Gabriel no entendía el porqué de muchas cosas, una de ellas era ¿Por qué Alyssa Jones estaba en su empresa un sábado en la mañana? Sin respuesta aparente, decidió hacer uso de su autoridad para averiguar la razón. Sentado en aquel cómodo sofá de cuero negro que adornaba su oficina, tomó el teléfono que comunicaba a toda la empresa; llamó a su recepcionista para poder preguntar sin excusa qué demonios hacia ella en ese lugar.
La había visto llegar desde que había aparcado en el estacionamiento, ambos habían coincidido en la hora de llegada, sin embargo, tomaron caminos distintos. Mientras él se dirigía al ascensor al cual únicamente el tenía acceso, ella se había dirigido hacía la entrada principal de la empresa. Sin haber esperado más, había llegado casi corriendo a su oficina para poder husmear de manera cómoda sobre su estancia ahí.
Beatriz —la recepcionista— contestó al primer tono, dedicando un saludo a su jefe y preguntando con su voz arruinada por una aparente gripe en que podía ayudarlo.
Gabriel meditó que preguntar, no obstante, el no tenía porque mediar una excusa para saber lo que sucedía dentro de su empresa— ¿Qué hace la señorita Jones aquí?
— ¿La señorita Jones? —cuestionó confundida Beatriz desde el otro lado de la línea.
— Sí —Gabriel odiaba tener que repetir lo que quería. Era un hombre demandante y con él, todo tenía que ser a la primera. No había segundas vueltas—. Alyssa Jones.
— Ahhh —susurró la muchacha entendiendo de quién se trataba—. Está aquí por la vacante de secretaria.
«¿Alyssa buscando empleo?»
Si mal no recordaba, Alyssa era hija de George Jones, el aclamado banquero número uno en la ciudad y el país. No necesitaba empleo, no cuando según su investigador —Alex— le había dicho que aquella rubia mujer tenía en sus manos la mitad del emporio que sus padres habían construido.
— ¿Segura que es por la vacante?
Beatriz no vaciló en responder un rápido— Muy segura, señor.
— Dale pase directo a mi oficina —ordenó rápidamente.
Gabriel había visto la oportunidad perfecta para acercarse a la joven pecosa. Llevaba más de una semana planeando como acercarse a ella sin parecer un completo acosador, y hoy, como si la vida así lo hubiese decidido, la oportunidad estaba justo ahí. Pero había una cuestión, la vacante de secretaria era para su mejor amigo y CEO Samuel, no para él.
El pelinegro salió de su oficina para ir hacia la de su amigo, recorriendo prácticamente toda la planta, de punta a punta para llegar hasta Samuel. Sin siquiera tocar entró como rayo a el lugar de paredes color gris con franjas verticales blancas —a su consideración, aquello le quitaba seriedad a su lugar de trabajo—, encontrando al castaño frente a su escritorio leyendo algunos documentos.
— Necesito un favor.
Samuel levantó la mirada de los documentos para ver a su pelinegro amigo, levanto las cejas con asombró al verlo ahí pidiendo un favor. Gabriel no pedía favores, solo daba órdenes que debían ser acatadas sí o sí.
— ¿El gran Gabriel Mossan pidiendo un favor? —exclamó con sorna—. ¿A quién hay que matar?
— No seas imbécil.
El pelinegro se sentó en el escritorio sin importarle haber pisado son su trasero algunos de los documentos que más tarde él mismo tendría que leer y firmar, para poder aprobar las propuestas de marketing que sus empleados estaban elaborando.
— Estás más amargado de lo normal —El castaño dejó todo de lado para darle la cara a su amigo—. ¿Qué incómoda a su alteza? ¿Acaso se trata de una rubia pecosa?
— Necesito que cambiemos de secretaria.
— No —negó Samuel apenas escuchar como la oración abandonaba la boca del árabe.
Gabriel lo miró sorprendido, por primera vez su mejor amigo le estaba negando una petición. Samuel solía ser demasiado blando y solidario con cualquier persona que lo necesitara, sin embargo, en esta ocasión se había mostrado reacio a aceptar aquello que el pelinegro le estaba solicitando, y claro que tenía sus razones.
— ¿Por qué?
— Porque sé lo que tramas, Gabriel —El rubio retomó su lectura ignorando a su amigo. Sintiendo la mirada del pelinegro penetrar en su ser, suspiró antes de complementar su justificación—. Sé que quieres tomar una venganza absurda a costa de la rubia, y yo no seré participe de ello.
— Entonces lo haré sin consultarte nada— Gabriel zanjó el tema colérico.
— Hazlo —aceptó el castaño sin apartar la mirada de su mejor amigo—, eres el dueño de la empresa.
— Lo soy, y por ello haré lo que me dé la maldita gana.
— No estoy diciendo lo contrario, Gabriel —señaló con cansancio el castaño—. No me tomes a mal, pero si estuvieras tan seguro de la decisión que vas a tomar, no estarías aquí en mi oficina exigiendo que aliente la misma.
Ignorando completamente las palabras emitidas por el castaño, Gabriel abandonó la oficina. Dejando a un Samuel con el celo fruncido y meneando la cabeza en desacuerdo a lo que su amigo estaba apunto de hacer; él solía apoyar en la mayoría de las absurdas ideas que abordaban la mente de Gabriel, pero por esa ocasión se mantendría al margen de la situación para no afectar a terceras personas, o al menos para no afectar a la hermana de Alessia.
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Gabriel entró a su oficina olvidando que había solicitado que se le dieran a Alyssa la indicación de que esperara ahí. Cuando abrió la puerta sin aviso pudo observar como la rubia dió un pequeño brinco sobre la silla frente a su escritorio, Alyssa le daba la espalda, por lo cual aún no había podido verlo con claridad. Se aprovechó de aquello para dirigirle una mirada más a fondo, la rubia llevaba el cabello recogido en una coleta alta que dejaba a la vista aquel esbelto y largo cuello cubierto de tres pequeños lunares enfilados. Sin duda alguna eso era algo que diferenciaba a Alyssa de su hermana.
Continuó con su escrutinio conforme iba acercándose a ella, notó que una camisa de botones y manga tres cuartos cubría la parte superior de la chica, aquello la hacía lucir elegante, a la altura de la empresa en la que se encontraba. Naturalmente su belleza resultaba embriagadora, Alyssa era hermosa, pero no lo suficiente como lo era su hermana, no obstante, aquello no era impedimento para que Gabriel la observara como lo hacía en ese momento. Detallando cada parte de su exquisita persona, pudo encontrarse con el modesto escote que dejaba a la vista el nacimiento de sus senos, y aquellas vistas le hicieron tragar duro. Un pequeño dije se encontraba colgando del cuello de la rubia, terminando de caer en el estrecho hueco de sus pechos, algo que definitivamente no pasó desapercibido para Gabriel.