Sin duda a la gran sociedad londinense causó revuelo cuando se enteraron que la fiesta que darían los Duque sería privada, algunos cuestionaron tal decisión tomando los por mal educados, la duquesa sabía que esto podría pasar pero le iba y venía lo que dijera la gente.
Tanto Alice como Anabel se encontraban emocionados por acudir al evento, Alice vestía un hermoso vestido azul con flores con hermoso bordado blanco, aquel vestido hacía resaltar la piel tersa de la joven y acentuaba sus ojos, esos hermosos ojos azules que había heredado de su padre. Anabel por lo contraria llevaba un vestido color crema, este era claro nada llamativo, no resaltaba su piel Blanca, más bien la hacía lucir pálida, no había podido mandar hacer un vestido para la ocasión y era uno de los tantos que nunca se había puesto, odiaba aquel vestido, era el recordatorio de que su hermano ya no estaba más con ella.
Ambas jóvenes se encontraban extasiadas, Alice por el motivo de encontrarse con Rosalia a quien no veía desde algunos meses, no paraba de mover su pie inquieta, algo que a la condesa le molestaba en absoluto.
—Espero te sepas comportar, no queremos que tus futuros pretendientes huyan—digo con tono gentil, o aquello parecido.
—Ya dejala mujer, basta, por una vez—, espeto el conde con tono cansado.
—se como comportarme, usted me lo ha enseñado—Alice sonrío de manera irónica, algo que no pasó desperdiciado por la condesa.
Anabel habla con la madre de Luicis cuando noto a Alice entrar, había cosas que le encantaba de ella, su gracia y algo en que ambas eran iguales era en esconder como se sentían y fingir una sonrisa.
—Entonces, joven Anabel, todavía no está compremetida— la voz de la madre de Luicis la hizo salir de su ensañamiento, le sonrió amablemente.
—No, todavía no. Estoy esperando al hombre indicado— dijo con un suspiro mirando al lugar donde se encontraba Luicis de manera disimulada.
Algo que no pasó desapercibido por la madre de este, le gustaba Lady Anabel era una mujer linda, adorable y nada pretenciosa como otras debutantes.
—Espero que lo encuentres, pero si no lo haces puedo ayudarte a cazar a mi hijo— exclamó con insolencia, la rubia sintió ahogarse con su propia saliva, abrió los ojos como platos.
—¡Dios mío! Señora pero que cosas dices susurro apenada, sintiendo sus mejillas sonrojarse.
Así pasó la velada, entre risas y buenas platicas, algunas eran de buen agrada otras no tanto, ambas jóvenes se sentían asfixiadas, Alice por su lado estaba apunto de echar el ponche sobre su madre, se estaba comportando tan arisca y ácida; Alice casi sentía el mal humor salir de su cuerpo.
Con una sonrisa disculpándose se dirigió al balcón, Dios necesitaba aire fresco.
Anabel se encontraba junto a los Duques observando al Williams junior, ese niño había sacado todos los dotes de su padre, sin duda más adelante sería todo un don juan, se había burlado de su amiga cuando le dijo que no le permitiría hacer ese tipo de cosas. Estaba encantada, totalmente, Luicis le había prometido que hablarían hoy, que le tenía una gran diosa sorpresa, hace días que tenía ganas de verlo, abrazarlo, lo cuál no había hecho desde que se había ido a Escocia, pensar en estas personas como su familia hacia su corazón saltar de felicidad.
Tendría un lugar donde ser amada y amar.
Algo muy bueno que pedir una agradable y bella suegra.
De repente un grito irrumpió la paz de la vela, todos se acercaron rápidamente de donde venían los despropósitos y maldiciones era el conde de Lexington quien tenía a Luicis agarrado por las solapas de su traje, Alice, Dios, su falda se encontraba al revés y una parte rota, la joven parecía murmurar cosas que no podía entender, su mente solo se fijaba con como ambos lucían ¿Eran amantes? Sintió su corazón partirse al igual que todas sus esperanzas, la había dicho para reunirse para decirle que ya no la amaba.
Alice, estaba enfurecida, confusa y cansada de gritar pero todos en especial su padre no parecía creerle, casi caía por ese balcón bueno casi muere si no fuera sido por Luicis, cuando la ayudo a salir de la trampa mortal sus pies de enredaron y cayó sobre él y nada menos oportuno había entrado au padre junto a su madre. Le había tratado de explicar sin decir que la Quena la había empujado por suerte se había agarrado del barandal que sobresalía debajo.
Su vestido se había enganchado con la enredadera rompiéndose, Alice moría de la vergüenza.
—Padre ya te he explicado, me ha salvado,caí por el balcón—suplico la joven al ver que su padre no soltaba a Luicis, tenía miedo que lo empujara y cayera por donde casi estuvo apunto de hacerlo ella.
—¡Callate, esto va atraer deshonra a la familia!— gritó colérico.
El conde solo veía una y otra vez, la imagen en su cabeza su hija sobre el cuerpo del Marqués, sentía rabia, tal vez si hubiera sido más duro con ella esto no hubiera pasado.
Jane tuvo que intervenir tenía miedo de que ese hombre tirara a su hijo por el balcón, estaba en schok, pero apartó todo eso para calmar los ánimos.
—Conde le pido que suelte a mi hijo, creo que su hija dice la verdad— dijo serena.
—Yo solo lo voy a soltar hasta que por su honor me jure que no toco a mi hija, que la salvo—gruño—, y qué se casará con ella para salvar su reputación.
A los tres se les estrujo el corazón, Alice sintió pena por ella por la situación, Anabel solo aguardaba su repuesta, sería egoísta pensar que el se negaría que pondría por encima su amor, Luicis cerro los ojos por un momento, entre lo que era correcto y justo o por lo que más amaba.
Pero había algo que su padre le había enseñado que el honor de una dama era intachable, y el pondría la misma exigencia que el conde.
Miro a Alice en sus ojos vio el claro desespero, por un momento por el rabino de su ojo observo a Anabel, casi quiso decir que lo sentía, pero hacer lo correcto era lo mejor.