Un nutrido grupo de mujeres seguimos a mi abuela al interior de la cueva sagrada. En ella, pintada en la pared, se encuentra la profecía que siglos atrás, nuestra por aquel entonces maga suprema, predijo que ocurriría.
Arislene camina a través de la cueva a la vera de mi abuela. A pesar de caminar con paso y porte resuelto, percibo cierta inseguridad en ella que sabe disimular con maestría. Nunca antes, un mago de fuera de nuestro pueblo, se había interesado por nuestras costumbres y mucho menos había pernoctado en nuestro territorio. Su proclamación como sucesora no había escapado de los conflictos internos. Una mujer, por primera vez, sería la líder del reino, algo nunca antes visto. Solo las mujeres de nuestro pueblo habíamos desarrollado y practicado la magia, circunstancia por la que siempre nos consideraban magos de segundo nivel. Pero ahora, con su llegada, puede que las cosas cambiaran y dejáramos de ser consideradas unas parias, para conseguir el puesto que nos merecemos en nuestra sociedad. Nuestra magia es igual de poderosas que la de los magos hombres.
Mi abuela se sienta frente a la pared que narra la profecía. Arislene hace lo mismo junto a ella sin perder la atención al discurso que le dedica.
—Una mujer maga guiará a todos los magos bajo un único mando contra una poderosa amenaza externa. Según cuenta la profecía, esa mujer será la única capaz de terminar con las guerras entre los diferentes reinos.
Mi abuela terminó aquella frase mirándole a los ojos. Ella estaba convencida que la mujer de la que hablaba la profecía era Arislene. No solo lo decía con la palabra, sino que lo transmitía con gestos. Eso me enervaba. Yo llevaba años estudiando magia, practicándola y ahora todo ese trabajo podía irse al traste con su irrupción. Me escabullí de la cueva porque de repente me faltaba el aire allí dentro.
Mi madre había fallecido hacía unos años, ante su falta, era la sucesora de mi abuela, pero eso podía truncarse con su llegada y su hipotético liderazgo único de reinos.
—¿Te encuentras bien? —mi mejor amiga me siguió fuera de la cueva para interesarse por mi y ofrecerme su apoyo.
—Nada más le ha faltado nombrarla su sucesora.
Quería gritar. Sentía que me había despojado injustamente de un derecho por el que llevaba toda la vida trabajando y preparándome. El silencio se instauró a mi alrededor, era lo que necesitaba para calmarme. Inspiré y expiré profundamente varias veces hasta que escuché como mi abuela procedía a salir de la cueva. Debía recuperar la compostura antes de que llegara a mi altura. Una cosa era estar furiosa y otra bien distinta era ponerle en evidencia.
—Raxia, querida. —Mi abuela cogió mi mano y me acercó a la joven arrebatadora de derechos sucesorios—. Arislene, le presento a mi nieta Raxia.
Ella tendió su mano derecha hacia mi dirección y no me quedó más remedio que imitar su acción delante de las miradas atentas de los allí presentes. En ese momento, la ira me comía por dentro, debía saludarle por educación y obligada por las circunstancias. Pero ella era mi contrincante y aunque mi abuela quería que fuéramos amigas, nunca jamás lo seríamos.
Su tacto era suave y al estrechar mi mano, una paz inundó mi cuerpo. La ira que había crepitado en mi interior de repente se apagó. No conseguía entender que había ocurrido. Ella atrapó mi mirada y me sonrió, sin darme cuenta la imité. Como si al estar a su vera un hechizo me hubiera atrapado. Había oído hablar de ese tipo de magia, pero solo estaba reservada a magos muy poderosos. No caería bajo su influjo tan rápidamente, estaba dispuesta a luchar. Tras lo que me pareció un tiempo prudencial, rompí el contacto y la ira de mi interior volvió a encenderse. Sonreí internamente al escapar de su influjo.
—Arislene quiere conocer el proceso de creación de las piedras mágicas.
Nuestro pueblo era el único que utilizaba este tipo de magia. Eramos capaces de guardar reservas de poder en unos cristales que podíamos utilizar en otro momento. El proceso no era sencillo, para llevarlo a cabo era necesario disponer de unos cristales muy especiales capaces de contener ese poder. Nuestro pueblo se había asentado en aquellas montañas porque sus cuevas atesoraban aquellas piezas tan únicas e importantes para nosotros. Pero el trasvase de la magia en su interior, no era sencillo, era un arte que pasaba de generación, en generación y que nunca habíamos compartido con extranjeros de nuestra comunidad. Quería negarme a compartir aquella información con ella, me parecía una ofrenda a nuestras antepasadas. Aquella discusión ya la había mantenido antes con mi abuela, días antes de recibir su visita, pero mi abuela había sido tajante. «Ella es una maga mujer, al igual que nosotras. Las magas debemos apoyarnos, luchar unidas, no ponernos zancadillas unas a otras». Ahora había llegado el momento que durante tantos días había odiado que llegara, hacer de niñera de una extranjera que además podía arrebatármelo todo.
—Será un honor para mí poder enseñárselo.
Terminé aquellas palabras haciendo una pequeña reverencia en su dirección demostrando que aceptaba la empresa con gusto. Pero lo que sentía en aquel instante, era cosa bien distinta, quería utilizar todo mi poder contra ella y hacerla desaparecer. Tuve que liberar mi ira y trasvasar esa magia a un cristal que llevaba en el bolso de la túnica. El flujo de energía redujo la ira que sentía en ese momento relajándome.
Por delante se presentaban días intensos para mí. Solo esperaba que aquella visita se terminara cuanto antes y recuperara mi vida antes de su incursión.