El túnel se volvió tan estrecho que solo un fomore podía sostenerlo a la vez para ayudarlo a caminar. Concentrarse en reponerse no iba a servir, tenía que parar, tenía que descansar, pero no se atrevió a sugerir un descanso a Humberto. Llevaban casi una hora de caminata, con pasos chapaleantes sobre aguas estancadas. Las paredes de este túnel chorreaban agua que seguramente se filtraba desde el pantano en la superficie. Excepto por la humedad y el aire viciado, este túnel parecía haber sido una buena elección. No había señales de que los soldados hubieran descubierto esta ruta de escape. Unos quinientos metros más adelante, se encontraron con dos bifurcaciones. Humberto se detuvo, estudiando con su lámpara ambas bocas. Ninguna de las dos estaba bloqueada, pero ninguna de las dos era invitante tampoco.
—¿Cuál de las dos?— preguntó Lug.
—No lo sé— confesó Humberto.
—Creí que dijiste que habías diseñado este lugar.
—Los túneles son anteriores a la construcción de la casa— explicó Humberto.
—¿Quién los hizo?— preguntó Lug, interesado.
—Eso es lo que menos importa ahora— replicó Humberto con cierta irritación—. Tomaremos el de la derecha— decidió arbitrariamente.
Los demás lo siguieron sin comentarios.
Un kilómetro más adelante, comenzaron a percibir que el techo y las paredes se volvían irregulares. Las lámparas revelaron formas oscuras y retorcidas, invadiendo la piedra como oscuras serpientes rígidas. Humberto extendió una mano y tocó una.
—Raíces— señaló—. Debemos estar cerca de la superficie.
Lug esperaba que eso significara que al salir del túnel iban a descansar un momento. Aun con la ayuda del fomore, no estaba seguro de poder seguir mucho más.
El entretejido de raíces se hizo más y más denso a medida que avanzaban, hasta que en un momento, ya no hubo espacio para continuar.
—Despejen el camino— ordenó Humberto.
Los dos fomores se abocaron a la tarea, hachando y desentrelazando las negras raíces. Lug aprovechó para sentarse en el húmedo suelo y descansar, mientras los fomores trabajaban.
—¿Estás bien?— preguntó Humberto.
—Nada que una buena comida y una noche de sueño no puedan remediar— intentó sonreír Lug.
Humberto revolvió los contenidos de una de las mochilas y sacó un pedazo de pan y un poco de queso para Lug.
—Gracias— dijo Lug, partiendo un pedazo del pan y dándole la mitad a Humberto.
—Ten— le dio la cantimplora con agua el otro. Lug bebió un largo sorbo.
—¿Qué pasará cuando salgamos a la superficie?— preguntó Lug.
—Eso depende de a dónde salgamos— respondió Humberto.
—No tienes idea de a dónde estamos, ¿no es así?
—No. Pero pronto lo sabremos.
El avance se hizo más lento. Los dos fomores iban adelante, hachando raíces cada tanto, despejando el túnel. Lug avanzaba tambaleante, agarrándose de las salientes de las raíces y respirando con esfuerzo. Humberto cerraba la marcha con la lámpara en la mano.
Al tomar una de las raíces para sostenerse, Lug sintió algo deslizarse por su mano hasta su brazo. Soltó la raíz de inmediato y sacudió furiosamente el brazo.
—¿Qué pasa?— preguntó Humberto.
—Algo... algo se trepó por mi brazo.
Humberto acercó la lámpara a las raíces y vio movimiento entre los intersticios, luego iluminó el suelo y vio lo que Lug se había sacudido del brazo. Era enorme, de unos quince centímetros de diámetro, sus patas peludas moviéndose raudas, tratando de escapar del haz de luz. Humberto estampó su bota con fuerza sobre el aglobado cuerpo del arácnido. Hubo un sonido líquido, como de un globo con agua reventándose. Lug vio la bota de Humberto cubierta con un viscoso líquido amarillo.
—¿Te picó?— preguntó Humberto, serio.
—No, creo que no— respondió Lug, pasando su mano sobre el brazo por donde la araña había caminado.
Humberto levantó la lámpara y revisó la mano y el brazo de Lug. No había señal de picadura.
—Esa era una araña tarana, su veneno mata en minutos— explicó Humberto.
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Editado: 12.10.2019