-. Las vueltas que da la vida, verdad Mirelle. —Mirelle que la acompaña de vuelta a casa, le reconoce—.
-. Sí, es cierto señorita Ivette.
Ambas van de camino por la Rue de la Rose, sin ningún tipo de preocupación, la vida para ambas es un cuento fantasioso, en la cual, todo lo bueno en su micro mundo es el mejor cuento jamás contado entre una reina y la vida. Ivette piensa que ella es la reina de su universo, y ninguna persona es capaz de contradecirla.
Al llegar ambas a la morada, Ivette se dirige emocionada a su aposento. Su señora madre Nadine, al observar desde lejos el celaje que va subiendo la escalera, decide trasladarse hasta la habitación de su hija, al encontrarse en la entrada del aposento, dirige unas palabras desde ese lugar.
-. ¡Ivette mi amor!, esta noche es tu primer baile como una mujer de la sociedad —Nadine entra al aposento—. y debes llegar con el mejor vestido, además, como ya te has convertido en una mujer, yo no te voy acompañar a esa fiesta, —Se acerca a ella—. vas a ir sola. —Ivette mira a su señora madre con emoción—. Te recuerdo que ya cumpliste tu edad número dieciocho, y de ahora en adelante debes cumplir con todas y cada una de las responsabilidades de la sociedad y desde ahora eres dueña de tus propias acciones. —Ivette con una sonrisa en su rostro le expresa—.
-. Tienes toda la razón. —Ivette escucha en el cielo el retumbar de los truenos, pero para Ivette eso no es un impedimento que le genere un contratiempo en dirigirse hasta ese lugar, nada ni nadie la detendrá en su propósito. Habiendo cumplido la mayoría de edad, se siente independiente de tomar sus propias decisiones. Por otra parte, su señora madre Nadine, se dirige hasta la cama y se sienta al filo, ella no pierde de vista a Ivette, que está observando el gran armario de madera buscando el vestido ideal para la ocasión. Ivette encuentra el vestido y procede a colocárselo y al terminar de amoldárselo a su cuerpo, Nadine se levanta, se acerca a su hija con algo que ha sacado de su ropa, y esta le señala—.
-. Ivette, acepta este prendedor, —Lo coloca en el vestido de Ivette, exactamente en el pecho—. este prendedor perteneció a tu abuela. Ella me lo entregó cuando cumplí mi mayoría de edad, y ahora es tuyo por derecho. Si algún día decides traer una niña a este mundo, por favor, entrégale este prendedor, en señal de amor incondicional. —Ivette recibe el prendedor con sumo cariño y ambas proceden a darse un fraternal abrazo y al culminar su unión, ambas mujeres se retiran de la habitación dirigiéndose por el pasillo que da con la escalera, ambas miran a Silvain Foissard que se halla sentado en su cómodo sillón, ambas mujeres se sonríen viéndose los rostros juguetonamente y bajan la escalera, al finalizar su paseo, Silvain observa a ambas mujeres tomadas de la mano. Esa perspectiva que tiene Silvain es indescriptible, siente emociones internas muy profundas, decide levantarse del sillón y acercarse hasta su hija, que la espera con emoción, le toma las manos y exclama—.
-. ¡Dios Ivette! te pareces tanto a tu madre. —Ivette hace un gesto juguetón y Nadine solo sonríe, y Silvain continúa diciendo—. ¡No lo puedo creer! hasta ayer eras una niña que bajaba la escalera corriendo y jugando con tu hermana. Ivette, mi niña, Marión y tú son las personas más importantes para mí, después de tu madre, por supuesto. —Ivette exclama—.
-. ¡Padre! ¡Madre! Los amo. —Todos se abrazan y Nadine, que aún la observa como una niña le da instrucción—.
-. Aunque seas una mujer, vives en esta casa y por ende se cumplen las reglas, nada de llegar tarde, te regresas cuando las campanadas de la iglesia repiquen once veces, además, las reglas han cambiado para ti, así como lo fue para tu hermana. —Ivette sintiéndose un poco avergonzada le responde con timidez—.
-. Está bien querida madre. —Silvain mira a Nadine y le señala—.
-. Ya está bueno mujer, hija puedes ir en paz al baile, que la buena fortuna te acompañe en tu partida y regreso. —Ivette asiente y parte de su hogar muy temprano por la noche, lo supo porque en el campanario de la iglesia, resonó siete veces—.
Al comenzar su caminata, se dirige a la casa de Pierre le Mont, es la casa donde se realiza el baile. Mientras va rumbo al baile, nota que algunas de las lumbreras de la calle se encuentran apagadas, en la plaza central del pueblo, observa que no se encuentran muchas personas, una que otras dispersas por toda la plaza. Al salir de la plaza y dirigirse por la Rue de la Rose, un sujeto la tropieza, ella se va a un lado y el sujeto le exclama.
-. ¡Disculpe! —El sujeto la miró al rostro e inmediatamente la reconoció, Ivette se extrañó y le señala—.
-. No se preocupe, no pasa nada.
Ella continúa su camino, al salir de la calle Rue de la Rose y pasado unos momentos, un grito desgarrador surge desde ese lugar, los transeúntes no sabían exactamente de dónde provino el grito, hasta que observaron a un sujeto salir corriendo. El destello de aquel instante le arrebato la consciencia. El delincuente escapó sin temor alguno, nunca giró su cabeza para observar a su víctima caer al suelo. Dio por satisfecho su trabajo. Los resplandores se hacen por doquier, los truenos retumban por aquel espacio, las pocas personas que observaron el suceso se acercaron y observaron a una mujer tirada en el suelo con un objeto filoso atravesando su humanidad.