I.- Un viaje casi inesperado
Esa mañana Guillaume despertó con ganas de morirse. De morirse de la maldita resaca que sentía por beber como pez en el río en la fiesta de la empresa, cosa que tal vez no debió hacer considerando que en teoría era algo así como el director de la compañía. "Algo así", se dijo con gracia mientras se ponía de pie. Porque en realidad vivía en la agitada ciudad de Nueva York desde hacía años, pero su padre lo obligó a tomar la dirección de la sede local de la multinacional que dirigía. En realidad ni capacidad de decisión tenía, era Bernard de Saissac quien como siempre tomaba todas las decisiones de "El Grial", la empresa familiar que tenía más de un siglo de existencia.
Él se sentía un mero adorno a veces, solo dando órdenes que papá aprobaba y que sus subordinados se encargaban de seguir al pie de la letra. No se sentía dueño de ese imperio, ni quería serlo. Extrañaba sus primeros años en París, pero tenía que reconocer que ser un francés rico en Nueva York le dio muchos beneficios, algunos de los cuales llegaron a aburrirlo con el tiempo. Guillaume suspiró, y a paso lento caminó hacia el baño. Se mojó la cara y decidió que tenía que bañarse pronto.
Una vez limpio y con mejor aspecto, el hombre se puso una toalla en la cintura y fue a la cocina. Desde su apartamento podía ver las calles nevadas, y las luces navideñas. Algo que contrastaba con su pequeña realidad en la que la Navidad nunca fue bienvenida. Abrió la refrigeradora y cogió una cerveza, porque era de conocimiento general que no había nada mejor que otra cerveza para cortar la resaca. O eso le dijo alguna vez su amigo Amaury, y él se la creyó.
Mientras bebía, su vista se dirigió al calendario colgado en la pared, con los días marcados, acercándose poco a poco al final. Nada quedaba para decirle adiós al 2021, pero antes tendría que soportar las fiestas y feriados que lo cansaban. Tal vez debió tomar un vuelo al Caribe o algún lugar sin nieve, pero hasta flojera tenía de buscar un vuelo. Quizá su asistente Arnald podría hacerlo, pero...
El sonido irrumpió sus pensamientos. ¿Le extrañaba? Desde luego. ¿Qué clase de persona en pleno 2021 usaba en teléfono fijo para hacer una llamada? Es más, ni se acordaba que tenía uno. Harto del sonido, se dispuesto a desconectarlo y hacerlo a un lado. No sentía deseos de hablar con nadie y menos por esa cosa. Así que eso hizo, y asunto resuelto. O eso creyó, hasta que tocaron el timbre del apartamento.
Eso sí que era extraño. Dejó que el timbre sonara un par de veces más con la esperanza de que quien quiera que fuera terminara aburriéndose, pero no fue así. Bufó, y arrastrando los pasos, llegó a la puerta. La sorpresa era su asistente Arnald con cara de "Te odio, pero me pagas el sueldo". Y además sostenía un teléfono.
—Buenos días. Tiene una llamada, señor.
—Claro —contestó, y tomó el teléfono. ¿Qué rayos era todo eso? ¿Algún asunto urgente del trabajo que tal vez se le olvidó? Era posible, no sería la primera vez—. Diga.
—Hasta que al fin te dignas a responderme.
—Padre —murmuró sin ganas, lo que le faltaba—. ¿No se supone que a esta hora estás durmiendo?
—Son las seis de la tarde, Guillaume.
—Ah... —Entonces era el mediodía en su lado del mundo y ni cuenta se dio—. Como sea, ¿pasó algo?
—Se acerca la Navidad.
—¿Me llamas para eso? Como si no lo supiera —dijo, se le escapó un suspiro sin querer.
—Y no estás donde se supone que debes estar.
—Estoy en casa a salvo y no en un coma etílico, así que yo diría que estoy justo donde debo estar.
—Guillaume. —Don Bernard se puso más serio, cosa peligrosa a esas alturas—. Tenemos un acuerdo.
—¿De qué?
—Este año volverías a Provenza a pasar las fiestas. Te dije varias veces lo importante que era, todos nuestros socios franceses estarán. Este año lo celebraremos en Cabaret.
—Vaya nombre, eh —comentó con descuido—. Padre, en verdad no me interesa pasar estos días rodeado de ancianos franceses hablando de lo mismo.
—Eres mi hijo, Guillaume. Esos ancianos franceses que no quieres ver son los que sostienen nuestro imperio, tu herencia. Y todos te tienen en buena estima.
—Lo dudo —contestó, y giró los ojos. Todos esos vejestorios lo conocieron de niño, y en sus mentes seguía siendo un crio al que papi controlaba.
—Como sea, tu presencia aquí no está en discusión. Vas a volver a casa para Navidad y fin de la discusión. Tu vuelo sale en cuatro horas.
—¡¿Qué?! —exclamó. Frente a él, Arnald se esforzó por esconder su risa—. Ni siquiera tengo un maldito boleto aéreo.
—Le envié los documentos a tu asistente. —Tal vez estaban hablando alto, pues apenas dijo eso, Arnald sacó unos papeles. Ahí estaba la información de su vuelo, el número 0023 de Air France.
—No he hecho maletas.
—Tu asistente se encargará.
—¿Puedo pasar, señor? —preguntó Arnald—. Tengo ordenes de su padre.
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Editado: 08.09.2022