Han pasado unos días y no ha ocurrido nada extraño. Sentí un alivio. Por cierto, la relación con mis padres dejó de estar tensa. Ayer hicimos un picnic cerca de las cinco y media de la tarde; sentía que recuperaba una parte de mí que había perdido desde que llegué a la aldea. La brisa suave, el aroma a hierba fresca y el sonido de las hojas al moverse me hicieron recordar momentos más agradables. Mis padres sonreían, y por un momento, todo parecía volver a la normalidad.
Lo único que me inquieta es la ausencia de Geovanni. He intentado comunicarme con su familia, pero lo único que hicieron fue ignorarme. Busqué a la vidente para conseguir respuestas, pero lo único que obtuve fue más confusiones. Sus palabras eran vagas y misteriosas, y salí de allí con más preguntas que respuestas.
La mañana había transcurrido normal y tranquila. El sol brillaba intensamente, y los pájaros cantaban alegremente. Todo parecía ir bien.
¿No era eso extraño?
Que precisamente la situación estuviera tan calmada y tranquila.
¿Acaso vendría lo peor ahora?
Sacudí mi cabeza e intenté borrar esos pensamientos. No quería volverme más paranoica de lo que ya estaba.
Mis padres no estaban; ya me había acostumbrado a su ausencia. Eran como las once de la mañana y alguien estaba llamando a la puerta, lo cual me pareció extraño porque nadie llamaba a la puerta de nuestra casa.
El que lo hacía antes era Geovanni.
—Geovanni, —dije levantándome de golpe del sofá, mi corazón latiendo con esperanza.
Podría ser él, ¿no?
Abrí la puerta con la esperanza de encontrarme con aquel chico alto de cabello negro y ojos color avellana, pero en su lugar, me encontré con el sheriff de la aldea.
—Señorita Griffyn, —expresó el sheriff de la aldea a modo de saludo. Su rostro serio y sus ojos analíticos me hicieron sentir una punzada de preocupación.
Grande fue la decepción que me llevé al saber que no era la persona que esperaba.
—¿Qué lo trae por aquí, señor? —pregunté desanimada, tratando de ocultar mi decepción.
—Quiero hablar con tus padres, ¿se encuentran presentes? —dijo con urgencia, como si hubiera pasado ocurrido algo malo.
—Mis padres sali... —no pude terminar la frase, ya que justo llegaron mis ellos, y parecían estar preocupados, como si algo hubiese pasado algo. Ambos estaban pálidos y asustados. Podía ver el sudor en sus frentes y las manos temblorosas de mi madre.
—Señor y Señora Griffyn, los estaba buscando. —hizo saber el sheriff, su tono no dejó lugar a dudas de que la situación era grave.
Mis padres hicieron pasar al sheriff a la casa. Mi madre me pidió que subiera a mi habitación, diciendo que era una situación delicada y que no podía entrometerme.
¿Pero saben qué hice?
Lo que toda adolescente haría: escuchar la conversación. Sé que no está bien hacer eso, pero no tenía alternativa. Además, tenía curiosidad de lo que estaba sucediendo y de qué trataba la conversación.
—Supongo que ya saben a qué vengo, —dijo el sheriff seriamente. No podría deducir a qué se refería ni los gestos de mis padres ya que me encontraba en las escaleras, arriba.
—Sí, nos hemos enterado de la situación, por eso vinimos lo más rápido que pudimos. —respondió mi madre, angustiada. Su voz temblaba ligeramente, y podía imaginar sus manos apretadas nerviosamente.
El sheriff comenzó a caminar de un lado a otro, sus botas resonando en el suelo de madera. Cada paso parecía llenar la sala de una tensión creciente.
—Creo que este no es el lugar adecuado para hablar, —dijo el hombre alto, con su uniforme que le imponía autoridad y respeto. Sus ojos se movían inquietos, como si esperara ser observado.
—Sugiero que vayamos a mi oficina, —terminó diciendo después de un silencio neutral. Al levantar la vista, me vio en las escaleras; automáticamente sonreí con nerviosismo y me fui directo a mi habitación.
Me acosté en la cama, soltando un suspiro. El sheriff no ha dicho algo coherente o cuál sea la situación tan delicada que involucra a mis padres en esto. Sentía un nudo en el estómago, la incertidumbre era sofocante.
Solo sé que mis padres frecuentan otra aldea que queda a unas hora y media de aquí. No sé cuál es el motivo de por qué siempre van ahí, pero lo más evidente es que debió ocurrir algo en esa aldea, porque acá, por el momento, no ha pasado nada fuera de lo común que altere o afecte a los aldeanos.
Mis pensamientos fueron interrumpidos por unos suaves toques en la puerta, que se abrió unos instantes después por mi madre. Su rostro mostraba una mezcla de preocupación y determinación.
—Elena, cámbiate, iremos al despacho del sheriff. —demandó mi madre con un tono neutro y distante, evitando mirarme a los ojos. Podía ver la preocupación escrita en su rostro.
—¿Qué sucedió? —pregunté con curiosidad, aunque temía la respuesta.
—No es un buen momento para hacer preguntas, Elena, —expresó con determinación la mujer que me observaba desde la puerta. Sus labios temblaban ligeramente, y sus ojos reflejaban una tormenta de emociones que intentaba hacer no tan evidente.
-Tienes diez minutos para bajarte y no quiero ninguna objeción. -fue lo último que dijo antes de cerrar la puerta con la misma suavidad que tocó y abrió. La habitación se sintió de repente muy pequeña y asfixiante, como si el aire se hubiera vuelto más denso.
Me quedé mirando la puerta cerrada, con el corazón latiendo con fuerza. Sabía que algo estaba ocurriendo, y ese algo no era nada bueno, lo presentía.
Me levanté rápidamente y me puse la primera ropa que encontré, salí de la habitación rumbo a la planta baja y me encontré con mi madre quien al parecer estaba a mi espera, tenía la mirada perdida en un punto fijo hasta que se dio cuenta de mi presencia.
-Tú padre y el sheriff se han adelantado. -me hace saber la mujer levantándose del sofá.
Estaba a punto de decir algo cuando ella volvió a hablar;