—¿Qué crees que haces aquí?— preguntó Dresden a Huber al verlo en su sala privada.
—Cálmate, Dresden. Solo admiraba tu colección de armas— le replicó Huber, posando su mano sobre una espada magnífica que descansaba en una caja de madera—. Ésta, por ejemplo— dijo, levantando la espada y probando el balance—, ¿de dónde la sacaste?
—Deja eso— le advirtió Dresden.
Huber le dedicó una sonrisa burlona y levantó más la espada para admirarla. El pomo tenía tallada la imagen de un sol, la guarda con los extremos en punta curvados hacia la hoja, tenía tres símbolos tallados. Huber movió la espada contra la luz de la ventana para poder ver mejor los espirales entrelazados grabados delicadamente en la acanaladura de la hoja.
—No estoy jugando, Huber. Deja eso— le volvió a advertir Dresden.
Con un movimiento rápido e inesperado que tomó a Dresden por sorpresa, Huber avanzó tres pasos y posó la espada en el cuello del rey.
—Yo tampoco estoy jugando, Dresden. Dime de dónde salió esta espada.
—Llamaré a mis guardias— amenazó Dresden.
—Te cortaré el cuello antes de que puedas articular palabra— le respondió Huber, apretando la espada hasta que brotó un hilo de sangre.
—No me matarás, me necesitas.
—Saber de dónde vino esa espada está más alto en mis prioridades que tu vida, Dresden.
—¿Por qué es tan importante?
—Solo dime de dónde vino.
—De acuerdo, está bien— dijo Dresden, levantando las manos en señal de rendición.
Huber retiró la espada de su cuello, hurgó en un bolsillo de su pantalón y sacó un pañuelo que arrojó a Dresden. El rey se lo apoyó en el cuello para parar la sangre del rasguño hecho con la espada.
—Hace un año, un extranjero apareció en Colportor— comenzó Dresden—, traía esa espada.
—Descríbelo.
—Alto, cabello largo...
—Ropa— lo cortó Huber—. Dime cómo estaba vestido.
—Túnica blanca con los bordes bordados en plata, una capa plateada que parecía estar tejida con algún tipo de hilo de plata, cinturón de cuero con los mismos símbolos de la guarda de la espada, pantalón negro, botas altas de cuero negro.
—¿Traía un anillo?
—¿Anillo?
—Un anillo con una perla.
—No, no había ningún anillo.
Huber se quedó pensativo por un momento.
—¿Conoces a ese hombre?— preguntó Dresden.
—¿Qué pasó con él?— quiso saber Huber, ignorando la pregunta de Dresden.
—Llegó hasta el palacio, hasta mis propias habitaciones. Nadie parecía haberlo detenido. Dos de mis guardias estaban conmigo. Desenvainaron sus espadas e intentaron atacarlo. El extraño los desmayó con su mirada.
—¿Qué quería de ti?
—No lo sé.
—¡No me mientas, Dresden!
—Te lo juro, Huber, me preguntaba cosas sin sentido. No entendía de lo que estaba hablando.
—¿Qué fue exactamente lo que dijo?
—Quería saber si yo había sido responsable de los eventos en Cryma. ¡Ni siquiera sé dónde queda Cryma! Mucho menos lo que sucedió allí.
—¿A dónde fue luego?
—A ninguna parte. Mis hombres aparecieron en la habitación, fuertemente armados. El extraño me hipnotizó con su mirada, no podía moverme y comencé a sentir la urgencia de detener a mis hombres, de ordenarles que se retiraran. No alcancé a dar la orden, uno de ellos alzó su lanza y lo golpeó en la cabeza, desmayándolo. El efecto de su mirada sobre mí se cortó al instante. Ante una amenaza semejante, debí actuar rápido.
—¿Lo mataste?— preguntó Huber, un brillo extraño danzando en sus ojos.
—No, solo lo despojé de su poder y lo encadené en una celda.
Huber lanzó una risa nerviosa.
—¿Lo despojaste de su poder, dices? ¿Cómo hiciste eso?