Capítulo 23: El columpio que hizo florecer a la memoria
Sus labios húmedos primero aprisionaban mis inferiores y luego, su lengua se deslizaba con delicadeza y precisión. No era un beso apresurado, esta tanda había quedado atrás, ahora eran de esos donde tratas de convencerte de que es una buena idea no volver a casa y que el calor no es tan malo en ocasiones como aquella. Mis manos se desplazan por su pecho y cuello mientras que las suyas se posan sutilmente sobre mis mejillas y gracias a eso, el beso se hace más preciso; mis piernas reposan en su regazo. Se podría que llevamos un rato en comprometedora posición.
No obstante, siento un revoltijo en la parte baja de mi abdomen que me pide más. Al contrario de mis labios, que han perdido practica y se sienten adormecidos.
—Oye… —llamo su atención. Tengo toda la atención de esa mirada verde oscura y una sonrisilla de parte de Oliver se hace presente—. ¿Todavía sientes los labios?
—Lo has mordido tanto que solo duelen un poco —contestó, eso me hizo cubrirme la cara de vergüenza. Pensé que a los chicos les excitaba esas mordeduras. Mirando bien, sus labios están rosados y justo en las orillas hay pequeñas marcas cubiertas de sangre. Soy la peor—. No hace falta la vergüenza, me ha gustado… todo.
Creo que estoy tan roja como sus labios. Mi rostro se siente demasiado caliente, mi corazón está tímido. De repente, aterrizo y soy consciente de lo que acabo de hacer… he tenido una sesión intensa de besos y caricias con Oliver… el tipo que casi ni conozco, pero que me atrae inexplicablemente.
Tomo valor para mirarlo, pero inmediatamente lo pierdo estalla en una ronca carcajada.
—¿Por qué estás tan normal? —Pregunté—. Parece que fuera algo normal para ti.
—Es solo que… —Creo que comenzará a hiperventilar si sigue riendo así—. No es nada, lo siento. Verte así de avergonzada es gracioso, te hace ver tierna.
—¿Gracias? —Mordí mi labio inferior y con afán de cortar el encuentro incomodo de nuestras miradas se me ocurrió preguntar—: ¿Sabes qué hora es?
Oliver mira por la ventana, su boca se entreabre y sus pómulos se enrojecen cuando ven su reloj.
—Es sorprendente lo rápido que pasa el tiempo cuando uno se divierte; pronto anochecerá.
En esta ciudad sabemos que es la tarde cuando las lluvias cesen y el sol aparece, aunque sea por solo un momento para avisarnos que de alguna manera siempre estuvo ahí, luchando con la lluvia y tratando de calentarnos. Efectivamente, el día estaba acabando y yo lo había pasado sentada sobre el regazo de Oliver mientras nos comíamos a besos.
Fue cálido, placentero y inexplicablemente cómodo. Sabíamos como sincronizar como si nos hubiéramos besado antes de este día, como si fuésemos entrenados para coordinar nuestros ritmos labiales y caricias. Luego de ese mágico momento, a esta Cenicienta le toca volver a su calabaza.
Esto se siente como un Deja Vú.
—Esto estuvo muy rico, pero debo regresar a la realidad, Príncipe Solitario —dije, luego de eso di un ultimo beso a esos hermosos labios y me levanté.
Oliver me sigue.
—Mis labios estarán para ti cada vez que tu deseo clame ser consumido —declara, tomándome desprevenida.
Mi estomago se revuelve y solo siento el impulso de volver a besarlo apasionadamente y quien sabe, enredarme en sus sabanas.
¿Qué estoy pensando? Debo ser razonable, no debo darle razones para pensar que soy una calenturienta.
—No me hables así. Vas a lograr que mi cabeza estalle de tanta sangre corriendo.
—Si es por mantener ese hermoso rostro, me detengo sin chistar.
Aun cuando nos detuvimos, la calma nunca llegó a mí. Cuando llegué a casa, sentía como si acabara de correr una maratón sin detenerme un momento; mis pies flaquearon apenas toqué el colchón de mi solitaria cama y el recuerdo de aquel espontaneo momento con Oliver, el padrino de bodas me asaltó en cada uno de mis sueños
*/*
Habían pasado más o menos tres días desde aquello. Mi mente no me dejaba detenerme en otra cosa, lo recordaba en cada instante y volvía a sentirme nerviosa y confusa. La rapidez y fluidez con que todo surgió todavía me impresiona y como todo terminó hace que me sienta de lo peor.
Oliver y yo nos habíamos besado y nada de besitos inocentes de un solo encuentro. Fue de esos besos que te dejan sin saliva, que te obligan a adoptar nuevas técnicas de respiración, de esos que conducen a… eso fue suficiente sobre la descripción. Simplemente eso fue… repetible.
Hace tanto que no besaba. Incluso Jo notó los cambios con solo mirarme una vez mientras entraba a mi casa.
—¡Tuviste sexo! —Apuntó.
Su reacción fue tan espontanea y a la vez tan esperada que solo me resigné a sonreír con ingenuidad.
—Mejor, estuve besando.
Se para en seco al mismo tiempo que hace una mueca.
—No entiendo como es que intercambiar saliva es mejor que eso, pero cada quien con sus temas. —Se encoge de hombros, rápidamente se sienta junto a mí y muestra un semblante de chismosa—. ¿Quién fue? ¿Dónde fue? ¿Cuándo fue y por qué no hubo sexo?