Akir dejó de sollozar por un momento y se incorporó en su camastro, prestando atención. ¿Era posible? Las lágrimas volvieron a brotar de sus ojos al escuchar el relincho por segunda vez. Conocía bien ese relincho. Trató de sentarse en la cama, pero el dolor de mover las piernas fue demasiado y volvió a desplomarse. Si solo pudiera ponerse de pie, treparse a la cama y poder espiar por el ventanuco enrejado de su celda, tal vez podría verla. Pero si le era imposible siquiera sentarse por sus propios medios… Akir miró sus piernas, horrorizado como todas las veces que las miraba… sus días de ponerse de pie se habían terminado.
—¡Luar!— llamó con voz temblorosa, con la esperanza de que el unicornio lo escuchara—. ¡Luar!— volvió a intentar, tratando de que los guardias no lo escucharan.
El relincho se hizo más cercano, y Akir comenzó a reír y llorar como un loco al ver el hocico de su vieja amiga asomando entre los barrotes de la pequeña ventana.
—Luar, ¿Ana está contigo?
Luar dio otro relincho, negando con la cabeza.
De pronto, Akir escuchó el cerrojo de la pesada puerta de hierro de su celda. Alguien estaba a punto de entrar. ¿Lo habrían escuchado los guardias?
—¡Luar! ¡Vete! ¡Vete de aquí! ¡Busca ayuda! ¡Busca a Frido, a Ana, a Zenir! ¡Al que esté más cerca! ¡Diles dónde estoy!
Luar asintió y se retiró de la ventana. El ruido de los goznes hizo que Akir volviera su atención a la puerta de su celda. Como todas las veces que alguien entraba, Akir comenzó a temblar. Aunque la mayoría de las veces solo entraban para traerle comida o agua, el terror del recuerdo de la tortura lo acompañaba siempre, y se disparaba desbocado con el sonido de la puerta. Esta vez, no fue diferente: sintió un nudo en el estómago y en la garganta; apretó las mandíbulas como si así pudiera detener la apertura de la puerta; la respiración se le hizo difícil… Trató de pensar que era solo la comida, pero esta no era la hora de su comida. No, los guardias sabían, sabían que alguien había llegado a ayudarlo a escapar y venían a encargarse de que quedara menos de él que rescatar…
Cuando la puerta terminó de abrirse, Akir dejó escapar de su garganta un sollozo ahogado que se convirtió de pronto en un sonido de sorpresa. Ante él, vio a una mujer desconocida, ataviada como si fuera de la realeza. La mujer paseó su mirada por la celda con un gesto de disgusto, y luego, sus penetrantes ojos se fijaron en él. Su mirada fue atraída por las piernas de Akir.
—¡Te cortaron los pies!— exclamó, entre sorprendida y asqueada.
Luego se acercó a la cama para ver mejor. Quitó los vendajes grasientos y observó los muñones con atención. Enseguida, notó por el estado de las heridas que el pie izquierdo había sido cortado un buen tiempo antes que el derecho.
—El que hizo esto no sabía lo que estaba haciendo— dijo—. Es un milagro que no te hayas desangrado, o que las heridas no se hayan infectado. ¿Por qué te hicieron esto?
—Para evitar que escape— respondió Akir.
Ella negó con la cabeza:
—No, si fuera solo eso, simplemente te habrían puesto un grillete en el tobillo y te habrían encadenado a la pared.
—Lo hicieron para provocarme tal terror que la mera idea de escapar no tuviese lugar en mi mente.
—Muy bien— sonrió ella—, muy bien. ¿Eres capaz de dominar ese terror?
—No estoy seguro.
Ella suspiró.
—¿Quién eres?— preguntó Akir.
—Alguien que viene a ayudarte a dominar ese terror.
—¿Mediante más tortura?
—No, mediante la esperanza de liberación.
—¿Qué nueva táctica oscura es esta? No quiero falsas esperanzas.
—Entiendo tu desconfianza. A decir verdad, yo también desconfío de que seas la persona inocente que Tiresias dice que eres.
—¿Encontraron a Madeleine?— preguntó Akir, recordando al anciano y su angustiante historia. Se había compadecido de él y había hecho los retratos para ayudarlo.
—¿Te importa?
—No lo preguntaría si no me importara. Aquí todos se manejan con mentiras y manipulaciones, pero yo no soy así.
—Me agradas, Akir.
—¿Entonces?
—¿Entonces qué?
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Editado: 12.10.2019