De ti, diez años en el pasado
En un parque solitario, justo al mediodía cuando todos los chicos del pueblo se deberían encontrar almorzando como es debido, hubo dos que decidieron ir a reflejar los sentimientos escondidos. Ambos creyeron estar solos cuando dejaron sus lágrimas recorrer el camino de sus ojos a sus mejillas.
Y en un columpio se encontraron. Camila había llegado primero es verdad, pero Armando había comenzado a llorar desde antes. Entonces, ¿a quién le correspondía el espacio? ¿Cuál era la razón de ese fatídico encuentro?
Inmediatamente, ambos desviaron su mirada al lado contrario.
Ambos avergonzados.
Ambos sin saber que hacer.
Ambos con sus almas descubiertas.
Ambos sin saber cómo manejarlo.
—No preguntaré nada a cambio que no digas nada —dictaminó Camila, aun sin darse la vuelta y muy irritada.
—Hecho, pero debes permitirme quedarme hasta calmarme —repuso Armando—. O puedes irte, tus lagrimas se secarán antes de llegar a tu casa.
—Igual las tuyas —declaró Camila a la defensiva—. No veo porqué tendría que irme y dejarte el espacio, yo llegué primero… ¿¡Quien dice que estoy llorando!? Es que casi me quedo dormida y tus pisadas me despertaron… ¡Yo no lloraba! ¡Tú sí!
El nerviosismo en la voz de Camila y su desesperación por negar lo visible a simple vista ayudaron a Armando inconscientemente a aligerar su humor.
—¿Acaso lo he negado? —Inquirió Armando—. Además, cuando llegué apenas botaba las primeras y tú ya ibas por el tercer lamento…, llorona —dijo por lo bajo, pero lo suficientemente alto para que ella escuchara claramente.
—Serás… —bramó Camila, luego se interrumpió.
Tenía intenciones de iniciar una discusión donde abogaría a su favor. Sin embargo, se extrañó al no tener verdaderas intenciones para hacerlo. ¿Qué había de bueno en que Armando lo viera llorando a moco tendido? Pues nada, pero él también tenía lagrimas escurridas y por alguna razón, Camila sintió lastima.
—¿Vienes aquí muy seguido? —Preguntó Armando.
Armando apretó sus labios y en su rostro se mostró un pequeño destello de enojo.
—Ya no te preocupes, llora tranquila —dijo, en un tono tajante. Luego se calmó un poco y suspiró—. Este es mi lugar…, pero puedo notar que lo necesitas más que yo. Puedo imaginarme lo que sientes y por eso, no te haré sentir más incomoda. Y no te preocupes, nadie sabrá que tú y yo nos conocimos aquí.
Camila no le respondió. Sin saber, esa ultima oración quedó en una promesa que se ha respetado hasta a la actualidad y nunca fue olvidada.
Ambos estaban tristes, tanto dolía la herida de sus almas que lagrimas se afloraron como un catalizador para exterminar el dolor y, aun así, Camila no se compadeció como para ofrecer consuelo.
¿Qué tan fría debía ser una persona como para ver a otra en una situación similar y aun así no tender una mano amiga, sino que sigue usando su orgullo como coraza protectora?
Para cuando Camila reunió la fuerza necesaria para enfrentar a Armando y ofrecerle disculpas por su conducta poco empática, él ya no estaba ahí. Volvía a estar sola y por más extraño que suene, eso no la tranquilizó.
¿Había más personas además de ella que combaten demonios internos y los canalizan por medio de lamentos? Camila negó con la cabeza.
—Es imposible que alguien que se ve siempre tan alegre y campante guarde una impotencia parecida —se convenció.
Inmediatamente, se recordó y eso la hizo hacer una mueca. Armando también portaba la misma mascara sonriente y un disfraz que pretende mostrarle al mundo que todo está cuando por dentro no hay ninguna parte completa. Ambos estaban mostrando al mundo lo que querían.
—Soy una inconsciente —se regañó—. Invalidé su capacidad de sentir… soy una tremenda egoísta.
Recordó el rápido momento donde pudo verle el rostro. ¿Por qué había dolor en su mirada y su pecho agitado? ¿Qué situación lo pondría en esas circunstancias?
Entonces, decidió que buscaría a Armando para disculparse y quien sabe, tener la conversación que no pudo ser.
Las clases no los hicieron coincidir, tampoco los almuerzos y menos las horas libres; al parecer la escuela no quería prestarse para la unión de esas dos personas atormentadas. No obstante, Camila como muy pocas veces, estaba determinada a encontrar ese momento aun si solo durara unos poco segundos.
Sin darse cuenta, el estar ocupada persiguiendo a ese chico fue suficiente para entretenerla de su condena personal; su necesidad de disculparse fue por mucho más fuerte. Incluso cuando contempló rendirse, encontró una aliada para cumplir la misión: Alma.
A pesar de no tener la popularidad de Camila, tenía buenas influencias con la población masculina del pueblo gracias a su amistad con cierto chico del cual ella no recuerda el nombre.
—¿Alma, tú eres amiga de Armando?
Su amiga se quedó pensando.
—Digamos que de vez en cuando jugamos y hablamos cordial —contestó—. Claro que siempre se da la experiencia porque tenemos a Oliver como amigo en común.