Sabía que todo comenzaría de esta trágica y cansada manera. Debí quedarme en casa descansando, con mis tarjetas a salvo en mi cartera y no parado con un poco de calor causado por la lluvia cuando cae todo el día y hace que el calor debajo de la tierra emerja provocando que, los mosquitos estén fastidiándome con su zumbido y uno que otro me chupa el cuello.
Recuerdos de los trágicos días de campo desbloqueados. Tan cerrada que tenía esa puerta.
Siento que pierdo todo el glamour con estar manoteándome todo este rato mientras la fila avanza de poco a poco. Llegamos temprano, pero si tan solo no hubiera tenido que presenciar la despedida tan acaramelada y productora de diabetes entre Alma y Armando, tal vez estuviéramos adentro ya. Pero no. El señor Cucarachón decidió que era mejor dejar contenta a la señora Cucarachona en vez de al guapo de la cartera y los billetes, yo.
Además, ninguna de las personas que veo haciendo fila me llama la atención como para hacer amigos esta noche. Podría jurar que el grupo de amigas delante de nosotros son menores de edad con identificación falsa. ¿Qué clase de adulto se ríe tan estrepitosamente en la calle? O voltean cuando piensan que no las estoy mirando, se susurran algo y se ríen. Es molesto que me vean y se rían en mi cara sin saber si puedo defenderme o reírme también, me hace recordar a la secundaria.
En ese entonces, yo era más rudo y no era cualquiera quien se atrevía. Pero no puedo perder los cabales por unas infantas con complejos de adultas. Claro, eso no incluye perderlos por el calor, los mosquitos y la humedad. Creo que estoy comenzando a sudar y sé que cuando entremos el aire acondicionado será casi nulo, espero que con todo el dineral que cuestan las entradas por lo menos pueda tener una mesa decente para sentarme a beber hasta que Armando decida irse. Por lo que veo será hasta más de la madrugada.
Y como si no existiera el colmo. Debo tener puesta esta mascara negra sobre mi hermoso rostro por la norma de fiesta. Mi dignidad me ha dicho adiós por el resto de la noche. Estoy a un mosquito de darme la vuelta para largarme.
De entre las luces, viene caminando Armando con una sonrisa ganadora y dejando a una que otra chica babeando a su paso; si tan solo pudieran ver los dígitos de su cuenta bancaria, ni la punta de la nariz dirigirían en su dirección.
—He convencido a la bonita de la entrada para que nos deje entrar —festeja y me hala, nos salimos de la fila y caminamos como reyes por todo lo largo de la fila.
—¿Por cuánto te has vendido?
—Una canción y un trago. Es bastante barata la chica, pero tiene unos ojos grises que ¡uhm! Haría que le pagaras por ser tan bonita.
Ruedo los ojos y nos detenemos cuando llegamos junto a la chica de la entrada. Armando tenía razón, es muy hermosa y eso solo es piropo. Esos ojos grises parecen dos lagunas pintadas por Van Gogh. Podrían ponerlos en un museo y serian la atracción principal.
La chica se hace a un lado de la taquilla para tomar nuestras muñecas y colocarnos los cintillos que dicen Ordinary. ¿¡Qué!? Abro mis ojos, perplejo. He pagado toda mi cara y ni siquiera soy cliente importante, soy tan normal como los demonios afuera haciendo fila. Ya de por si me sentía desplazado por entrar a IZQUIERDA y no a DERECHA, pero aparte de eso no puedo concebir que no sea cliente importante.
—Disculpa, ¿habría alguna posibilidad de que seamos clientes importantes, ya sabes VIP?
La chica nos mira a ambos en diferentes lapsos y es como si no comprendiera mi pedido.
—Disculpe usted, pero IZQUIERDA no tiene zona VIP. Recuerde que ambos clubes son uno solo, por lo tanto, IZQUIERDA es una zona más económica y DERECHA es la VIP. Y las entradas de la noche ya fueron vendidas para que pueda entrar.
Le doy una sonrisa reconfortante, después, ella nos extiende unos cartoncillos pequeños. Parecen barajas, pero no tiene números en vez de eso tienen un nombre escrito en tinta roja.
Señor Wilhelm Vanters.
¿Qué clase de nombre es ese? Conozco malos nombres, pero ninguno tan lamentable como este. Si fuera mi caso, me lo habría cambiado hace tiempo porque nada es peor que la marca de que tu mamá no te quería o te puso el nombre cuando estaba colocada, pero algo le pasó para pensar que esa abominación estaba bien.
Toco el hombro de la chica para llamar su atención, ya andaba de ojitos bonitos con el prometido de Alma.
—Te has equivocado de tarjeta, soy—
Poco le faltó para abalanzarse sobre mí con tal de cubrirme la boca.
—No puede decir su nombre. ¿Qué no leyó las reglas de la dinámica de hoy?
Miro de reojo, con mis cejas muy unidas y confusas a Armando. No comprendo nada, él no parece tener la mínima intención de explicarme y la chica ya me está mirando como si fuera algún retrasado que olvidó tomarse sus pastillas de ácido fólico.
Fuerzo una sonrisa y recupero la compostura.
—Claro, claro, me había olvidado. Gracias por todo y disculpe mi torpeza —no espero su contestación y avanzo.
Palpo el hombro de Armando para que se vuelva, pero el chico ni por enterado y creo que camina por mecánica no por conciencia. Parece un robot, mirando a un punto específico. También fijo mi mirada en ese punto específico y no me sorprende ver a dos chicas.