V.- Un recuerdo de Navidad
Durmió en una de las salas de estar del castillo de Cabaret, y quien lo descubrió fue el mismo Arnald. Para cuando abrió los ojos sentía terrible dolor de espalda por la mala postura en la que se acostó, le dolía la cabeza como si tuviera resaca, y podría jurar que se iba a resfriar. Esa manta no fue suficiente, y aún tenía frío.
—Señor, ¿todo bien? —preguntó Arnald al despertarlo.
—Me encanta como haces ese tipo de preguntas en momentos donde claramente no estoy bien —contestó mientras se sentaba. Mal no se sentía. Se sentía fatal.
—Hay algo que debo decirle, es sobre el árbol caído.
—¿Qué cosa?
—Se rompió.
—Ah... supongo que ya lo repararán.
—Pues no, y los anfitriones están molestos. Su padre le pidió disculpas, y prometió que hoy mismo iría usted a comprar un nuevo árbol natural.
—¿Y por qué debo hacer eso? ¡Ni siquiera sé de dónde sacar un maldito árbol!
—Puedo ayudarlo con eso. —El chico tomó la tablet y empezó a buscar información. Un minuto después le dio los resultados—. Acabo de enviarle una captura al correo con la dirección, no es lejos de aquí. Está en la ruta a Saissac.
—Ah, genial —dijo con ironía—. ¿En serio esperas que vaya?
—Yo no espero nada de usted, señor. Es su padre quien lo hace. ¿Le informo que ya está en camino? —Guillaume se llevó las manos al rostro y se masajeó la sien. ¿Qué le quedaba? Igual le daba vergüenza haber roto algo y sabía que tenía que repararlo. Supuso que podría retrasar un día su escape a París hasta solucionar eso.
—Si, claro. Iré a la habitación en busca de la billetera.
A paso lento, subió hasta la segunda planta y tocó la habitación que le asignaron con Bruna. Poco más de un minuto después esta le abrió, llevaba la bata de baño puesta, y una toalla en el cabello.
—¿Qué quieres? —preguntó ella de mala gana.
—Vengo a recoger mi billetera, voy a salir.
—¿Ya regresas a París? —negó con la cabeza.
—Iré a comprar un árbol nuevo para compensar lo de ayer.
—Oh... ya veo —le dijo con voz baja. Torció el labio inferior unos segundos y luego lo miró—. Tal vez debería ir contigo, después de todo también fui parte de esa escena.
—No fue tu culpa, yo hice una tontería.
—Pero se supone que estamos juntos en esto. Déjame cambiarme y salimos. ¿No quieres tomar una ducha también?
—Sí, claro.
No se disculparon, no se dijeron nada más. Al menos ya no parecían enojados uno con el otro, y él disfrutó esa ducha caliente como nunca. Se preparó rápido para salir, y ella lo esperó lista mientras miraban su celular. En el desayunador ya se estaban reuniendo, pero decidieron esquivarlo para evitar pasar vergüenza. Cuando regresaran con el nuevo árbol ya podrían pedir disculpas de verdad.
Esa mañana no nevaba, pero sí que hacía frío. El auto en el que irían sería el de Bruna, pues el suyo seguía en reparación. Entraron, ella encendió la calefacción. Guillaume iba a encender el GPS, pero se dio cuenta que ella conocía bien el camino.
—¿Has traído efectivo? —preguntó ella de pronto, tenía la ruta fija en el camino, y él se sentía ignorado hacía buen rato.
—Algo.
—No aceptan otro medio de pago, es algo rural, por decirlo así.
—Bien, nos las arreglaremos. ¿Y crees que tardemos mucho? Tengo prisa, debo ir a París.
—No lo sé, escoger un árbol de Navidad tiene su arte. No podemos llevar cualquier cosa, les arruinamos la fiesta a los de Cabaret, sin duda tiene que ser algo espectacular.
—Si, como quieras. Elige tú, no me interesa.
—¿Eh? —Solo entonces Bruna lo miró de lado, arqueó una ceja—. No tienes que ser grosero, ¿sabes? Tampoco es que me haga gracia pasar la mañana con el tipo que me besó a la fuerza y que destruyó un árbol de Navidad.
—¡No es por ti! —se apresuró a aclarar—. Es el árbol, es la Navidad. Es... todo esto.
—¿Eres un "Grinch" o algo así?
—No lo sé, supongo que sí. A veces.
—Pero, ¿por qué? Quiero decir, unos odian las reuniones familiares, otros dar regalos, la comida, la música, las luces. ¿Qué odias tú?
—¿Todo? —A Bruna se le escapó una carcajada.
—Sí, un Grinch en toda regla.
—Supongo que a ti te gusta mucho.
—¿Bromeas? Amo la Navidad, todo de ella. Era la fiesta favorita de mamá.
—¿Era?
—Murió cuando tenía doce años —contestó, y eso lo dejó pálido. No supo qué decir en ese momento, al contrario, le cayeron varios kilos de culpa encima.
—Yo, eh... Lo siento, Bruna. No quería hacerte recordar algo triste.
—No es triste, bueno, ya no lo es. Por supuesto que sufrí su ausencia, que la extrañé mucho, que aún lo hago. Pero ella no se ha ido del todo, sigue a mi lado. Sus palabras, sus consejos, su recuerdo. Sé que ella me observa desde su plano, y que volveremos a estar juntas. La honro así, con amor, siguiendo su ejemplo, celebrando lo que ella amaba.
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Editado: 08.09.2022