Corban Quinn comienza a sumergirse en la fonda oscuridad, terriblemente asustado. Su mente estaba llena de pensamientos fatalistas y no paraba de pensar en que su muerte era perentoria, pero su miedo no podía ser más que un resultado de su propia ignorancia. Corban, no era un humano común y corriente, hace más de quinientos años que había perdido toda su mortalidad cuando su familia en un bochornoso descuido maldijo su alma a una eterna no-muerte convirtiéndolo en un brucolaco. Hoy en día el muchacho lleva realmente 506 años viviendo un estilo de vida de la cual no suele enorgullecerse, siendo muy común que aborreciera todo lo referente a los temas nigrománticos y apaleara cierto rechazo a su culto familiar.
Sucede que el muchacho nunca fue consumido por las aguas del Averno. La muerte no podía afectarle, precisamente porque su mortalidad la había perdido hace muchos siglos atrás. Corban sobrecogido por su necedad no entendía lo que estaba pasando. Su instinto de supervivencia estaba más vivo que nunca y competía con todas sus fuerzas contra una muerte que le rechazaba constantemente. Tras frenéticos intentos por salir de aquel fétido lugar embrujado logra lo que se propuso. Pudo emerger, adolorido por mil razones, y tirarse a las orillas del estero todo sofocado y ahogado por las aguas.
- ¡Ay, qué peste! – grita resonando su voz en todo el subterráneo, sin parar de toser - ¡Qué asco!
- ¿Qué? – la carabela se había quedado desconcertada con lo que recién acababa de pasar, despertando una poderosa curiosidad en el mismo - … daliano… - impresionado - ¿Eres un fantasma, muchacho? – pero Corban no podía responder fluidamente, pues estaba atorado por su propia tos - ¿Qué tipo de criatura eres tú que has podido huir de las fauces de la muerte?
- ¿En serio un “dios de la muerte” desconoce lo que tiene en frente suyo? – pregunta algo desorientado, ya que para él los temas de la muerte tal vez fueran transcendentes dentro del propio submundo – Tardaste demasiado para darte cuenta que no soy un mero mortal.
- Bien – insultándose la carabela con su comentario – Ignoraré lo que acabas de decir para que no existan consecuencias a tus palabras – girando su mirada hacia donde se encontraba el cadáver de Henerik – ¡Responde… criatura! – confundido al no saber cómo llamarle - ¿Cómo es posible que existan sombras errantes por el mundo de los vivos? ¿Cómo es que tan siquiera existan?
- ¿En serio no lo sabes? – se extraña Corban algo ofuscado.
- Te pedí que respondieras porque no lo sé – acercándose y agachándose contiguo al cuerpo de su camarada - ¿Eres un mortal? Obvio, no, no lo eres – reconociéndolo él mismo - ¿Alguna vez fuiste mortal?
- Sí, sí lo fui – confiesa.
- ¿Hace cuánto?
- Hace unos 506 años – manifiesta – Llevo contando cada día, cada sol que se pone y cada noche que cae, desde que vivo en esta aflicción – intentándose incorporar sobre su pies, adolorido - ¿Cómo es posible que no supieras de nosotros?
- ¿”Nosotros”? O sea, ¿son más? – preocupándose.
- Pues… somos un pueblo, por decirlo de alguna manera – menciona de forma algo deliberada haciendo que el propio Karolos se alarmara atrozmente.
- No… no puedo creerlo – entrándole una risa algo nerviosa - ¿Todo un pueblo? ¿Y desde hace cuánto es esto? ¿Desde hace 500 años? – escarbando en el asunto.
- Pues, la verdad no lo sé. Yo solo tengo 529 años – revela ingenuamente el muchacho
- …529… - repite bajito el guardián con intranquilidad
- Pero existen más de nosotros con mucha más edad. Como por ejemplo, en mi hogar, mi hermana es la mayor de todas. Ella ha vivido por más de 1500 años.
- ¡¿1500 años?! – grita frustrándose a más no poder el pobre guardián mientras se lleva sus manos a la cabeza, dejando caer el martillo en el suelo - ¿Y cómo es hacen para burlar a la muerte? ¿Cómo es que logran convertirse en sombras?
- Bueno – intenta aclarar el muchacho – Sombras…, lo que son las sombras como tal, no lo somos.
- Y entonces… ¿qué son? – extrañando, a lo que Corban responderá francamente
- Brucolacos.
- ¿Bruco… qué? – se pasma ante la susodicha respuesta, a lo que el muchacho le vuelve a repetir naturalmente.
- Bruco… ¿cómo?
Un imprevisto algo absurdo había comenzado a suceder. Tanto el muchacho, como el propio guardián de los muertos, escaseaban de los conocimientos oportunos para entenderse. Corban Quinn acaecía absorto a cómo “La Muerte” se había desatendido por completo de toda su estirpe:
- Espera, espera, espera – asombrado, ríe, tal vez a causa de su ingenuidad - ¿En serio que no sabes lo que es?
- Pero… - intenta indagar, algo preocupado – Si fuese cierto eso de lo que me hablas el mundo estaría en peligro. El equilibrio perfecto…, la maquinaria del caos colapsaría. ¡Todo se podría salir de control!
- Señor…, dudo que eso suceda – aclara el muchacho con voz un poco chistosa – Ya te digo, ¿crees que si todo esto fuera como dices, no te hubieses enterado mucho antes de que los brucolacos existían? Estamos hablando de cosas que vienen sucediendo hace ya varios milenios – frustrándose Damen con la reflexión del espectro.
- ¿Y quién es el responsable de esto, muchacho? ¿Esto es obra de Thanato?
- ¿Del dios de los difuntos? – se extraña algo confuso – Puedo dudar y descartar la posibilidad de que Thanato se el dios que bendice a mi familia. Por razones que me son ajenas a toda la vida, mi familia suele sostener rechazo al mismo, y existen casos, incluso, donde se le aborrece enfermizamente.
- ¡Claro, entendible! – revela el guardián acariciándose su huesudo mentón.
- Thanato nos detesta – demostrando avergonzado - Nos desprecia a mí y a mi familia por el claro hecho de que adoramos a los dioses salvajes que nos permitieron burlar las leyes naturales de la vida.
- Obvio, claro está. Thanato nunca pudiera ni siquiera posar sus ojos sobre una aversión como tú – pensativo.
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Editado: 10.07.2020