ANDREA
Sigo sentada en las baldosas del baño tras recibir la tercera amenaza de muerte en menos de veinticuatro horas. Siempre he vivido bajo la amenaza de que alguna bala perdida en la guerra de mi padre, llegue a mí, pero esto es peor. Soy capaz de palpar la muerte que rodea a estos tres individuos que me mantienen cautiva. Es como un halo de oscuridad infinita que se ve incrementada por el frío de sus palabras y el cañón de las pistolas.
Me levanto con cuidado, intentando no hacer movimientos bruscos que abran más las heridas de mis muñecas o que incrementen el dolor de cabeza que parece disminuir poco a poco. La tela que cubre mi cuerpo desaparece y el frescor del agua relaja mis músculos tensos. No sabía cuánto necesitaba este descanso hasta que la humedad conquistó cada rincón de mi cuerpo.
El agua acaricia las heridas y cicatrices, tratando de arrastrar con ella todo tormento capaz de nublar mi mente. Estoy aquí, ahora y es todo lo que importa. Mi prioridad es averiguar qué quieren para poder salir de aquí cuanto antes. En las series policíacas dicen que es importante entender la mente perturbada del secuestrador. Así que, cuando salgo de la ducha y lo veo cenando mirando a la nada, voy decidida a por mi objetivo.
En silencio, tomo asiento en el sofá situado frente al suyo. Comienzo con el agua, bebo tanta que temo quedarme sin espacio para la comida. Sinceramente, nunca había tenido tanta sed, en mis otros secuestros me trataban como a una princesa, sabían que si me pasaba algo mi padre se encargaría de hacérselos pagar y todos querían algo de él, pero no sufrir su ira. Sin embargo, este trío de inconscientes no tiene ni idea de a quién tienen encerrada ni del infierno que podría desatar mi desaparición.
No te equivoques, me asusta estar secuestrada, pero cuando es la tercera vez piensas que la vida te está vacilando y aprendes a tomártelo con más calma. Aún así, sé que hay algo diferente en este último. La familiaridad que siento con él no me cuadra, hay algo que se me escapa y no logro averiguar el qué.
Niego intentando que mis pensamientos retomen su curso.
—La princesita tenía sed —dice de repente sin mucho interés.
Enarco una ceja, sorprendida. Es mi oportunidad, puede que seguirle el juego me ayude a adentrarme un poco en su mente de hielo.
Miro a todos lados, como si estuviera buscando algo entre una gran multitud.
—¿Qué haces?
—Busco a «la princesita».
Una sonrisa ladeada que se esfuerza por esconder, hace un pequeño acto de presencia.
«¡Céntrate! Nada de sonrisas, tu objetivo es conocer la mente del perturbado que te tiene secuestrada».
El susodicho se levanta con toda la tranquilidad del mundo y vuelve segundos más tarde con un objeto en las manos que no logro identificar. Me tiende lo que parece un trozo redondo de plástico negro.
—Dale la vuelta, encontrarás lo que buscas.
Confusa, hago lo que me sugiere sin saber muy bien qué esperar. En más, esperaba cualquier cosa menos ver mi reflejo en el espejo que, sin saberlo, mantenía en las manos.
—Touché —susurro derrotada en mi propio juego.
—Sé lo que quieres hacer y conmigo no funcionará —dice volviendo a su trozo de pizza.
«Piensa rápido».
—Entonces, ¿lo de noquearte y comerme tu comida, no es una opción? —Una carcajada emerge de lo más profundo de su garganta.
En serio, la vida se ríe de mí. ¿No podía ser un hombre mayor con sobrepeso y cara de pervertido? No, claro que no. Mi secuestrador tiene que ser un puto dios griego. ¿No lo había mencionado? Está sin camiseta, desde que salió del baño para echar a Dan. Intento no pensar en eso, pero entre su mirada penetrante, su voz profunda y abdominales perfectamente definidos, cuesta concentrarse en que es un asesino. Hasta el sonido de su risa me resulta adictivo. Tanto como si en el pasado me hubiera desintoxicado de él y volviera a escucharlo tiempo después.
—No, no es una opción. —Mira la venda de mi muñeca—. ¿Quieres algo para el dolor?
—No —lo interrumpo—, no me apetece que me drogues y hagas de todo conmigo. Gracias.
Genial, pretendo entablar una relación de mínima confianza o distensión con la que conocer mejor a quién me estoy enfrentando y lo primero que hago es insinuar que es un violador. Aunque tampoco sería tan descabellado, después de todo, fue capaz de arrebatar dos vidas, que inocentes o no, no deberían haber acabado.
Levanta una ceja, divertido, enrolla un hilo de queso derretido en el dedo y lo introduce en su boca sin separar los ojos de mí. No sé qué me estoy perdiendo, no entiendo su cambio de actitud, pero supongo que el plan está funcionando. Era lo que quería, ¿no?
—No es para eso, niña. No necesito drogar a las chicas para meterlas en mi cama.
—Lo que digas —digo con indiferencia volviendo a mi pizza, no me interesa entrar en estos temas, podría malinterpretarse y no estoy como para lidiar con más traumas.
La cena sigue en silencio, no es un silencio incómodo, lo que me incomoda. Se supone que debería sentirme amenazada, asustada, nerviosa e incluso aterrorizada, pero no es así. Su compañía me mantiene alerta, me hace sentir viva de formas que no logro entender, mas no me infunde terror.
Me sorprende su tranquilidad, debería estar preocupado por la policía ¿no? Sin embargo, parece que tiene todo controlado, como si hiciera esto todos los días, como si retener a una chica en una habitación de motel fuera algo tan normal como respirar.
«A lo mejor lo es».
—¿Cómo te llamas? —intento entablar una conversación normal con él, mas el silencio es mi única respuesta. Ni siquiera se ha inmutado o me ha mirado, estoy a punto de rendirme cuando su voz ronca me atraviesa.
—No funciona así. Las películas mienten, niña. No trates de entablar una relación conmigo porque no la habrá nunca, no intentes entenderme y mucho menos, meterte en mi mente porque no podrás salir de ella. —Se apoya sobre sus rodillas, acercándose a mí—. El fuego quema, pero yo destruyo. Si quieres seguir con vida te aconsejo que te mantengas alejada de mí.
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Editado: 29.10.2024