Franz se asomó junto con Filstin al balcón central que daba a la explanada de la entrada principal del palacio. De inmediato, los arqueros de Dresden les apuntaron para derribarlos.
—Solo vas a lograr que nos maten— le murmuró Filstin a Franz al oído.
—Un poco de fe, Filstin, solo un poco de fe y podremos salir de esta— le respondió Franz.
El hijo de Vianney se acercó más a la baranda del balcón y levantó una mano a modo de saludo y pedido de tregua. Dresden dio orden a sus arqueros para que no dispararan aun.
—No es necesario que haya derramamiento de sangre aquí hoy— gritó a la multitud de soldados.
—¿Te estás rindiendo, Vianney?— le gritó Dresden desde abajo.
Pero Franz ignoró a Dresden por completo y siguió hablando solo a los soldados.
—Hemos tomado el palacio de Colportor en nombre de la justicia, y toda la ciudad nos apoya.
—¡Y toda la ciudad sufrirá un buen escarmiento por eso!— gritó Dresden, amenazante.
—¿Qué vas a hacerle a la gente buena y honesta de Colportor, Dresden?— inquirió Franz.
—¿Gente buena y honesta? ¡Traidores!— gritó Dresden con furia—. ¡Voy a quemar vivos a sus niños y luego haré que mis mejores soldados violen a sus madres para engendrar una nueva camada de guerreros fieles!
—¡Cuidado, Dresden! Algunos de esos niños que quieres quemar son hermanos menores de los soldados que hoy te acompañan, algunas de las madres que quieres hacer violar son también las madres de tus soldados.
—Mis soldados cortaron todos sus lazos con sus familias al unirse a mis fuerzas— lo desafió Dresden—. Saben que la lealtad a su rey es lo más importante.
—Lo sería si su rey fuese honorable y justo— le replicó Franz—. Pero eres un rey que ha traicionado a los nobles que lo apoyaron, invadiendo sus tierras y aniquilando todas sus defensas—. Y luego a los soldados y a la gente que poco a poco comenzaba a atreverse a salir de sus casas para escuchar a Franz: —Eso es lo que nos ha forzado a tomar Colportor. El barón Filstin y yo no vinimos aquí para tomar represalias contra el ejército o contra la gente, solo contra un rey corrupto que no puede seguir en el poder. Piénsenlo, amigos, ¿no era mejor su vida sirviendo a mi padre que siendo miembros de esta armada infernal que los obligó a invadir las tierras de sus propias familias? ¿No era mejor vivir en paz en los campos en vez de estar ahora expuestos a una muerte segura?
—¿Muerte segura?— le replicó Dresden con sorna—. ¿Crees que un puñado de guardias de Filstin puede contra mi ejército? ¡Los que van a una muerte segura son ustedes, y una bien lenta!
Franz volvió su mirada al rey con una sonrisa casi compasiva:
—Lo lamento, Dresden, pero tu error de cálculos será tu perdición. No era necesario para nosotros aparecer en este balcón y hacer un llamamiento a la paz, pero hay muchos soldados de mi padre y del barón Filstin en tus filas, y no quisimos que esas vidas se perdieran.
—¿De qué estás hablando?— frunció el ceño Dresden, pensando que el muchacho de Vianney se había vuelto loco.
—¿Ven esa torre? ¿La del oeste?— indicó Franz con la mano. Todas las miradas se volvieron hacia allá—. Desde allí saldrá la señal.
—¿Señal? ¿Señal para qué?— gritó Dresden, desconcertado.
—La señal para que las fuerzas de Merkor, apostadas al sur de la ciudad, entren en acción, y las fuerzas de Kerredas hagan lo propio desde el norte. Tienen órdenes de eliminar a todos los que apoyen a Dresden y su ilegítimo gobierno. Y si intentan escapar, serán masacrados, pues la ciudad está completamente rodeada.
—Eso no es posible. ¡Eres un mentiroso!— le gritó Dresden.
—Entrar con todas tus fuerzas hasta el palacio fue un error, Dresden. Debiste dejar parte de tu gente afuera, vigilando, pero bueno, si lo hubieras hecho, ya estarían muertos de todas formas. Puedes rendirte ahora, Dresden y las cosas serán más fáciles para ti, o puedes…
—¡Nunca me rendiré ante ti, mocoso insolente!— lo cortó Dresden, y luego a sus arqueros: —¡Bájenlos!
Pero los arqueros se quedaron quietos, dudando. En ese momento, todos vieron un enorme globo rojo elevándose desde la torre oeste.
—El tiempo se acabó, amigos— anunció Franz—. La decisión está en sus manos.
—¡Bájenlos!— gritó otra vez su orden Dresden, pero los arqueros no se movieron—. Si no quieren que los despelleje vivos, maten a esos dos traidores ahora mismo— los amenazó el rey.
Los arqueros aprontaron sus arcos, pero en vez de apuntar hacia el balcón, los apuntaron hacia Dresden.
—¡¿Qué están haciendo?! ¡Malditos traidores!— los insultó Dresden.
Y luego se desató el infierno. Los soldados de más confianza de Dresden, que lo rodeaban y protegían, vieron cómo sus compañeros se lanzaban contra ellos para llegar hasta el rey, con una furia asesina. Todos aquellos que trataban de defender al rey fueron rápidamente ahogados por la horda creciente de disidentes, en su mayoría, soldados que habían servido a Vianney. La gente de la ciudad se unió al caos, luchando con lo que tenían a la mano, abatiendo a cualquier soldado que intentara detenerlos.