La Conspiración del Espiral - Libro 4 de la Saga de Lug

SEXTA PARTE: Usurpadores - CAPÍTULO 109

—¡Lug! ¡Por el Gran Círculo!— gritó Dana, corriendo hacia su hijo.

Lug la apartó con mano firme. Luego cerró los ojos y apoyó las manos a los costados de la cabeza de Llewelyn. Lug sintió que todo su cuerpo se estremecía con una corriente eléctrica tan fuerte que casi no se pudo mantener en pie. Intentó mantener la calma y volvió a tratar de conectarse con los patrones de su hijo. Lo que percibió fue una implacable tormenta de patrones que fulguraban como rayos, quemando todo a su paso, destruyendo las conexiones del cerebro en masa. Lug invocó un lago tranquilo y trató de pasar sus sensaciones de calma a la perturbada mente de Llewelyn, pero sin éxito. Los patrones estaban enloquecidos, fuera de control, y toda imagen que Lug trataba de proyectarles era expulsada con espasmos desbocados. Todos los intentos que Lug hacía para penetrar en la mente de Llewelyn eran fallidos, y más y más patrones se oscurecían, apagándose, ennegrecidos, chamuscados por las monumentales descargas eléctricas.

—No puedo detenerlo, no puedo…— musitó Lug con voz angustiada, abriendo los ojos de golpe.

Dana atinó a meter la mano en el bolsillo de Lug, y rápidamente, tomó el anillo y lo volvió a colocar en el dedo de su hijo. Las convulsiones comenzaron a ceder y el chico empezó a respirar mejor. Dana comenzó a desatarle las muñecas, pero Lug la detuvo:

—No. Mientras tenga puesto el anillo no es él. Mientras no sea él, seguirá atado.

Dana resopló, frustrada, y abandonó su intento de liberar a Llewelyn.

—¿Al menos puedo darle un poco de agua?— preguntó Dana con tono tenso.

Lug asintió y ella sirvió agua en un vaso que estaba en una mesa a la izquierda de la cama. Se lo acercó a los labios, y el muchacho bebió unos sorbos, agradecido. El chico levantó la cabeza trabajosamente, y cuando por fin pudo enfocar a Lug, vio que éste se había sentado en una silla frente a él.

—Por favor, no vuelvas a hacer eso o nos matarás a los dos— le dijo, arrastrando las palabras.

Lug lo observó con el rostro serio, sin contestar.

—¿Quién eres?— le preguntó Lug después de un largo silencio.

—Soy yo, Lug, soy Marga, tu madre— le respondió el muchacho con la voz cansada.

—No— negó Lug con la cabeza.

—Es cierto, hijo— lo contradijo ella.

—No me llames hijo, no eres mi madre. Mi madre nunca usurparía el cuerpo de su propio nieto, no lo dañaría atormentando sus patrones hasta quemarlos.

—No fue intencional— aclaró Marga—. La Perla ha creado una simbiosis con el cerebro de Llewelyn. La pérdida de contacto con el anillo provoca…

—Sí, ya sé lo que provoca— la cortó él—. Y no me vengas con que no fue intencional.

—Lo lamento, Lug, la idea nunca fue invadir a este niño. El anillo lo dejé en Yarcon para ti, y solo para ti. Las cosas habrían sido mucho más fáciles si hubieras conservado el anillo en tu poder. Desde adentro de tu mente, habría podido hacerte entender mejor mi situación, y esta conversación no se estaría realizando desde los labios de tu hijo.

—¿Ese era tu plan original? ¿Invadirme a mí?

—No invadirte, hijo, acompañarte— aclaró ella.

—Ya te dije que no me llames hijo. No sigas intentando hacerme creer que eres Marga.

—Dime lo que debo hacer para convencerte de mi identidad— suspiró ella.

—Deja a mi hijo— le respondió Lug.

—No puedo hacer eso, no por mí misma, Lug.

—Dale el control a Llewelyn, déjanos hablar con él— le pidió Dana.

—Darle el control significa mi aniquilación y no haré eso. He esperado mucho tiempo por esto— le respondió Marga.

—¿Por qué ahora? ¿Por qué después de tanto tiempo?— quiso saber Lug—. El anillo ha estado en el dedo de Llewelyn por años.

—Solo podía manifestarme después de que Wonur volviera a su cautiverio, pero aun con Wonur fuera del juego, necesitaba la energía  de alguien con habilidad. Contaba con que usaras el anillo, pero nunca te lo volviste a poner después de la batalla final. En cambio, se lo diste a un niño con su habilidad dormida. Cuando Nuada inició a tu hijo, tuve por fin la posibilidad largamente esperada de resurgir.

—¡Eres una maldita!— le gritó Lug.

—No maldigas a tu madre. Ya te lo dije, la culpa de toda esta situación no es mía sino tuya por haber dado el anillo que era solo para ti.

—¡No te atrevas a hablarme de culpas en esto!

—¿No lo entiendes? ¿No entiendes que hice todo esto para poder volver a estar contigo? ¿Para recuperar todo el tiempo perdido con mi hijo?

—Estás demente si piensas que voy a creer eso.

—Al menos, déjame explicártelo, déjame que te cuente mi historia antes de juzgarme tan duramente— le rogó ella.

—No voy a seguir escuchándote con la voz de mi hijo— le replicó Lug—. Si quieres que te escuche, deja a Llewelyn y hablaremos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.