Aziraphale dejó que Crowley se quedara allí con él, incluso descubrieron que el agua dulce no lo devolvía a su forma original; ya que se dio una ducha rápida a petición de Azi porque le picaba mucho la arena, estaba seguro de que si lo secaba rápido no se convertiría.
Más que feliz por la presencia de su amado le observaba desde la cocina, sentado en la cama Crowley cambiaba la televisión muy impresionado, era su primera vez viendo aquello. Sonrió dejando un canal en el que pasaban un show de humor, le causaba risa aunque no entendía todos los chistes.
— Me encanta la caja con personas adentro, ¿cómo hacen para estar ahí? —llevó su mirada al otro—. No debe ser fácil vivir en una caja como esa.
— Es una televisión Crowley, no viven ahí, sólo... Se ve.
— Wow, los humanos inventan cosas geniales —mordisqueó una galleta—. Ya es hora de dormir, está oscuro.
— Bien, arreglaré la cama para tí, dormiré en el sofá.
— ¡Vamos a dormir juntos! Hay espacio suficiente, prometo no empujarte —le puso ojitos de cachorro y Aziraphale no pudo negarse.
Puso las sábanas y mantas, prendió el ventilador, ya había cerrado todas las ventanas evitando mosquitos. Entonces se acostó junto al otro, quien rápidamente se abrazó a él dejando un besito en sus labios, un suave pico casi imperceptible. Aziraphale rodeó la cintura de Crowley con sus brazos, frotando sus narices y acariciando la piel bajo el pulóver del joven.
Algo le hizo preguntarse, ¿por qué a pesar de conocerse hace meses aún no sabe su edad? Se ve muy joven, casi como un adolescente, mientras él ya tiene veintisiete, entonces se atrevió a preguntar por aquello.
— Crowley, ¿cuál es tu edad?
— Tengo veintidós años —rodó los ojos hacia arriba pensativo—. ¿O eran más? No recuerdo...
— ¿Y qué pasó con tu familia? Digo, no apareciste de la nada...
— Bueno, tenía pero... Digamos que mi especie no es muy buena cuidando hijos, se marcharon y me olvidaron —clavó sus ojos en los de Azi, pegando sus frentes—. ¿Tú no vas a abandonarme verdad?
— Ellos ya no son importantes, yo estoy aquí ahora —besó su frente abrazándolo—. No, yo jamás voy a dejarte.
Más que alegre con la respuesta del rubio Crowley se acurrucó con él durmiéndose un rato después, Aziraphale le hacía caricias en su cabello quedando dormido después de pensar una cita perfecta para el otro. En cuanto el día llegó y las aves cantaron el primero despierto fue Crowley, subiéndose a Aziraphale para despertarlo, este al sentir el peso sobre su cuerpo lo primero que hizo fue abrir los ojos con expresión de dolor por la forma en que presionaba las manos contra su estómago.
— Mgh, Crowley no respiro...
— ¡Lo siento! —se sentó a un lado, lamiendo sus labios—. Estoy muy emocionado, amanecer aquí y que tu cara sea lo primero que vea, me anima mucho.
— Está bien, yo también estoy feliz por verte. Así se que no es un sueño.
Se incorporó en la cama abrazando a Crowley, lo tenía allí de verdad, eso era genial. Lo primero que hizo fue darle un cepillo de dientes y pasta, también una toalla para que secara su rostro y otra muda de ropa, yendo él a preparar el desayuno.
Una vez ambos desayunaron y estuvieron limpios, Aziraphale se llevó a Crowley a una cita por el pueblo. Sus planes eran claros; una cita romántica terminando en el mirador de la cima del pueblo, observando las hermosas luces de este. Ofrecerle el collar, declarar su amor y todos felices por siempre, un plan fantástico.
El muchacho caminaba con algo de torpeza pero lo estaba logrando, Azi le llevaba de mano para que no tropezara, orgulloso caminaba por las calles mostrándole cada lugar del pueblo. Le compraba comida callejera o algún accesorio que a este le llamase la atención, Crowley lo jaloneaba como un niño pequeño llevándole a ver algo en la plaza, emocionado por todo como un niño.
Justo estaban danzando allí al compás de la música, sólo otro día en el pueblo para Aziraphale, pero algo fascinante para el que toda su vida había vivido en el mar. Jaló de la mano al rubio uniéndose al baile, este rió por lo bajo danzando con él, todos los que conocían a Zira le preguntaron sobre el joven y este sólo podía decir que era hijo de unos viejos amigos de sus difuntos padres.
Luego de bailar fueron al mercado para comprar algo de comer, pasaron por el puesto de frutas de Gabriel quien saludó al rubio, este se paró allí para presentarle a Crowley.
— Gabriel, ¿recuerdas la persona que te había comentado? —sonrió señalando a Crowley—. Es él.
— Vaya, imaginaba a alguien diferente, pero es... —buscaba las palabras correctas—. Tiene un cabello rojo muy bonito.
— Aziraphale, quiero comer eso, ¿me lo compras? Se ve delicioso —señaló una manzana.
— Dame una docena Gabriel.
El hombre del puesto de frutas llamó a su asistente para que trajera una bolsa con doce manzanas, cuando al salir del almacén Beelz y Crowley se reconocieron, señalándose uno al otro emocionados.
— ¡Pulpo, si pude salir del mar! —chilló feliz.
— ¡Demonios, la serpiente tiene piernas! —gritó con emoción.
—... ¿Se conocen? —les observó Gabriel—. ¿Por qué te dice pulpo? ¿Por qué no tendría piernas?
— Ah, joder Crowley que inoportuno eres —protestó Beelz, entregando las manzanas—. Gabriel, luego te explico ¿si?
El más alto asintió sin darle vueltas mientras despedían a los otros dos, Crowley comía las manzanas en tanto Aziraphale lo llevaba a comprar algo para almorzar. Tuvieron un lindo almuerzo en la terraza de un restaurante muy lindo y rústico. Pasaron la tarde conversando y explorando el pueblo, Aziraphale le compró una corona de flores y todo lo que Crowley decía que era lindo, tampoco eran tan costosas las cosas en el pueblo.
Ya en la noche le llevó a una cena muy romántica, las luces y melodías hacían buen complemento, Crowley se sentía como en un sueño, era hermoso. Aziraphale le estaba haciendo sentir como un príncipe, como el cuento que este le había leído una vez hacía meses.