Dice que no es creativo y prácticamente me ha dicho que mi percepción de la decoración es arcaica y muy fea. Tu hermana será la burla, dijo riendo, como si fuéramos amigos de siempre y la confianza fuera alta. Entre él y Milo han arrasado con la mayoría de mis sodas de la semana. Esto ya dejó de ser una discusión sobre tipos de telas a: ¿Cuál es tu dulce favorito?
Milo ha tomado la batuta y habla como si no hubiera un mañana, mientras que Oliver sostiene la pistola de goma caliente en una mano y una lata de soda a medias en la otra. Y eso que la pizza todavía no llega. Entre ellos dos podrían armar una fiesta y no necesitan invitados.
—¿Tú qué opinas? —Me pregunta Oliver, después de haber hecho una gran bocanada de aire.
Parpadeo varias veces. No escuché nada.
—Camila era una demente con esas pastillitas, le gustaba machacarla e inhalarlas o… ¡Dios! Lo recuerdo como si fuera ayer, en el aniversario de bodas de nuestro padre… ¡Dios! No puedo.
Milo se seca la pequeña lagrima que desciende de su ojo. Aun así, no deja de reír y parece que va a partir el respaldar de mi sillón. Oliver también se ríe como si supiera de lo que Milo está hablando, niega con la cabeza y vuelve a dar sorbo a su soda.
—Vamos que me quier0o enterar —pide Oliver.
Yo me cruzo de brazos y una pequeña sonrisa se asoma por mis labios al recordar aquella noche de aniversario de matrimonio de mi padre y mi madrastra. Vaya recuerditos de la nochecita. Oliver sigue exigiendo a Milo una respuesta, pero este apenas si puede respirar de las carcajadas. Después se levanta y camina hasta mi pequeño bar (más de Milo porque es él quien lo llena) y saca una pequeña botella de ron.
—Debo proteger la honra de mi hermana, si te lo voy a contar ven a beber dos grandes tragos.
Milo camina y le extiende la botella, pero Oliver niega. Yo también me estaría negando, apenas es mediodía y no he comido nada.
—Debo regresar a trabajar.
—Solo son dos traguitos. Eres un poco fornido, puedes beber dos grandes tragos y estar normal.
Oliver no contaba con que el diablo sabe convencer a todos. le vuelve a ceder la botella y Oliver sonríe, incomodo. Pobre chico.
—De verdad que no puedo.
—¡Vamos! Capaz y eres el jefe, llama y di que no vas a volver. Si no bebes, no te cuento.
Milo conoce los atajos y sabe convencer. Aunque ese último argumento no fuera sostenible, yo sabía que algo maquineaba. Además, el castillo de mi hermanita está quedando precioso y no puedo permitir que un Milo con ganas de emborracharse seduzca a Oliver y también lo arrastre.
—Promete que no vas reírte muy fuerte. —Se voltea a mirarme.
—Te lo prometo.
Su manera de alzar la mano como si fuera un niño explorador, afloró una sonrisa tonta de mi parte. Ladeé mi cabeza y miré de reojo a Milo que, ahora parecía más entretenido bebiendo solo. Pensé que intentaría algo, pero estaba en su mundo. Me devuelvo a Oliver y empiezo a contarle.
—Mi padre decidió lanzar esta hermosa y gran fiesta en honor a su matrimonio con Susana, mi madrastra que, supongo recuerdas. —Oliver entrecierra sus ojos y me adelanto aclarar—. La de los gritos mañaneros. —Ahora asiente. Era obvio—. Bueno, yo estaba aburrida y pasando por esa fase de la adolescencia donde toda idea absurda me parece divertida y dije a mis primas: “¡Empecemos de verdad esta fiesta!”. Les pagué cincuenta centavos por las mentas y me escabullí por la mesa, claro, todo eso por consejos de Milo.
—No me arrepiento de nada —intervino.
—Me abandonaste en la mejor parte —recrimino.
—Tú hubieras hecho lo mismo —correspondió.
—Por favor, sigue —pide Oliver, acunando su rostro y mirándome como si fuera lo más interesante.
Dios, me pone nerviosa esa manera de entrecerrar los ojos. ¿Siempre se ve tan tierno?
Trago duro y continuo, —Esperé al momento del brindis. No era para sabotear ni nada, pero también quería diversión y ya te puedes imaginar lo demás.
Silencio. No hay risa o algo. Oliver se encuentra como una computadora actualizando el sistema, no dice nada. ¿Qué acaso no le pareció divertido?
Miro de reojo a Milo y este se encoge de hombros.
—Diablos, así que fue por eso —dijo Oliver, por lo bajo.
—¿El qué? —Inquirió Milo.
Oliver sacudió su cabeza y sonrió.
—Nada, nada. Gran anécdota. —Vuelve a fijar su atención en la manualidad.
Gran anécdota. ¿Eso es todo? ¿Gran anécdota?
Estoy segura que, si yo le contase a Jo esa historia, ella se desharía en risas por días y capaz me traería mentas para un segundo intento. No reflejaría indiferencia como Oliver.
Gran anécdota. Rayos, ¿por qué me molesta? Esto no es normal en mí. No tiendo a sentir molestia tan rápido y menos por un comentario así.
«Gran anécdota.»