Mi voluntad me lleva hacia ella,
la noche y el amanecer sufriendo
por deseo de su cuerpo;
pero viene despacio y despacio me dice:
"Amigo, dice, celosos y malvados
han armado tal jaleo
que será difícil resolverlo
y que ambos tengamos placer" (1)
La fiesta ya había terminado, y ella no sabía qué hacer. Le pidió a Trencavel que la dejara sola, aunque él insistió en arreglar las cosas después de que Guillaume los vio. Bruna se negó, dijo que ya no era asunto suyo. Solo porque ella se lo pidió el vizconde aceptó mantenerse al margen y retirarse a su habitación.
Sus doncellas llegaron poco después. Estuvieron a punto de asistirla para quitarle el vestido, pero Bruna se negó. Caminaba de un lado a otro, la angustia la estaba consumiendo, las manos le temblaron. Sabía lo que vio en el rostro de Guillaume, y no le gustó nada. De seguro era la misma decepción y amargura que él vio en ella cuando lo encontró con Orbia. ¡Pero ella no hizo nada malo! Tal vez no debió concederle tanto a Raimon como despedida, no sin hablarlo con Guillaume. Tenía que explicarle que no era lo que pensaba, que entre su antiguo caballero y ella ya no sucedía nada, que lo había escogido a él. ¿Y cómo hacerlo?
—No voy a dejar pasar esta noche —se dijo con toda seguridad.
—¿Se encuentra bien, mi señora? —preguntó Valentine, la había escuchado murmurar.
—Yo... Yo tengo que salir de aquí.
—¿Pasó algo? —Mireille se acercó a ella—. ¿No se siente bien?
—Yo... Yo... Necesito salir. Tengo que ir a buscar a Guillaume.
—Señora, disculpad mi atrevimiento, pero no podéis hacer eso. —Valentine se impuso de inmediato. Nunca le había hablado así—. Si deseáis puedo pedirle a Pons que le envíe un mensaje, así podrán encontrarse en un lugar seguro.
—No, él no querrá. Él no tiene que aceptar mis condiciones después de... —No quiso continuar. No sabría cómo explicarse ante ellas—. Iré yo misma.
—Señora, Valentine tiene razón —apoyó Mireille—. Lo mejor será que...
—Iré de igual manera, no os estoy pidiendo permiso —declaró muy firme—. Así que, si quieren ayudarme, van a tener que cubrirme. Es todo lo que van a hacer. —Las dos estaban sorprendidas, ella misma no se lo creía.
No dijo nada más, aprovechando la oscuridad, salió a hurtadillas de la habitación y fue a buscar a Guillaume. Estaba nerviosa, las manos le temblaban. Cuando llegó a la puerta ni siquiera fue capaz de golpearla. ¿Y si estaba furioso? ¿Y si no quería escucharla? Tenía miedo de enfrentarse a eso, de no saber qué decir. Pensó que tal vez tenía que esperar a que se calmara, así podrían hablar con tranquilidad.
—Guillaume... —murmuró. Intentó llamarlo, y apenas pudo dar un toque leve a la puerta. Él no salió, si la escuchó, de seguro no quería hablar con ella—. Pues no me voy a mover de aquí —agregó, y espero que eso sí lo hubiera oído.
No tuvo claro cuando tiempo estuvo allí. Debió ser mucho en realidad, pues empezaron a molestarle los pies, y de puro cansancio terminó por sentarse en el piso con las piernas cruzadas. Esa no era una postura propia de una dama, no recordaba la última vez que lo hizo. Quizá de una niña, porque cuando llegó a la segunda edad las cosas cambiaron. Debía de adoptar otra postura, ser una dama delicada y no dejarse llevar por los arrebatos. Todo era control. Un control que le había sido impuesto desde siempre.
Pero ella ya no quería que la controlaran. Quería tomar las riendas su vida y no dejar que los demás le dijeran lo que tenía que hacer. La revelación sobre una clase de orden que al parecer de alguna forma controlaba su vida le hizo pensar un poco en aquello. No quería ser un títere, quería tener el poder de decidir. Como por ejemplo decidir que quería estar sentada en el piso siendo una dama. "No seas ridícula, Bruna, ni que esto fuera lo máximo en rebeldía", se dijo. Se sentía mal y triste de saber lo que la orden le hizo, pero más que eso, sintió mucha rabia de que la hubieran controlado así. Ella iba a tomar las riendas de todo, iba a seguir con sus propias reglas con tal de ser feliz y obtener lo que quería.
"Mi propio rumbo sin ofender a Dios, por supuesto", pensó. De pronto se preguntó si estar sentada en el suelo siendo dama no era algún tipo de ofensa. "Dios es bueno, conoce mi corazón", pensaba. "Oh, mi señor, ayúdame a ser feliz. No sé qué es eso de la orden, no sé nada de nada, pero tú sí y me comprendes. Por favor, solo quiero ser feliz de verdad. No dejes que Guillaume se aparte de mi lado, ablanda su corazón. Yo lo amo, no dejes que me quede sin él. Ayúdame, señor...".
Sentía que la angustia volvía a invadirla. Guillaume tenía que entender que lo había elegido a él, que era a él a quien amaba. Quería vivir y ser feliz a su manera, y solo concebía eso con Guillaume en su futuro para siempre. No lo dejaría ir por nada, quizá la orden los había unido, pero ella decidió tomar el control de todo. Pronto escuchó pasos acercándose por el pasillo y se puso de pie con dificultad. Estaba acomodándose el vestido cuando Pons llegó hasta ella. Al verla le hizo una venia a la señora del castillo y le preguntó si deseaba algo. Se veía muy confundido en realidad, claro, cualquier lo estaría al ver a Bruna ahí.
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Editado: 08.09.2022