El niño saltaba entre los charcos que había dejado la lluvia, empapándo su ropa.
Poco le importaba eso, él se estaba divirtiendo explorando lo que achacaba de encontrar.
Sus padres y tíos se hallaban cerca, del otro lado de los arboles, se habían detenido un momento para comer y descansar del largo viaje de doce horas para llegar a la casa de la abuela.
El niño se separó de ellos y entro en el bosque. Los adultos estaban tan distraídos preparando las cosas, que no se dieron cuenta de que el pequeño desapareció. No fue sino hasta una hora mas tarde cuando comenzarían a buscarlo y lo reprenderian por irse por ahí solo.
Pero el niño no pensaba en nada de eso, él se encontraba jugando entre las casas en ruinas de lo que en alguna ocasión fue un pueblo. Nunca se le paso por la mente ir a avisar a sus padres y jamas sintió miedo por aquel lugar en ruinas.
Pero no era porque fuera solamente un niño.
Cerca de lo que en otros tiempos había sido la plaza del pueblo, el niño encontró un pequeño balón rojo. Era bonito y estaba en buen estado, así que lo tomo, después de todo por ahí no había nadie, así que no debía tener dueño.
Mas allá y sin que el pequeño lo viera, un letrero, que ya se balanceaba debido a lo viejo que era, cayo con un ruido sordo. En el se podía leer "San Bartolome"
El niño siguió con si exploración hasta que llego a una capilla pequeña. Odiaba las iglesias y sus sermones, eran aburridos, así que no se habría parado ahí si algo no le hubiera llamado la atención.
A pesar de que hasta ese momento no había encontrado a nadie, ahí dentro, hincada como si rezara, había una joven mujer. El niño no sabría determinar su edad, para él todos eran viejos, pero posiblemente iba a la escuela como su hermana mayor, llevaba puestas ropas parecidas, aunque rasgadas, además de que estaba descalza.
El niño se la quedo viendo mucho tiempo y ella debió intuirlo, porque se dio la vuelta y le sonrió. Esa sonrisa era tierna y cálida, al niño no le dio miedo, así que se acerco a ella. A él, como a la mayoría de niños, se le había advertido a no hablar con extraños, pero el pequeño parecía haberlo olvidado.
—¿Que haces aquí, pequeño? —pregunto la mujer, acariciandole el cabello. Al principio el niño sintió repulsión ante ese contacto, pero pensó que debió ser su imaginación, porque después se sintió agradable y cálido.
Y la mujer era bonita, con esos lente rectangulares y su cabello rubio y liso hasta los hombros.
—Vamos a casa de la abuela —contesto el pequeño, rebotando su pelota roja—. Pero papá se detuvo a comer.
—¿En serio? —dijo la mujer, sonriendo con calidez—. Que bien, yo también tengo hambre y espero mi comida.
—¿La esperas aquí dentro?
—Si, debo esperarla.
—Mama te puede dar un poco —ofreció el niño—. Deja se la pido.
—Esta bien, no te preocupes —le contesto la mujer—. No cómo lo mismo que tú, no puedo.
—Entonces, ¿que es lo que te gusta?
El niño preguntó con inocencia. En ese momento la pelota que él rebotaba se le fue de las manos y rodó hasta quedar debajo de una de las bancas de la capilla. El niño se agacho a recogerla, pero antes de que pudiera hacerlo, alguien lo tomo de la espalda y lo elevo.
—Como niños —susurro la mujer al oído del niño.
El niño quiso gritar, pero antes de que lo logrará, ella coloco una mano en su estomago y comenzó a hacerle cosquillas.
—¡No! ¡Ya! ¡Para! —exclamo el pequeño, riendo.
Afuera de la capilla se escucharon las voces de los padres del niño gritando. La mujer lo dejo en el suelo y se inclino para coincidir con la altura del niño.
—Te buscan, mejor vete. Divierte un rato con tu familia.
—Pero no tengo mi pelota —se quejo él.
—Ya se fue, pequeño. Mejor vete, disfruta de tu viaje hasta mañana.
—¿Hasta mañana? ¿Que pasa mañana?
—Comenzare a comer —dijo ella.
Los padres del niño, escuchando voces que venían de la capilla, se dirigieron hacia ahí. Cuando llegaron el niño estaba sólo, buscando una pelota inexistente en medio de las ruinas de lo que en otros tiempos fue una capilla. Se podía deducir por nos bancos que aun se encontraban mas o menos en buen estado, porque la paredes y el techo estaban completamente destruidos.
Después de hallarlo, los padres del niño lo regañaron severamente. No debía irse así, ¿que tal si algo le pasaba?
Y así la familia continuo con su viaje.
Y, como la mujer advirtió al niño ese día, a la mañana siguiente "ella" comenzó a comer.