La decisión

Parte 1 [Infidelidad]

Las lágrimas fluían como si fuera un riachuelo cristalino, empapando sus mejillas rojas. Lloraba por aquel marchito amor, sufriendo por algo que pudo ser pero no lo fue. Con el corazón amargado por aquel hombre con quien dio voto matrimonial. A quien prometió respetaría y amaría en salud y enfermedad. Ella lo dio todo, ¿y él? ¿Si quiera pensó en sus sentimientos? Se llevó las manos a sus húmedos e hinchados ojos y se limpió las lágrimas mientras sorbía su nariz. Respiró hondo en un intento de calmar sus lamentos. ¿Valía la pena si quiera seguir llorando por él?

          Debía mantener la compostura.

          No era el final. No para ella, podía rehacer su vida de nuevo, aún era joven.

          Bien sabía que los amores que mostraban muchos cuentos de hadas, no eran reales. Sin embargo, cuando lo conoció a él, se enamoró profundamente a tal punto de prometer amarlo hasta el final; en lo bueno y en lo malo. ¿Y él? ¿Alguna vez pensó en eso? Había creído ilusamente que quizás su vida matrimonial sería feliz, como en los cuentos de hada, o por lo menos, sería casi perfecta. ¡Cuál crédula había sido!

          Por unos segundos, su atención se enfocó en el ruido de un automóvil, el que se iba acercando a la vivienda, y se estacionaba cerca. Sabía quien era el dueño del auto, pero cuando timbraron, ella no tuvo las fuerzas para ponerse de pie e ir a abrir. La persona volvió a timbrar por segunda vez, y cuando nadie abrió, desde su posición, ella escuchó que él abrían la puerta y entraban a la casa.

          Nunca se había sentido tan cansada como en esa mañana. Todas sus fuerzas la habían abandonado, junto con el amor de él. Las pisadas del recién llegado se detuvieron de repente, ella sabía quien era, se trataba de Ronald, el mejor amigo de su marido, y ahora, también lo era de ella. Lo había llamado a primera hora, desconsolada, contándole cuán miserable se sentía ante el descubrimiento de la infidelidad de la persona que amaba. Se había desahogado con Ronald, le contó lo burlada y patética que se sentía por la persona que amó, amaba y seguiría amando. Ronald, alarmado, le dijo que iría a verla en seguida y que no pensara en nada estúpido.

          —¿Amy? ¿Estás aquí? —preguntó, un tanto preocupado de no obtener respuesta.

          —¡En el cuarto del fondo! —gritó, con voz trastrabillando.

          Ronald apresuró el paso, caminando por el largo pasillo, se detuvo frente a la única habitación con la la puerta abierta. Su mirada se entristeció al ver a Amy tan vulnerable en aquella silla, en medio de esa habitación vacía, que con ilusión decorarían para su primer hijo. El recién llegado no se atrevió a decir nada, se limitó solo a estar a su lado, compadeciéndose de verla en aquel estado. Estaba completamente desbastada.

          Amy levantó los ya rojizos ojos de tanto llorar y observó con abatimiento al varón, quien seguía sin decir nada, porque no existían palabras de consuelo para calmar los tormentosos sentimientos que ella estaba experimentando. Lo único en lo que pudo pensar fue en inclinarse hacia ella y darle un abrazo, indicando con esa acción que él estaba allí para apoyarla.

          Ella, como si estuviera esperando esa acción, recibió con gusto el caluroso abrazo, después de todo, deseaba consuelo y él se lo daría.

 




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