La luz se extinguía mientras ella miraba lo poco que le quedaba. Le habían arrebatado todo, su familia, su ciudad, su vida, en una promesa vacía de poder para salvar a los suyos.
Pero ahora todo estaba perdido. Las hordas de demonios invadieron la ciudad, mientras aquella que la había manipulado se reía disimuladamente, viéndola caer en la agonía de la desesperación.
—Rose —murmuro la reina, en voz baja y con lo poco que le quedaba de fuerza, el nombre de su hija—. Por favor perdoname.
Al menos sabia que esa parte suya estaba a salvo, aunque no podía precisar durante cuanto tiempo.
Una joven de cabello rubio y anteojos rectangulares, entro a la habitación. Ahora ya no se ocultaba en el disfraz de su amante que había llevado durante tanto tiempo. Ya no era necesario.
—Oh, reina, ¿que ocurre? ¿Por qué esas lágrimas?
La joven se burlo de ella, con una sonrisa asquerosa en su rostro robado. Pero no podía decirle nada, su energía, su vida, se estaba a punto de acabar y erá en ese momento cuando lograba ver la verdadera figura de la chica, aquella que estaba más allá de su cuerpo de carne. La impresión la había dejado muda.
No podía precisar que era, no siquiera su mente superior podía asimilar de que cosa se trataba, de que estaba hecha o al menos cual era su verdadera intención. Lo único que sabia es que esa cosa era la culpable de todo.
—No me culpes a mi —dijo la cosa, con una inocencia fingida que hizo a la reina llenarse de rabia—. Después de todo tú fuiste quien abrió la puerta para la perdición de los tuyos. Yo solo... te aconseje.
La boca de la reina estaba no pudo abrirse mas que para dejar escapar un gemido. Intento levantarse para enfrentarla, pero sus manos resbalaron con la sangre esparcida en el suelo. Su sangre, causada por las innumerables heridas que habían marcado su cuerpo.
Se podía decir que era solamente su voluntad de hierro la causa que aún no hubiera muerto. Eso o la cosa no la dejaba morir, pues tal vez quería seguir viéndola sufrir.
—Oh, ¿tan mal piensas de mi? —croó la cosa, soltando una suave risíta, como la de un niño que hubiera sido descubierto haciendo una travesura—. Bueno, si eso quieres, es hora de terminar con esto
La reina cerro los ojos, en espera de la muerte, para poder al fin liberarse del yugo de la cosa, pero no se lo iban a dejar hacer tan fácil. Para ayudar en los planes y, sobretodo, diversión de la cosa, ella nunca iba a morir. No, le iba a ocurrir algo mucho peor.
La cosa transformó una de sus manos en una garra negra y peluda y con ella atravesó el pecho de la reina, sin embargo no daño su carne, no, fue mucho más allá y rasgo su alma, sacándola poco a poco de su cuerpo destrozado.
—El alma de una reina, quebrada por la desesperación. Y con esto, van dos.
La cosa tomo el cuerpo de la reina y lo arrojo en una grieta que se abrió en el espacio frente a ella. Allá estaba su verdadera forma, allá el cuerpo de la reina vagaría para siempre. Marchito, babeante, inmóvil. Pero vivo y consiente.
Y así se mantendría durante toda la eternidad. O al menos hasta que la cosa se aburriera.