Te digo, por los santos,
que mientras viva en este mundo
No amaré a nadie más que a ti,
ni en público ni a escondidas (1)
Mireille se sentía al borde del colapso. ¿Por qué nada podía salirle bien a Bruna? ¿Por qué los hombres eran tan imbéciles? ¿Por qué las ilusiones duraban tan poco tiempo? Hasta pensó si tal vez hubiera sido mejor que el caballero del bosque nunca apareciera, así al menos su señora hubiera pensado con ilusión en él. Como un sueño que pasó, pero que nunca olvidaría.
Pues no, al parecer esos no eran los planes de Dios. Porque el señor le puso al hombre directo en el camino. Bueno, se lo puso a Bruna. Mireille no quería pensar que vivía emociones a través de su señora, pero a veces creía que era así. No poseía una vida propia, su existencia y su propósito era servirla. Nunca tendría un marido, nunca tendría a nadie que no fuera ella. Su vida era aburrida, ¿qué tenía de malo emocionarse por las cosas que le pasaban a su señora? Ella quería que Bruna fuera feliz, porque la quería, porque era su amiga a pesar de todo. Y el asunto de Guillaume empezaba a preocuparla.
Quizá el caballero fue sincero en sus palabras, no tenía la culpa de nada. Él no tenía idea de cómo Bruna se había sentido lastimada por años cuando la comparaban con Orbia. Bruna se lo decía siempre, no le llegaba ni a los talones a la dama Grial, no era nadie al lado de ella. Pensamiento que le parecía injusto a su doncella, pero sabía muchos se lo repetían a cada momento.
Para empezar, toda la corte de Cabaret que ni le prestaba atención y le dedicaban canciones burlonas en secreto. Seguía su propio esposo, Peyre Roger, quien a veces elogiaba más a su cuñada que a su mujer. Por último y más grave, Jourdain de Cabaret, que no paraba de decírselo y de las peores maneras.
Ni siquiera hacía falta ponerse en los zapatos de Bruna, solo un poco de consideración por el prójimo para darse cuenta que esas palabras lastimaban a cualquiera. ¡Y el caballero ese iba y le decía que fue a Cabaret a buscar a Orbia! ¡Hombres, hombres! ¿Todos los caballeros eran iguales acaso? ¿No podía ni uno salirse del molde?
Preocupada por su señora, Mireille volvió con ella. Esperó tal vez encontrarla irritada, pero lo que vio fue a una Bruna angustiada. Caminaba de un lado a otro, y Valentine la miraba sin saber qué hacer o qué decirle. Las dos doncellas se miraron, y su compañera se encogió de hombros. Al parecer eso tenía para rato.
—Mireille —dijo Bruna de pronto—. Dime, ¿fui grosera con él?
—¿Ehh...? No, mi señora. Como cree... —Murmuró.
—Es que yo... Yo... ¡A veces soy tan infantil! —Gritó, molesta consigo misma—. Jourdain tiene razón. Soy una estúpida niña que no sirve para nada y no puede hacer nada bien —agregó, y Mireille vio cómo luchaba por contener sus lágrimas—. No debí reaccionar de esa manera.
—Mi señora, escuchadme —la que se acercó fue Valentine—. ¿Por qué sentirse angustiada por un caballero? ¡Él se lo pierde! Me di cuenta, señora, que ese caballero en verdad llegó aquí interesado por vos. Y sí, parecía hasta desesperado por disculparse. ¿Por qué no tomar eso a vuestro favor?
—Señora —agregó Mireille—, demoré en volver porque él estaba preocupado por entender qué fue lo que os molestó tanto.
—¡Es que lo que me dicen no me hace sentir mejor! —Exclamó aún más angustiada—. ¿No lo ven? Fui injusta.
—Puede ser —continuó Valentine—, y por eso esta noche vos seréis la dama más bella del banquete. Os prometo, mi señora, que él no será indiferente. Va a rogar por una mirada siquiera.
—¿Quieres que lo castigue por un error mío? —Preguntó Bruna sin entender.
—No, mi señora. Pero la corte es la corte, y si vais a jugar el juego, debéis ganar. Es así como es, ¿no? La dama distante, el caballero suplicante. Y él lo hará, ya veréis que sí. Si de verdad está arrepentido, si en serio quiere disculparse con vos, que lo demuestre. Así sabréis si le interesáis de verdad, o si solo habló por compromiso.
—Nunca podré ganar. No soy buena ni en mi propia corte —murmuró Bruna.
—Entonces que no sea competencia, señora. Haced con él lo mismo que hacéis con todos. Yo diría que con Peyre Vidal os ha funcionado más que bien. —La sola mención del trovador le arrancó una sonrisa a Bruna, y al menos ayudó a relajarla un poco.
—Señora, por favor —le dijo ella—. Solo por una noche, nada más. Una noche para ser la dama de Béziers. ¿Os atrevéis? —La retó. Bruna dudaba, y acabó soltando un suspiro.
—Ustedes dos me van a volver loca —dijo haciéndolas reír.
Al menos, se dijo Mireille, no iba a despreciar al caballero. Toda esa angustia solo quería decir que le gustaba de verdad, y que tenía miedo de alejarlo.
****************
La noche había llegado a Cabaret, con ella el banquete de bienvenida. Para todos era una novedad que el hijo de Bernard estuviera allí, y el chisme se extendió por todos lados. O al menos eso pensó él cuando vio tanta gente.
Cuando Guillaume llegó al área donde se desarrollaría el banquete se quedó admirado. Considerando que todo eso se había organizado en menos de un día, y que de seguro la misma Bruna estuvo a cargo de todo, no pudo evitar la sorpresa. La mesa de la cena estaba adornada con flores y guirnaldas, dispuesta en un espacio amplio de la fortaleza desde donde se tenía una impresionante vista del valle y los montes. La luz de la luna llena iluminaba los gallardetes y pendones multicolores que se movían con la fresca brisa. El clima era cálido y la música sonaba por todo el lugar. Por supuesto, los trovadores y músicos no podían faltar en Cabaret, la famosa capital de la finn' amor y el joy.
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Editado: 08.09.2022