reencontrarse con un ser amado después de años.

—Hola, padre mío, ¿me extrañaste? —dijo luego de desatar la soga—, porque yo sí.

Tobías quedó pálido. No reconocía si su mente le jugaba una mala pasada o si sus ojos veían con certeza. Se los frotó, tratando de alejar las alucinaciones, pero Edith no desapareció.

—Hi…hija, ¿Edith? —preguntó, aún traumatizado por la muerte de Nora.

Todo pasaba muy rápido. Era demasiado confuso.

—Soy yo. —Le acarició la mejilla para luego abrazarlo—. Me encuentro aquí, hube venido a rescatarte.

La pelirroja se apartó, viéndolo otra vez a los ojos. Esta vez, Tobías dejó salir las lágrimas, sin temor o vergüenza alguno.

—Hija mía, ¡tantos años! Gracias a Dios, ¡gracias a Dios! Que grande has de estar —gritaba él, aún incrédulo. Su rostro se sumergió otra vez en el hombro de la pelirroja, abrazándose aún más fuerte que antes.

Las palabras no eran necesarias en un momento así.

Y cuando el tiempo pasó, la necesidad de regresar al bosque empezó a urgir. No podían descuidarse, cualquier paso en falso podía significar otro conflicto.

—Debemos partir cuanto antes —dijo ella—, no podemos esperar a que Octabious nos devuelva lo que le dimos. Tobías, hay que huir del matadero.

El hombre asintió con firmeza. Se pusieron de pie, y cuando estuvieron a punto de partir, el hombre recordó algo. Algo que no podía pasar por alto.

—Espera, niña. —Detuvo el paso.

—¿Qué sucede? —contestó la colorada, confundida.

El sujeto tornó la vista hacia atrás, viendo el desorden. Se dirigió al cuerpo de Nora.

Edith quedó consternada. ¿Qué intentaba decirle, levantando a Nora Henderson del suelo?

—Enterrémosla, por favor —imploró él, cargándola en sus brazos.

Nora se balanceaba con cada paso de Tobías. Su mirada estaba petrificada, tenía los ojos saltones como los de un búho… un búho cruelmente sofocado.

 —¿Luego de todo lo que nos hubo hecho, padre? Esa mujer no merece el resp… —Y cuando quiso terminar, el canoso la interrumpió.

—Estos últimos instantes junto a ella me permitieron ver más allá del rencor. Edith, mi niña, concédeme el pedido y ayúdame a brindarle un descanso en paz.

La chica bajó la mirada.

¿Enterrar a su madre, luego de las injusticias que le hizo vivir? Iba en contra de su propia voluntad, por nada en el mundo le daría aquel privilegio. O sí.

Miró a su padre, que aun cargaba sus demonios del pasado, y entonces accedió. Si no era por ella, era por él.

Sin decir mucho más, la inmensa ola de rebeldes tomó rumbo hacia el norte, donde la protección de Pocatrol los esperaba. Tardarían dos días, nuevamente, en volver hasta ahí.

Y ese tiempo fue aprovechado por todos para recordar el verdadero motivo por el que peleaban. Por la injusticia de un mundo oscuro, y por derrocar la tiranía de los superiores.

Además, padre e hija tenían mucho de lo que hablar. Parecían recién conocidos, sabían muy poco el uno del otro. Deberían reforzar aquella relación para poder retomar lo perdido.

Y, sin que cayeran en cuenta, los dos se dirigían al mismo lugar en el que, hace tiempo atrás, sus caminos se separaron.

28 de enero — invierno de 1617.

La portezuela se abrió, dándole paso a los rebeldes a que entraran a su refugio. Racktylern estaba un poco vacío, pero las pocas personas que no fueron a la batalla se asomaron para dar la bienvenida.

Entre ellas, Moira.

—¡Edith! —Corrió a abrazarla.

La pelirroja mayor sonrió entusiasmada, alegrándose de ver a su amiga. Tenía aires nuevos, una energía mucho más alegre.

—¿Cómo has estado, pelirroja? —dijo Edith, acariciando su mejilla.

—Nerviosa, nerviosa y ¡nerviosa! —largó un gritito—. Pero, ha de alegrarme verte bien. ¿Cómo os hubo ido?

—Bueno… no todos llegaron vivos a Racktylern. —Se frotó las manos—, pero pudimos mantenernos firmes, y logramos rescatar a… —Quiso presentarlo, pero el viejo ya estaba saludando a Moira.



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En el texto hay: fantasia, misterios, aventura epica

Editado: 20.07.2022

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